Tanto sociólogos como historiadores nos dicen, que trescientos años pueden parecer mucho, pero apenas son una muesca mínima en la historia de la humanidad. En realidad, no estamos tan lejos como nos parece de Atapuerca o de Altamira. El gremialismo, la batalla tribal por la identidad, el enfrentamiento con el de al lado, parece que sigue siendo el motor y motivo de la civilización. De forma constante nos llegan noticias de violencias, casos incomprensibles de falta de salud mental. Creo que nuestro ciclo histórico, el sistema capitalista para ser más precisa, está tocando a su fin, y bien que sea así porque pertenece a la excreción humana. El egoísmo, la productividad excesiva basada en plusvalías ajenas, el amor por la propiedad, la falta de escrúpulos morales para conseguir capital o pertenencias, nos está cobrando el terrible diezmo de la salud mental, de la esquilmación de un planeta finito que se nos muere y de injusticias sociales flagrantes. El sistema está depauperado. El problema es que carecemos de sustituciones debido a un agotamiento masivo de las diversas utopías que nacieron en el siglo XIX, se desarrollaron en los albores del XX para agotarse como inútiles a su final. Nos faltan metas, adolecemos de carencia de utopías sociales porque la sociedad socialista preludio del paraíso comunista nos ha dejado un poco en cueros sentimentales viendo cómo se gestaron las sociedades que salieron del ideario marxista. Quizá nos queda como último eslabón utópico desarrollar el ideario anarquista para conformar una sociedad más justa y vivible. Quizá, pero no lo veo muy factible.
Recientemente he leído La zona de interés, de Martin Amis (la película la veré en breve) lo que me llevó a buscar uno de los libros en el que Amis se inspiró para realizar esta novela. El libro es: Yo, comandante de Auschwitz, biografía escrita pocas semanas antes de ser ahorcado, por Rudolf Höss, comandante, diseñador y constructor del campo de exterminio donde se eliminaron cerca de 3.000.000 millones de seres humanos, mayoritariamente judíos, rusos, polacos, gitanos, homosexuales y delincuentes en general. Cuando se le juzgaba en Nüremberg, el sobreactuado, Höss, se permitió corregir al juez cuando dio esa cifra, precisando que: «fueron 2.500.000 los asesinados, el otro medio millón murieron de hambre y enfermedades»
Höss, fue encargado por Himmler del proyecto Auschwitz, tanto de su construcción como del desarrollo posterior, de descomunales proporciones: la eliminación de millones de seres humanos, lo que engendró la factoría del terror más terrible de la historia de la humanidad. La llamo mayor, porque lo fue en un tiempo relativamente corto no porque estemos exentos de genocidios tan o más numerosos.
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/rudolf-hoss-el-animal-auschwitz_14949
Los campos nazis exterminaron a millones de personas en poco más de diez años, justo desde su comienzo en 1937 con Dachau como primer campo, hasta el final de la II Guerra Mundial, en 1945. Hubo exterminios genocidas tan horrendos como el nazi, la esclavitud es uno de ellos, que como excrecencia del colonialismo eliminó aproximadamente a veinte millones de personas de raza negra, lo que ocurre es que fue durante dos siglos. El tiempo no exime de barbarie pero quizá la concentración de locura criminal en los nazis es lo que nos llama la atención. Lo que también diferencia este genocidio de otros de parecidas dimensiones, es que los nazis diseñaron una tupida red legal con un solo y unico motivo: la eliminación de seres humanos por cuestiones de raza. No se trataba de punitivismo subjetivo, o de eliminación de enemigos políticos, como el realizado por Stalin. Los nazis querían eliminar las razas impuras. Y de la forma más cruel posible.
