Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
Y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa escala dura
Que desde el animal llega hasta el hombre.
En Díptico Español de Luís Cernuda
Confusos e indiferentes,
al igual que el mortecino
concierto envenenado de las olas,
cuando tras el paso de las desordenadas ráfagas
del viento de una galerna,
golpean los desolados restos
del crujiente maderamen de una patera encallada entre las rocas del cementerio marino del mar Mediterraneo,
así los humanos confusos e indiferentes sobrevivimos, en estos prolegómenos del siglo XXI,
flotando desesperados en medio de las miserias de la galerna humana en la que nos ha tocado vivir,
mientras el mundo a nuestro alrededor experimenta convulsiones terribles
que lo van destruyendo lentamente.
.Convulsiones en las que la luz y la oscuridad,
el anochecer y el amanecer,
el crimen y el castigo,
la crueldad y la compasión,
la honestidad y la perversión,
la verdad y la mentira
la alegría y el dolor,
el bien y el mal,
se funden y difuminan
con la pandemia del hambre, la pobreza,
y la amenaza de los cataclismos
generados por el cambio climático.
Un mundo que se va deshaciendo lentamente
gota a gota, como el hielo de los glaciares,
en el orden de una desordenada alianza
sin cómplices ni aparentes culpables,
en el que solo la renovación multimillonaria
del contrato a algún futbolista famoso,
o sí la nueva liga de fútbol, tras la pandemia,
se jugará con la presencia total o parcial ,de público en las gradas,
son las noticias que consiguen despertar
la máxima preocupación humana.
Mal que como el gas que se deja escapar
se va extendiendo a la espera que una chispa,
sin alma ni conciencia, lo haga deflagar
antes de que la razón pueda detener
que tengamos que pisar la sangre derramada
sobre los escombros de las aceras
y evitar el dolor diario que produce sentir
el intercalado pausar del lejano tañer de las campanas
acompañado por ese inconfundible olor
a cadaverina
que emana de los ataúdes cargados
con los cuerpos desmembrados
de las víctimas del progreso,
en este mundo inmisericorde,
que plagado de mitos, creencias
e incoherencias,
como si fuese un fantasma ruidoso cargado
de cadenas de oro oxidado,
se encamina confuso , indiferente
y ajeno a un posible colapso humano,
con la esperanza de poder añadir un nuevo récord Guinness milenarista al calendario gregoriano.
Enrique Ibáñez Villegas
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