El debate sobre vientres de alquiler ha copado una parte importante de la agenda feminista, de la misma forma que ha sido utilizado como estandarte por algunos colectivos y partidos políticos en los últimos años. El Comité de Bioética desarrolló un amplio informe (2017) sobre los efectos de la práctica y, en consecuencia, los postulados feministas supieron ganar el pulso a la dialéctica que envuelve los discursos construidos desde conceptos sujetos a la libre elección. Entre la propaganda y cierto halo de filantropía edificada, no parece inoportuno situarnos en un escenario en el que la biotecnología aparezca como actor principal ante los denominados vientres de alquiler. La conversión de mujer a máquina, a la que se le incapacita de emociones, es un hecho en muchos lugares del mundo bien mediante un contrato privativo o sin él; lo único que se nos presenta libre en este convenio es el mercado de los cuerpos. A lo largo de este artículo haré una asociación en torno a los vientres de alquiler desde el concepto Cyborg que algunas feministas apuntaron en la década de los 70’s y 80’s, vehiculando la idea a una teórica liberación emancipadora femenina que propicia la desaparición de ciertos dualismos considerados como esencialistas. El artículo conecta el presente con un futurible en el que la cuestión reproductiva será manejada por medio de la mecanización de la mujer. El primer paso para legitimar esta acción es través de la legalización de los vientres de alquiler, que interviene como espolón direccionado hacia un contexto deshumanizador que afectaría, en mayor medida, a mujeres y a menores de edad.
En las prácticas actuales de los vientres de alquiler, el concepto de fabricación aparece a través de la manipulación de organismos vivos que son integrados artificiosamente en otros organismos de naturaleza humana; en este caso, el cuerpo de la mujer es el protagonista en un proceso desligado del vínculo emocional, pese a las acreditadas consecuencias físicas y psicológicas dadas en cualquier etapa durante el embarazo, el trabajo de parto y el postparto. No es casual que el feminismo utilice el paradigma de la incubadora o la máquina expendedora – términos que causan bastante indignación – al hablar de vientres de alquiler, ya que el cuerpo queda temporalmente expropiado en beneficio de una función mecánica específica: mantener con vida un cuerpo ‘ajeno’. Ese andamiaje construido desde un Otro dentro de otro Otro, formula multi-otredades que se adhieren en el proceso de mecanización, elemento clave postmodernista que teje el tapiz de un modelo económico y social que, lejos de liberar, somete y deshumaniza a las mujeres en brazos del capitalismo.
La legalización de los vientres de alquiler es una forma de mecanización reproductiva, cuyos fines comerciales tienen como punto de partida la demanda del deseo ayudado y motivado por la extensión capitalista del neoliberalismo. La industrialización reproductiva mediante vientres de alquiler, puede sostenerse desde la perspectiva del sistema de automatización. Las mujeres son meras autómatas en la cadena reproductiva en la que pueden observarse dispositivos operacionales relacionados con sistemas automatizados. Llamamos automatización a la conversión de un movimiento corporal o de un acto mental en un acto automático o involuntario.
Los objetivos de la automatización tienen como fin el aumento de productividad para la mejora del producto, que es manipulado y sometido a control. El control es, en este contexto, ejercido por parte del Estado y las agencias de subrogación debido a la demanda de compradores en busca de un producto específico: un bebé con carga genética.
La explotación del cuerpo femenino a través de la mecanización no es nueva; en tanto que el proceso de industrialización capitalista emergente durante la segunda mitad del siglo XVIII fue consolidándose, aparece una etapa de innovaciones técnicas donde cabe destacar el arte de la hilatura, una de las formas de explotación laboral menos reconocidas durante el desarrollo de acumulación capitalista.
El ciclo de hilatura requería de un importante sobreesfuerzo, pese a la intervención de las primeras máquinas de hilar que conseguían aumentar la productividad desempeñada por las trabajadoras del textil pero que, sin embargo, veían mermadas sus ganancias en beneficio de la plusvalía del fabricante. La entrada de nuevas máquinas facilitaban la producción a cambio del trabajo mecánico y alienante de las hilanderas, que terminaban mecanizadas física y mentalmente. Maxine Berg en La Era de Las Manufacturas, 1700-1820, denomina al proceso de industrialización textil ‘ tecnología femenina‘ ya que fue desarrollado históricamente por mujeres. El problema no es el avance de la tecnología, sino su uso y las consecuencias derivadas del mismo en sistemas capitalizados, principalmente si la mano de obra barata recae sobre la población femenina e infantil sobre-explotada. Las trabajadoras industrializadas del textil también tienen su propia historia de reclutamiento, tal y como podemos contrastar con las hilanderas de la Fábrica de Paños de Guadalajara – manufacturas auspiciadas por la Casa Real –, nicho de la economía sumergida de la época ( 1780-1900 ) controladas por el Estado que ordena redes de reclutamiento en las que se captaba a las trabajadoras desde las cárceles, hospicios, juntas de caridad y barrios precarizados bajo la consigna de ‘amor patriótico’.
