
Insistió tanto que me quedé con él. No era tanto que le creyera el hombre de mi vida como que me colmó de un agasajo que obnubiló la razón. Halagos frecuente cuando el trabajo apretaba. Detalles constantes, bombones, flores, sonrisa de empalago cuando el desanimo o la soledad me asaltaban. Y no es que yo estuviera mal, al contrario. Tanto mi vida persona como la profesional marchaban bien. Amigas, salidas nocturnas con divertimento, algún noviete espontaneo, nada firme pero todo amable. El trabajo con altos y bajos porque ser, eso que ahora llaman, emprendedora, no es una bicoca pero se me reconocía el valor. Talento y trabajo, era mi divisa. Intentaba derrochar ambos. Me abría camino. Sí, antes de que llegara él ya el camino estaba despejado.
Ya digo, no fue un gran amor, pero su condescendencia, su estar siempre ahí, de noche o de día me confundía a veces hasta nublar el pensamiento. Y luego la simpatía derrochada en el ámbito. Un tipo no demasiado importante pero encumbrado. La política de una ciudad pequeña es lo que tiene, se suben a ella los más mediocres, los inéditos, los que no tienen demasiada cobertura en otros ámbitos hasta dar con el sitio adecuando, edulcorar el halago hasta hacerlo imprescindible y medrar. Medrar y medrar hasta disponer de despacho propio, de amistades poderosas, de codearse con banqueras y empresarios…Además de con el pueblo llano. La política local es lo que tiene, que no exige mucho. La local y la otra, por lo que sabemos…
Oh, el pueblo llano, que ama al poder que lo chulea y ondula la espalda cuando el reflujo del sistema lo deslumbra. Y él deslumbraba porque era eso que se da en llamar “campechano”
“Habla con todos, que tipo tan sencillo, es amable, sonríe, ni un pelo se le despega de su cuidada cabellera entreverada en canas de hombre interesante”. Con cierto tufillo de hortera de bolera, pero al pueblo eso le mola. “Un tío divorciado, solitario, pobrecito tan dulce, mira cómo te mira, déjate querer amiga, que te conviene. Ese hombre bebe los vientos por ti y es importante. Amiga”.
Y rendí el fuerte. Ya te digo, no por convencimiento sí por derrota. La edad en que la hormona dirigida por el burdo patriarcado nos aprieta a pensar “se acaba, Mery, si quieres ser madre aprieta el paso porque se acaba” Y apreté.
Boda fanfarriesca con la jefa presente. Y la politicastria local en pleno. Fanfarria de gregario que simula ser poderoso y se queda en palanganero. Palanganero de la jefa, de los jefes, de los subalternos, de todo lo que huela a poder aunque sea apolillado poder local con las cloacas llenas de basura con ratas boicoteando una ciudad enrabietada de mierda y poco más.
Con la boda llegó el embarazo y luego otro. Casi sin notarlo la vida me cambió y él también. Lo que antes era dulzura y rendida pasión se convirtió en tirantez, miradas de censura y procacidad.
-¿Vas a ir así vestida? No es apropiado. Es un acto público y pareces…
-¿A dónde te crees que vas?
-Tú tienes trabajo porque yo soy quien soy. Sin mi no vales una mierda.
-Las niñas te necesitan, deja de monserguear por ahí. Ahora eres madre y pareces…
-No te las des de importante, guapa, yo soy el que abre las puerta, el que te da acceso.
Podría seguir, pero me asquea. Hasta que las palabras quedaron cortas y llegó el resto.
Y me cansé. Abrí la puerta, salí enfurecida más por mi inconsciencia que por su brutalidad. Entonces, el antes dulce cordero, se tornó en lobo feroz. Empujones, voces, persecuciones, insultos feraces. Llegó la denuncia. Las denuncias Llegó la sentencia. Llegaron las sentencias ganadas. Llegó la sibilina manipulación.
Fotos con las nenas, paseos con ellas tan bonitas por sitios bien públicos, para ser dibujado como padre modelo. Las nenas de su mano en el exterior. La gente en general, esa gente, aplaude, levanta el dedito en redes sociales para mostrarle solidaridad, simpatía, afecto.
Pobre hombre tan agradable y buen padre, que una mala mujer había denunciado y ganado dos veces. Dos. Dos sentencias. Dos.
Pero la gente seguía levantando el dedito, dando palmaditas.
-Todo va a ir bien.
-Que buen padre eres.
-Que majo y que perra ella.
-Las leyes apoyan a las mujeres y nos dejan a los hombres sin nada.
-No te preocupes, que verás como muerde el polvo.
-Las putas feminazis son todas iguales. Nos sangran y nos denuncian.
-Que buen padre eres, como abrazas a las nenas.
Y yo en silencio. Callada, supurando miedo cuando se las lleva. Sudando hasta verlas de vuelta. Goteando rabia ante los megustas, ante las palmaditas que el hombre mediocre recibe. Aspirando el asco de verle pavonearse cerca del poder porque nadie ha sido capaz de expulsarle del lugar que pagamos todas, yo también, una vez demostrado que es maltratador.
Ahí sigue. Amparado por otra mujer que es su jefa. Ahí sigue, pavoneándose algunas veces, otras vertiendo su mirada de corderito degollado, de víctima del feminazismo porque es tan buen padre, tan “campechano” tan gustoso del pueblo, él que tiene poder y mira que majo es.
Y le miro de lejos mientras recojo los juguetes de las nenas en casa, le veo marchar con las pequeñas en su cuatro por cuatro levantando el polvo del pavimento mientras reventada por el trabajo y el sinsentido me pregunto ¿dónde está la justicia?
Él sigue siendo el elegido, protegido por un poder tan sucio como apestoso. Él sigue, tan ufano, tan seguro de que nada le va a pasar porque el patriarcado sigue guareciendo al fuerte, al maltratador amable, al tirano. Siguen amparándole tanto que se me revuelven las tripas de pensar y pensar.
Claro que estoy tan cansada que ni me revuelvo.
María Toca Cañedo©
Para M.E.R, ya tú sabes hermana. No estás sola. Nunca estamos solas, aunque te lo hagan creer.
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