Reitero que si nos fijamos en el nazismo como exponente de la barbarie humana es debido a la concentración de crímenes, en la proximidad en el tiempo y en el testimonio tanto grafico como humano del que disponemos y en la absoluta perversidad de sus fines. Visitar un campo de concentración debería de formar parte de la educación cívica de cualquier persona, aunque están tan limpios y ordenados como museos, que es difícil imaginar, aun estando en ellos, la sucia y criminal realidad. Leer y estudiar cómo y cuales fueron las causas del Holocausto, debería conformarse en los institutos de nuestra sociedad. Aunque, en palabras de una de sus víctimas, Primo Levi, no comprender el genocidio nazi, no entender las prospecciones mentales que llevaron a seres humanos a tales cotas de iniquidad, forma parte de la ventaja de ser normales. No lo entendemos porque no nos cabe en el entendimiento. No comprendemos a los monstruos porque, afortunadamente, nos quedan lejanos. Eso consuela aunque sea un poco.
Como escritora y como persona a la que el paisaje humano le parece lo más apasionante, me perturba a la vez que me intriga de forma obsesiva, los monstruos humanos. Esos personajes que maquinaron diseñaron y llevaron a cabo la matanza más exagerada de la humanidad en el menor tiempo posible. Y para ello el libro autobiográfico de Höss es ideal.
Rudolf Höss, nos cuenta su vida con detalle y precisión. No entiendo por qué, quizá como descargo, como atenuante o como justificante, de su tétrica obra. Quizá sea solo mera exhibición de sus “talentos” como organizador navegando en contra de los elementos burocráticos y erráticos, como nos señala en repetidas ocasiones, de su reichsführer Heinrich Himmler. Da igual, lo cierto es que se trata de un documento sin igual desde el que nos asomamos al infierno, puesto que Höss nos abre la puerta mostrándonos los entresijos de una historia que nos produce horror y una perturbación imposible de asumir.
Cuando conocemos de cerca (literariamente hablando, claro) a los personajes que poblaron el nazismo no podemos estar más de acuerdo con Hanna Arent, en sus dolorosas conclusiones durante el juicio de Eichmann. Nos gustaría que fueran monstruos, pervertidos psicópatas a los que se les veía venir. Y no. Son hombres y mujeres normales, algunos incluso con cierta bonhomía –Höss ama a los animales, los cuida con mimo, se serena con los caballos, Himmler era vegano, no soportaba las corridas de toros, Hitler también practicaba el veganismo y amaba a los perros- Fueron algunos buenos padres, esposos amantes (aunque con fisuras patriarcales no mayores que otra gente) y en general se portaron de forma correcta socialmente. Salvo por el detalle de que diseñaron la factoría de la muerte sin eximir de los más crueles horrores a las víctimas, aunque en la biografía, Höss repite que su elección del gas Ziklon-B se hace en parte para evitar sufrimientos a los asesinados. En realidad trasluce enseguida que era por la limpieza, rapidez y exención de problemas, por lo que se eligió este gas. Los condenados a la «selección» (eufemismo de eliminación) eran mujeres, niños menores de quince años, embarazadas, hombres mayores de cincuenta años, enfermos, y en general todo aquél que no sirviera para alimentar la maquinaria de esclavitud laboral con que los nazis enfrentaban la guerra y el progreso económico alemán, caminaban confiados hacia las duchas pensando que se trataba de un despioje, ducha e higiene común después del terrible viaje en vagones plenos de un hacinamiento sucio, que habían realizado antes de llegar a los campos en los tristemente conocidos como «trenes de la muerte«.
El que los desnudaran y seleccionaran, a veces les provocaba cierta animadversión que la mente criminal nazi solventaba con los Sonderkommandos, que eran comando de judíos elegidos para tranquilizar a los «seleccionados» conduciendo hasta la cámara de gas a la gente recién llegada sin que se produjeran problemáticas histerias que retrasaban la acción de eliminarlos. Posteriormente, los Sonderkomandos, se ocupaban de cortar el pelo a los cadáveres femeninos (las tropas rusas encontraron toneladas de pelo en la liberación del campo) extraer las piezas de oro dentales y conducir las hornadas de muertos hasta los hornos de cremación. En muchas ocasiones, incluso, se vieron obligados a remover la tierra, desenterrando cadáveres anteriores para incinerarlos.