La historia de la automatización pasa por diferentes fases, que están presentes en la Grecia clásica y que progresivamente terminaría calando en distintas esferas hasta la creación del androide, híbrido entre humano y máquina.
Son numerosos los ejemplos relacionados con la automatización en el mundo del arte; como el Gallo de la catedral de Estrasburgo (1.352), reloj en forma de gallo y el autómata más antiguo que se conserva en la actualidad.
Otra asociación que podemos encontrar en el espacio cultural, esta vez en un grabado de autoría desconocida, es la figura del Humani Victus Instrumenta (1569), en el que aparece un personaje ataviado con una multitud de instrumentos metálicos con apariencia robótica.
En la literatura, Edgar Allan Poe escribía El Jugador de Ajedrez de Maelzel (1835), un relato en el que describe la figura de un humanoide autómata accionado por un engranaje mecánico capaz de derrotar a múltiples rivales entre los que se encuentra el mismísimo Napoleón.
Una de las aportaciones del movimiento surrealista tiene que ver con la idea de expresar la verdad mediante la llamada escritura automática omitiendo la racionalidad. Posteriormente, en la década de los 80’s, encontramos la influencia de la teórica Teresa De Lauretis, cuyas aportaciones pasan por el estudio de género queer cinematográfico expresados en obras como Technologies of Gender (1987). De Lauretis es conocida también por haber acuñado el término ‘Queer theory‘.
En el orden simbólico que marca las cuestiones reproductiva, el avance de la técnica y la medicina reproducen nuevos algoritmos que permiten dar justificación a las demandas actuales; sin embargo, subyace el mismo imperativo que da carta de naturaleza a la función maternal de la mujer que se entrega, pasivamente, al poder de la medicina que actúa de manera determinada reduciéndose a una entidad fisiológica concebida para procrear y reproducirse. Pese a los avances en el mundo de la medicina, la clínica y patológica influencia del deseo sigue abocando a las mujeres al control reproductivo a través de técnicas que las mecaniza física y psicológicamente. Esta obsesiva idea de tener hijos hace que me surjan dudas y me obliga a cuestionar parámetros normativos dados como válidos.
¿Puede una sociedad que avanza hacia el progreso seguir sometiendo a las mujeres a prácticas de fecundación y reproducción asistida? ¿Qué supone la infertilidad en la sociedad actual? ¿Qué obsesiones permanecen almacenadas en la psique colectiva para que exista una demanda de paternidades y maternidades? ¿Hemos traspasado la frontera en las que se solicitaba descendencia con ayuda divina a otra en la que se solicita ayuda de la tecnoquimica para el mismo fin?
Herbert Marcuse, conocido como ‘ el padre de la nueva izquierda ‘ desarrolla en El hombre unidimensional ( 1965), una crítica fundamental para entender la sociedad industrial moderna fundamentada en el capitalismo temprano y la asimilación de necesidades ficticias debido a que la conciencia humana, en términos marxista, ha sido fetichizada; por ello, Marcuse aplica diferenciadores entre las necesidades reales – naturaleza humana – y las necesidades ficticias – las que se produce mediante la alienación de la conciencia de la sociedad industrial – , incidiendo en la responsabilidad de la familia ya, que, es en la niñez donde se produce la formación de la conciencia.
La sociedad industrial capitalista consigue mediante los medios de comunicación de masas introducirse en la esfera familiar consiguiendo moldear un arquetipo humano con necesidades modeladas que resultan alienantes y coercitivas.
En palabras de Marcuse:
《Lo que es falso no es el materialismo de esta forma de vida, sino la falta de libertad y la represión que encubre: reificación total en el fetichismo total de la mercancía. Se hace tanto más difícil traspasar esta forma de vida en cuanto que la satisfacción aumenta en función de la masa de mercancías. La satisfacción instintiva en el sistema de la no-libertad ayuda al sistema a perpetuarse. Ésta es la función social del nivel de vida creciente en las formas racionalizadas e interiorizadas de dominación》.
