«Zorro» se llama el libro y su primera parte se titula «Un cuento sobre cómo se crean los cuentos». Dubravka Ugrešić me ha hecho pensar mucho conforme avanzaba en la lectura de este capítulo inicial, que puede atraernos con su promesa de instruirnos sobre la forma en que debemos afrontar una narración breve. Pero sus páginas son en realidad caminos intrincados que nos llevarán por otros lugares, a partir de la historia del escritor ruso Boris Pilniak, ejecutado por Stalin. Me ha encantado la idea de que el escritor es un zorro, entendido en el sentido folclórico del término. Me ha recordado todas las veces en que quien escribe es astuto, algo traidor ante las confidencias ajenas, sagaz, seductor, ágil, implacable. En muchas culturas al zorro, en masculino o femenino, se le representa como a un ser acostumbrado a cambiar de piel, a ser medio humano, medio animal, conforme las circunstancias lo exigen.
Hace poco alguien muy querido me confesó que a veces le daba miedo la sensación de que cuando hablábamos yo registraba algunas informaciones para transformarlas en ficción. Encogí los hombros y le confirmé que así era siempre. Escucho porque me interesan las vidas ajenas, claro, pero también lo que ellas pueden darme en materia prima de escritura.
La autora cuenta una preciosa historia, en ese deambular inicial. Una vez se enamoró de un maravilloso pelirrojo, que resplandecía en Rusia, con sus rizos cobrizos y sus ojos verdes. Lo quiso con locura y cuando debieron separarse lloró desesperada en el aeropuerto, pensando que nunca lo olvidaría. No fue así, el olvido llegó casi inmediatamente. Volvieron a encontrarse y surgió la misma poderosa atracción del inicio. En un viaje él se empeñó en recordar otro que habían hecho durante su idilio. Recordaba a todo color el hotel, los paseos, los museos que visitaron. Ugrešić se enfadó: esa escapada no la había hecho con ella. Riñeron apocalípticamente, el rutilante pelirrojo se mostró airado. Se separaron definitivamente. Tiempo después, la autora vio caer un libro de su estantería. De entre sus páginas surgieron los billetes, las entradas de aquellos museos, la constatación de que todo lo que su ex amante recordaba la incluía a ella como personaje, fue, era verdad.
Y me ha venido a la mente el correo que me escribió mi primer novio, veinticinco años después de nuestra historia. Se alegraba mucho porque cuando estábamos juntos yo le hablaba todo el tiempo de ese sueño mío de ser escritora. Tuve que abrir ojos como platos al leer aquello. Yo no recordaba una sola conversación con él en la que hubiera mencionado mi deseo de escribir. Era tan asombroso que yo lo hubiera olvidado como que él lo evocara con tal nitidez.
Por eso me ha encantado internarme en la primera parte de «Zorro». Porque nos avisa de quienes somos, de cómo recordamos y olvidamos a conveniencia, de las veces en que traicionamos a un personaje. De que, ciertamente, no puede enseñarse la forma en que se escribe un cuento y lo vamos descubriendo todo sobre la marcha. Eso es lo fascinante.
Disfruto mucho la endiablada prosa de Dubravka Ugrešić. Hoy he terminado la tercera sección de «Zorro», que se titula «El jardín del diablo» porque así llamaban en Egipto a las zonas sembradas de minas antipersonales. La autora es una maga elaborando collares textuales en los que lo central y lo periférico, el núcleo narrativo y las anécdotas, se entrelazan sin fisuras, complementándose perfectamente. Me gusta su talante digresivo que va sumando mediante excursos, cuentecillos, recuerdos personales, argumentos a su discurso. En este capítulo indaga en la naturaleza del expatriado, de aquel que se queda sin hogar al que regresar. No hay autocomplacencia en su relato: es crítica y furibunda con los traidores y los cobardes, también consigo misma. Reflexiona sobre lo ocurrido en Croacia y Serbia, el expurgo de autores, la ley del más fuerte que convirtió a miembros de una misma familia o a colegas y amigos en adversarios. Y relata la preciosa historia de un edén heredado, la casa que le dejó un lector que la admiraba mucho, en un pueblo croata. Allí conocerá a un hombre, el gentil intruso, con el dialogará sobre lo ocurrido en su patria. Y ese es otro mecanismo interesantísimo: el diálogo, la indagación acerca del otro y la toma de postura personal en un intercambio de ideas. Cada texto de la autora es una narración cerrada y autosuficiente, sí, pero que establece nexos con las demás y nos hace pensar en asuntos muy variados: teoría literaria, el hecho mismo de la creación, el papel de la mujer si desea escribir, sus renuncias, el petardeo del mundo literario, tan alejado de la propia escritura y más feria de vanidades que otra cosa. La extranjería y su soledad, las heridas del superviviente que no se cierran, el eterno nomadismo al que se ve sometido quien defiende una idea por encima de su bienestar inmediato.
Un descubrimiento total, la amiga Dubravka.
Patricia Esteban Erlés.
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