Caminaban cargando carretillas con miles de cadáveres de gente como ellos, comían sentados encima de los muertos y, como reitera tanto Amis como Höss, lo hacían con total normalidad, con la mirada vacía porque los ojos mueren cuando el alma muere. No parecían sentir nada. Eran muertos que vivían y realizaban la tarea más terrible que se pueda imaginar de forma mecánica sin muestras de dolor ni repulsión. Sobra decir que todos los Sonderkommandos al poco tiempo eran eliminados como cualquier otro prisionero. Exactamente, los nazis tan dados a cuantificar todo, su tarea duraba tres meses, pasado ese plazo se les gaseaba e incineraba, la única ventaja que obtenían de hacer ese terrible trabajo era dormir en barracones algo mejores y más ración de comida en su diario.
¿Qué ocurría en la mente de las personas sometidas a trabajo tan extremo? ¿qué vana esperanza de supervivencia les alentaba? Y, sobre todo, ¿qué mentes perversas conducían a seres humanos a tales cimas de autodestrucción para convertirlos en alimañas que a la vez alimentaban su antisemitismo y su enfermizo racismo? No faltan argumentos en las descripciones del jefe de Auschwitz en donde justifica la impureza racial de la gente que mantienen en el campo por la degradación sufrida en él. Son sucios, no sienten, han dejado la humanidad apartada para meramente sobrevivir en condiciones imposibles. Son a veces mezquinos, incluso roban el pan al compañero y, en el caso de los rusos, se explaya explicando el canibalismo al que el hambre atroz los ha conducido. Para Höss, todo eso ocurre porque son razas impuras, no porque han sido animalizados por la situación terrorífica en la que viven. Afirma en la primera parte del libro que es imposible una derrota alemana en la guerra puesto que el Tercer Reich es infalible y siendo conscientes de la superioridad racial solo resta la eliminación de lo que se considera impuro y “ensucia” la suprema raza aria. Con el mismo enunciado racial, augura la desaparición o sometimiento absoluto de las razas “impuras” judía, gitana, eslavo, latino…
Durante el tiempo que tiene poder, Höss constata que en los campos hay números del infame libelo Der Stümer, revista antisemita que muestra dibujos pornográficos y de mal gusto, que la mente puritana de Höss detesta. Para justificar el desmán del panfleto, afirma sin pruebas, que es obra de un director judío, no de un alemán amigo de Hitler y financiador del NASDAP, como fue Julius Streicher que participó desde el principio en las confabulaciones para llevar al poder al partido nazi. Por cierto, en estos momentos existe un grupo de rock griego con el nombre Der Stümer con cierta fama que ofrece conciertos clandestinos (relativamente) con frecuencia…https://www.telediario.mx/comunidad/pablo-lemus-cancela-concierto-der-sturmer-guadalajara
Leyendo la pavorosa biografía de este preboste nazi me preguntaba ¿cómo pudo ocurrir? ¿Qué pudo pasar para que, con unos argumentos tan débiles y falaces, con un liderazgo tan exento de carisma y de inteligencia se consiguiera atraer a parte de un pueblo mientras la otra parte de la población asistía con indiferencia al terror? Los llamados Milhlaüfer.
El gran problema que tenían los campos, sobre manera Auschwitz, era el humo. Esa era la gran preocupación tanto de Röss, como del resto de dirigentes. El olor a carne quemada que se extendía por las poblaciones cercanas era muy molesto para lo pueblos que se quejaban del problema. Incluso en los momentos de incursiones aéreas de los aliados, los jefes de Berlín prohibían la cremación nocturna porque las enormes llamas alertaban a la aviación enemiga. Sobra decir que Höss no obedecía la orden porque la producción de cadáveres diarios no podía dejar de realizar cremaciones nocturnas. Eran 25.000 cadáveres diarios los que los hornos del campo tenían que convertir en humo. Durante gran parte de sus textos se queja de la excesiva llegada convoyes que Auschwitz no puede asumir, incluso se llegan a quemar algunos de los crematorios por exceso de uso. Se recalentaba y estallaba su mecanismo.
¿No le extrañaba a nadie tal profusión de humo con olor a carne?
