El lobo, que llevaba varios días sin comer y estaba desesperado, encontró una moneda cerca de la casa de la pitonisa y decidió probar suerte.
―Por favor, dime dónde puedo encontrar comida ―suplicó a la adivina.
―Solo puedo decirte lo que veo ―respondió esta― y lo cierto es que te veo engullendo seis cabritillos.
―¡Loado sea el dios de los lobos! –exclamó el animal, aliviado.
―No cantes victoria antes de tiempo, lobito ―terció la bruja―. En mi bola de cristal aparece la madre de los cabritos abriéndote el vientre con una tijera para sacar a su prole; saca a sus hijos y te llena la barriga de piedras.
―¡Ay, infeliz de mí! ¡dejarme matar por una torpe cabra!
―Son las piedras. Tú estás dormido y al despertar vas a beber al río y te caes con el peso que llevas.
El lobo salió de la consulta de la adivina cabizbajo pero, al llegar a un cruce, oyó a mamá a mamá cabra decir a sus cabritillos:
―Salgo a la compra. Hijitos, no abráis la puerta a nadie, que anda cerca el lobo feroz.
El lobo sopesó la oportunidad que se le presentaba y pensó que, visto el final de la historia, mejor que morir de hambre era morir lleno.
Manuela Vicente Fernández (Viana do Bolo/Ourense)
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