No existe la casualidad. Siempre me lo recuerda mi querida Dominique. No existe. Todo es causalidad. Por eso tus pasos te trajeron hasta aquí. O algún guía que mueve los hilos de tu microcosmos porque quiere protegerte. Lo ignoro. El caso es que llegaste. Rota y maltrecha pero con los labios rojos, el pelo cuidado y un aspecto de señora bien. Pero rota. Lo leí en tu espalda, que suele contarme secretos aunque no me importen, aunque no quiera saberlos.
Al final, cuando hacía tu ficha, contaste. Y a mí se me reblandeció la herida, que no es vieja porque respira cada día y se alimenta de recuerdos. Tú habías perdido al tuyo. Sacaste la foto de la cartera, era guapo, joven, con el dibujo de la vida en ciernes, mucha alegría en su sonrisa y unos ojos vivaces que contemplaban el mundo sin menoscabo de amarguras. Era joven: diecinueve años. Te abracé como se abrazan las náufragas perdidas en la inmensidad de un mar de dolor que hay que atravesar sin remisión
¿Cuándo se pasa? preguntaste. Tienes solo cuatro meses de recorrido y me preguntaste: ¿cuándo se pasa, María? Te expliqué, sin muchos miramientos, que al llegar al primer año una vuelve a poder relacionarse, a caminar sin huir de la gente. En el segundo aniversario, quizá con suerte, se pase el agotamiento que te mantiene sumida en un letargo donde duele todo y el escaso sueño es la única esperanza. Al tercero, puedes reír sin sentirte culpable y disfrutar de tiempo libre entre pensamiento y pensamiento. Al cuarto, en el que estoy, se han soltado los amarres de amargura y se vive en paz.
¿Y el pellizco, cuándo se pasa? Preguntas con ojos anhelantes. Nunca, te respondo. Me contemplas, sé que has visto la humedad en mis ojos y no haces más preguntas.
Nos abrazamos como despedida. Te cuento que jamás se van, que andan por ahí, quizá por eso tus pasos no casuales, hoy, te trajeron aquí. Lo ignoramos porque somos pequeñas y primarias. Tenemos vedado el ver lo que vela la naturaleza impía de nuestros pequeños cuerpos, de nuestra banal inteligencia que nos presenta como real un fotograma minúsculo de lo que existe. Están, no lo dudes, repetí.
Y me volviste a abrazar como despedida. Marchas; te veo caminar, un poco encorvada. No dudo que al cabo de tres o cuatro años, quizá endereces la espalda.
María Toca
Que duro María, perder a un ser querido !!!!!!
Creo que antes o después todos pasamos por ello, lo malo es cuando es antes qué después.
Besitos guapa
Un largo camino empedrado de mucho dolor. La única salvación es sublimarlo, hacerlo útil y tener paciencia para soportar el camino. La calma llega, no el olvido. Gracias por tu comprensión, Margarita y por activa lectura. Un abrazo.