Cinco años después Shulamith Firestone, precursora del ciberfeminismo y siguiendo la línea de Marcuse, se centraba en la familia nuclear defendiendo su teoría de clases sexuales – en contraposición al concepto lucha de clases –. Debido a las circunstancias biológicas, la maternidad se convierte en la razón opresiva que imposibilita la liberación real de las mujeres. A lo largo de La dialéctica del sexo (1970) Firestone defiende, bajo la óptica radical, el avance tecnológico de los métodos reproductivos como las matrices artificiales o la creación de bebés mediante tubos de ensayo. Para la escritora, el núcleo de la opresión femenina hay que buscarlo en las funciones procreadoras y de crianza al establecerse, bajo la estructura, una forma de poder jerarquizada que aviva las propias represiones que presentan las familias nucleares patriarcales. Es necesario liberar al niño para liberar a la madre de la tiranía reproductiva y, para ello, es necesario acabar con la familia nuclear biológica. Según la autora, el desequilibrio sexual es la mayor causa de desigualdad social. Firestone consigue a través de la filosofía utópica feminista, señalar las causas opresivas de la mujer cuya emancipación es inviable sin la abolición de la familia institucional, las clases sexuales y la destrucción del capitalismo.
Poco antes de que se publicara en España la obra de Shulamith Firestone (1976), el avance de la tecnología automatizada hizo posible la instalación de los primeros cajeros automáticos. El impacto social generado no dejó indiferente a los bancos que anunciaban la revolucionaria medida con eslóganes en los que rezaba : » dinero en cualquier momento «. Una frase muy significativa que nos acerca al pasado y que describe perfectamente la evolución de la sociedad hasta la fecha. Con los cajeros automáticos llegaron las tarjetas de crédito, los primeros terminales móviles, los disquetes de memoria o el Walkman. Todos ellos son mecanismos tecnológicos que funcionan con la intervención directa del ser humano, convertido en un cyborg.
Un cyborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una realidad social y también de ficción. Así lo define Donna Haraway en Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo xx (1985). Haraway, desde una posición postmodernista, utiliza la imagen del cyborg como figura retórica para dar forma a su teoría utópica y de ficción. Para la autora, no hay ninguna esencia humana que determine la esencia de 《ser》 mujer. Bajo el subjetivismo filosófico va construyendo un futuro quimérico en el que pone en cuestión ciertos dualismos tales como : mente/cuerpo, animal/ máquina o idealismo/ materialismo con la intención de proponer una nueva identidad desde la tecnología. Dice Haraway que somos híbridos teorizados convertidos en cyborg ontológicamente. El cyborg, que es opositivo, se presenta como figura política en un mundo postgenérico. Estos postulados de apropiación tecnológica y científica, fueron recogidos en la década de los 90’s por otras teóricas feministas postestructuralistas como Judith Butler con su propuesta de la performatividad del género defendida por los apologético de la teoría queer.
La idea del híbrido aparece de manera reiterativa en el discurso queer, junto al cuestionamiento relativista del《ser》 individualizando al humano hasta desconectarlo de la realidad. La única salida ante la muerte de los grandes relatos – concepto de Lyotardes – es la creación de una trama que devenga a un estado de plenitud. La búsqueda de la plenitud finaliza en la felicidad basada en el deseo y la técnica. Postularse en un estadio antidualista es insuficiente, por lo que se precisa un punto de encuentro medular en el que deben incorporarse todas las personas para que pueda darse la no exclusión con la intervención de la tecnología.
En la tecnología automatizada que se da en los denominados vientres de alquiler el dualismo hombre/ mujer desaparece, por lo que es importante conceptualizar la realidad reproductiva; por ello, se habla de personas gestantes y no de mujeres gestantes, porque en el mundo de la ficción y el relativismo de la etapa postmoderna, la categoría mujer desde la biología, la naturaleza, la genitalidad y la reproductividad, ha pasado a ser un híbrido manipulado por la técnica y el Estado.
El problema es que no son cyborg, ni extensiones de telares mecánicos incorporándose a la industrialización; tampoco son subjetividades performativas, ni androides mecanizados. Tampoco son una ficción de fabricación aditiva, siguen siendo mujeres utilizadas con fines reproductivos que conviene deshumanizar para que la industria del deseo – el capitalismo neoliberal –, pueda seguir avanzando.
Aliza Díaz
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