La memoria no son las imágenes, la memoria es fundamentalmente la palabra compartida. Cuando Goya, en su serie negra, critica los males de la sociedad en que vive, quizás también, de la que es capaz de imaginar, hace que los protagonistas de su pintura sean animales, o sea, seres privados del don de la palabra, por tanto, de la memoria.
Estamos viviendo la desaparición de la palabra como instrumento de luz y pensamiento, de relación humana, de entendimiento para el proyecto colectivo, para el bien común. Todo lo contrario, vivimos la deformación de la palabra, la degradación de la misma y su naturaleza. Hoy la palabra, desfigurada ya, convertida en grito, pringosa e intestinal, nos aísla, nos separa, abre abismos de desencuentro, seguramente, porque nos están enseñando a degradarla. La verdad, búsqueda inalcanzable del ser humano, la han convertido en posverdad, o sea, en mentira al alcance; a la Historia, en relato simplista e interesado; la dictadura del crecimiento económico -perdón quise decir del hundimiento- se ha convertido en adalid de la libertad.
Dónde y cómo comenzó esta deriva. Cuándo, el parvulario de esta epidemia que ya ha dejado de ser amenaza, porque como tal, siempre estuvo. Dónde nos dejamos las páginas de la Historia, escritas con sangre, con odio, con guerra, con injusticia y dolor. La literatura, ahíta de utopías, paso a ser distópica, tanto que la distopia se nos hizo presente histórico; tanto, que el doloroso aprendizaje que había sido transmitido generación tras generación, se nos enfermó de olvido, de estulticia programada, de banalidad, de mal gusto.
En la sociedad de la comunicación, somos más analfabetos que nunca, estamos más indefensos, más expuestos a la enajenación, incompetentes para leer o escuchar enjuiciando los contenidos del emisor, recreando otro texto nacido de una mínima elaboración cognitiva. Pronto, todo ello se convertirá en una inmoralidad, en una falta de compromiso con este «mundo feliz y absurdo» al que parece que estamos condenados.
Desmemoria, analfabetismo, degradación de la palabra, individualismo, incomunicación… Este es el coctel. Pronto, si no le ponemos remedio, hablaremos todos la misma lengua, la de los protagonistas de las pinturas negras de Goya. Entonces, una voz quejumbrosa nacida de los anaqueles de la Historia resonará en cualquier idioma, para echárnoslo a la cara.
En el magnífico biopic dedicado a la figura de Simone Veil, la palabra llena de luz de esta mujer gigante nos dice:
«Cuando se banaliza la memoria, me pregunto si nuestra sociedad no se estará perdiendo o confundiendo todas las batallas, confundiendo derecho y deber, verdad y mentira, o llevando a la juventud por el camino del odio, el antisemitismo, el fascismo y la xenofobia. Son muchos los falsos profetas, en Europa y en el mundo que quisieron llevarnos por esos falsos caminos. En nuestras manos está detenerlos».
Como sociedad estamos frente a un espejo cóncavo y el esperpento reflejado lo hemos convertido en tendencia.
Juan Jurado.
Estimado Juan, yo también soy filólogo y he ejercido la enseñanza y, lo que es peor, durante muchos años, el periodismo, una profesión maravillosa. Tú sabes, como los sabemos casi todas las personas que nos interesamos por el mundo (léase humanidad) que andamos en una época de oscuridad, confusión y disparate. Dice que es la antesala de la nueva época. Yo tengo muchos años y esta nueva época me va a coger con un par de indiferencias y otro par de, me importa un pito; sin embargo, sigo abierto a cualquier interés que provoque una lucha necesaria para los que seguimos soñando con una transformación del mundo (sí, digo transformación) y sigamos para no dejar vencernos por los malditos agoreros del futuro. Es la derecha quien tiene miedo y como todos los cobardes procuran robar la lucha común (por muy minoritaria que sea) de las mujeres y hombres libres. Tengo setenta y cinco años y me toca luchar por mi etapa en este país que no sabe qué hacer con nosotros o nos mata en residencia. ¡Ánimo Juan!