El pueblo alemán conocía lo que pasaba. Los mandos de la Werhmarcht conocía bien lo que la basura humana integrada en las SS y en la Gestapo realizaban en los más de mil campos de concentración repartidos por el territorio alemán y de los países conquistados. Sí, he dicho más de mil campos. Es imposible que en ningún territorio gobernado por los nazis alegaran desconocimiento del espantoso Holocausto que las grandes chimeneas humeantes y las vallas electrificadas guardaban.
Las perturbadoras preguntas son siempre las mismas¿ Era gente normal que obedecía ordenes, y los que ordenaban a su vez obedecían de los siguientes en la altura del escalafón hasta llegar al Führer, entronizado como dios supremo incontestable e inequivocable? Hitler era el supremo hacedor que conduciría a los arios, raza sublime y pura, hasta lo más alto. El Reich duraría más de mil años, repetían ensoberbecidos el grueso del pueblo alemán. Las torpezas, los desastres, derrotas, fracasos y malos pasos, fueron siempre consecuencia de enemigos exteriores, de las razas impuras que se infiltraron entre los arios para hacerlos sucumbir. Eliminando al infame, el pueblo ario resurgiría con poder y felicidad para siempre jamás. O por lo menos para mil años de Reich.
Para conseguir la gloria de la historia, era preciso eliminar a quienes contaminaban su raza, su cultura, su sublime futuro. Por más que fuera sucio, a veces doloroso ver morir niños pequeños amarrados a regazos maternos, nos confiesa con suma hipocresía Höss, orgulloso de su blindaje emocional ante el espectáculo. Por más que fuera sangriento y maloliente eliminar tantos cadáveres por lo que investigaron hasta dar con el Ziclon-B tan limpio que permitía convertir en humo a 25.000 cadáveres diarios en la mayor factoría de la muerte creada jamás. Los que impulsaron la mortífera industria estaban muy satisfechos, ya que generaban mucha riqueza, incluso había un gran barracón llamado Canadá donde se guardaban las joyas, pertenencias y riquezas de los asesinados, que eran repartidas entre los SS y servían como mantenimiento de la Gestapo. Como digo, los impulsores del espanto se sentían orgullosos de su talento para agilizar la muerte y eliminar al pueblo ario del “problema racial”
La terrible conclusión a la que llegó Hanna Arent al terminar el juicio de Eichmann, refiriéndonos que era un tipo normal, un tanto mediocre, no especialmente perverso, sino solo un burócrata obediente y poco critico que se ceñía al cumplimiento de las ordenes superiores, nos perturba mucho más que si hubiera concluido en que era un psicópata asesino marcado con el estigma de Caín. De estos últimos podríamos protegernos, de los primeros no.
Mi pregunta después de haber leído la terrible biografía (de visitar Mauthausen y de estudiar durante años los horrores del siglo XX) sigue siendo la misma: ¿es factible que en estos momentos se esté gestando un liderazgo y unas teorías como las ideadas por las mentes de la Alemania de entre guerras? ¿Es posible que a algún(nos) lideres les de por culpar a elementos exteriores al país de origen de los males de una patria imaginaria? ¿Es posible que se asimilen los problemas económicos, sociales y políticos a elementos foráneos y como consecuencia se pretenda la eliminación de estos elementos?
No sé ustedes si tienen las respuestas. A mí me asusta escuchar discursos que me suponen responder a estas preguntas de forma afirmativa. Hace unos días se ha descartado una ley en el Parlamento español que intentaba racionalizar la llegada y su posterior integración de niños inmigrantes que se acinan en Canarias, sin medios y sin capacidad para atenderlos. En Gaza se dispara al corazón de pequeños, se bombardean hospitales donde las primeros en caer son niños pequeños, heridos, mujeres parturientas… Todo retrasmitido, todo contemplado por unos ojos (los nuestros) de indiferencia criminal.
Al fin, como les dije en el empiece del artículo, nuestro ciclo histórico no queda lejos de Atapuerca. O de Altamira… o, peor aún, de ese ciclo histórico que comprende desde el año 1934 hasta 1945, donde la perversidad más abyecta anidó en el alma humana.
María Toca Cañedo©
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