Qué lejos del mar dirás sin ganas, que desmesurado el peso de los domingos sin chimenea, que fácil todo aún sin haber bebido. Decías que te gustaba porque bebía cerveza de la botella mientras con la otra mano sostenía un libro. Porque hacía como si fumaba apoyada en la ventana de espaldas a ti. Porque me movía como un gato cuando me mirabas y cuando no me mirabas. Aire y luz pedía Henry Miller, aire, luz, espacio y tiempo pedía Bukowski. Yo me conformo con un café con leche.
—Buenos días amor, hoy no pienso.
Volver a casa en tres tramos, no te pares, porque moverse sostiene, un semáforo mal coordinado acaba conmigo en la Glorieta de Quevedo, tu intentabas distraerme con frases mal elaboradas, tenemos poca experiencia en milagros es lo que tenías que haberme dicho. Pero no te lo explico mas, pregúntale por mí a las piedras, pregúntale por mí a las caracolas, a la tormenta, al viento, a los gritos de los monos en la selva, a las sirenas, pregúntale a Caribdis y a Escila.
—No soñaba con volver, amor.
Soñaba con no usar chaquetas de lana en Agosto, quería usar sandalias sin que la lluvia me mojara los pies. Quería usar tirantes y ponerme collares y pulseras de semillas pero el frío acudía al laberinto de mi oído cada vez que cerraba los ojos. No entendías que hay momentos en que no me importa si es lluvia o un cubo de agua sucia lo que corre por mi cara. Era irremediable volar hacia el sur.
—Moscas en mi cabeza, amor.
No pájaros, moscas y abejorros. Dibújame amor, de un solo trazo, tinta china mis labios antes y después. Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel como en aquella película que no llegamos a entender. Quiero ser tinta china, ya lo dijo Ingres, el dibujo es la probidad del arte, para cuando quise acordarme de la frase ya te habías marchado a fumar un cigarrillo a la cocina. En media hora tendré que echarme dos mantas o empezar a quemar cosas. Después dirás que no te quise. Si estuviera en mi casa dejaría de escribir sobre ti, tu no dejarías de fumar, pero cada semana lo volverías a intentar con la misma sinceridad que ahora hace el licor que pienses, que era posible, que no nos dimos cuenta antes y después de besarnos.
—No vimos la tierra que arrastraban nuestras botas, amor.
Volver era encender todas las luces de la casa y no verte. Todo empezó el 7 de Marzo. Llegué a casa con un dedo pegado en el timbre y el otro señalando la página de un libro. Te sentó mal que perdiera las llaves pero decir que dejabas de quererme por eso me pareció tan desproporcionado que me eché a reír. El libro sigue sobre la mesa haciéndose las mismas preguntas que yo. Ahora me toca ganar carreras al miedo, cada vértebra vencida, cada centímetro de piel, ahora que el dolor es.
—Sabía que existía.
Porque oí susurrar sus muchas voces muchas veces. Muy cerca a veces, oyendo su eco como un grito en la montaña. Al vacío, siempre pensaba y pensaba en caer, y muchas veces caer hacia lo mas bajo, lo mas profundo. Pero hoy he levantado la vista, hoy lo he mirado de cerca a los ojos. Hoy ya no hay dolor. Puede llover cuanto quiera, hoy he salido a mojarme, ni me asustan las tormentas ni me entristecen los días nublados. Todas mis respuestas en la arena sin que ninguna ola pueda borrarlas.
Hoy soy inmortal.
Marisa Pradera
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