Al levantarse contemplo el cuerpo del hombre que dejó hueco en mi cama.
Sus nalgas caminan sobre mi cabeza, hasta alcanzar el suelo. Potentes, mórbidas, con la contundencia de la carne firme.
Sus labios se posan con el tacto de una mariposa sobre los míos, que magullados de besar sin descanso se prestan a la caricia.
Sus manos me arropan. Sus ojos se pasean por mi rostro, en ellos, veo dibujado el amor, como hace un momento vi la pasión encendida.
Esas manos grandes, ganchudas, que me pasearon la piel, me arropan con dulzura.
Le miro confiada, ahíta, hambrienta de ternura.
Va recogiendo con cuidado la ropa que antes derramara por el suelo. Se viste con cauteloso silencio.
Yo, me paseo por el suave aroma de las sábanas, donde dejó las huellas su sudor.
Oigo la puerta, que se cierra. Al momento, un sonido estridente horada mi calma. Abro los ojos de nuevo.
Contemplo el espacio que va clareando lentamente bajo el manto de la madrugada y me digo:»cuanto más bonitos son los hombres soñados que los reales».
Tengo que desperezarme. Hay que hacer el desayuno.
Él, ronca a mi lado sin piedad, mientras una burbuja de baba se le derrama por la comisura abierta de sus labios.
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