Economía verde

En el ecuador de la conferencia del clima, COP25, es más que probable que hayan oído hablar mucho de “economía circular” (basada, sobre todo, en la reutilización y el reciclaje) la “economía azul” (que pone de manifiesto, más allá de la mera conservación, “la importancia de los mares y los océanos como motores de la economía por su gran potencial para la innovación y el crecimiento” en definición de la Unión Europea) y de la “economía verde” Sobre esta última les diré alguna cosa.

La expresión sin duda despierta simpatías nada más leerla, sea cual sea su definición que, por lo demás, podrá ser diversa dado que es omnicomprensiva. “Economías verde” Suena muy bien. Pero, como nos recuerdan Ulrich Brand y Miriam Lang en la extraordinaria obra recopilatoria Pluriverso (Icaria) de reciente publicación que les recomiendo ya, la “economía verde” “…contiene una promesa triple: superar la crisis económica, la crisis ecológica y aliviar la pobreza.  El concepto se acuñó en la primera década de este siglo por el Programa de Naciones Unidas para el Medio ambiente y se convirtió en una especie de paradigma global en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible conocida como Río+20.

 

Obsérvese que acaba de aparecer en este comentario ligado a la idea de “economía verde” la de “desarrollo sostenible”; está en el nombre mismo de la reunión de Río. Y debemos hacer, además, una tercera asociación: al concepto de “crecimiento” inherente (casi siempre) cuando nos hablan de desarrollo y que también recibe a menudo el apelativo de “sostenible” lo cual, dicho sea de paso y sin entrar en debates, es un oxímoron puesto que en un mundo finito no cabe crecer indefinidamente y, por tanto, no hay sostenibilidad posible en esos términos.

En 2011 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) desarrolló una llamada “Estrategia de Crecimiento Verde” y algo después la Comisión Europea pensó en poner en marcha -aunque quedó en nada dada la natural abulia de la institución- un plan para promover algo así como una economía de mercado ecológica que enfatizaba en la competitividad basada en la reducción de recursos y el incremento de su eficiencia; todo ello, cabalgado la ola de la benéfica e imparable evolución tecnológica, poco menos que una cuestión de fe esto último.

La almendra del asunto es que quienes razonan tanto en torno a la idea de una “economía verde” vienen a concluir que el modo de parar la destrucción ambiental es reconocer y asignar un valor económico a la naturaleza y, a partir de ahí, ponerle precio. Ya se que usted, amigo/a ecologista, ha torcido el gesto con esto que acaba de leer; nota un aroma, un tufillo ¿verdad? Bueno, pues quienes hacen bandera de la “economía verde” arguyen que la naturaleza estará protegida si en los cálculos empresariales se la incluye como “capital natural” Así es que se cierra el círculo y será posible fomentar el crecimiento económico y la preservación de la naturaleza al mismo tiempo. Con un par.

El mencionado Ulrich Brand, miembro en su día de la Comisión de Estudio del Bundestag sobre Crecimiento, bienestar y calidad de vida, ha sugerido (op.cit) que en vez de hablar de “economía verde” lo hagamos de “capitalismo verde” para aludir tal vez a un modelo que sustituya al tan denostado (o no) neoliberalismo y la dictadura de las finanzas especulativas y más bien asilvestradas.

Un ejemplo para que se entienda a la primera: la transformación de la industria del automóvil europea hacia el coche eléctrico o el que utiliza agrocombustibles es sin duda una oportunidad “verde” que podría satisfacer a empresarios, gobiernos y sindicatos puesto que abre líneas de negocio nuevas e innovadoras y con márgenes interesantes para el beneficio empresarial, favorece el crecimiento económico y, por tanto, el empleo, las pensiones, etc y respeta la competitividad.  Los bancos, siempre en vanguardia, ya están en ello. Carlos Casas, responsable  de talento y cultura del BBVA en un opúsculo que publicaba El País este domingo titulado Comprometidos con la sostenibilidad: ·”Las sociedades y los modelos productivos tienen que generar un mundo sostenible, y el futuro de la banca es financiarlo, movilizar inversión y fondos para construirlo” Gracias.

Si en nuestro ejemplo resulta que para materializar ese cambio hay que esquilmar las materias primas en África o América Latina o desposeer de su medio de vida a los agricultores indonesios para plantar colza o palma, nunca llueve a gusto de todos ni siquiera en el trópico.

De modo que si oyen hablar de “economía verde” es posible que estén ante alguien muy bien intencionado. Indaguen a qué se refiere. Yo lo pienso hacer; no digo que no haya quien pueda explicarnos algo que no conozcamos ya con otro nombre.

Juan Cabrera Padilla.

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