Saben ustedes el susto que tengo. Estoy enferma de trascendencia. Es una enfermedad truculenta y purulenta, no les digo más. Afecta al intelecto volviéndolo apretado, aburrido, maltrecho de pura estulticia. Envara la figura, la seca, haciendo, los antes gráciles movimientos, meras contorsiones plúmbeas, espesas.
Asustada fui al médico. El galeno se rió al verme, confirmó mis sospechas de que se trataba de un virus recurrente. Afecta a las sinsorgas lectoras de diarios independientes, o de magazines com #LaPajarera, de libros sesudos, de pensamientos recios y de poca jarana. A poco, me auscultó, dando por buena la primera impresión. Prescribió un tratamiento masivo de besuqueo de niños, de tirarme al suelo, de saltar de trampolín y risa. Me dijo: mucha risa, señora, ante todo mucha risa. Esta trascendencia suya, solo la cura una dosis masiva de risa infantil.
A poco que me ocupe, imagino, paliaré los efectos virulentos del temido contagio. Claro, que mañana, volvemos a la fuente de la afección; me temo dolientes recaídas. Aunque sabiendo el origen, el tratamiento y como se intensifica, tomaré buena cuenta de terapéutica, poniendo esfuerzo y tino en contrarrestar a todos los infectados y fuentes recurrentes. Les mantendré informados.
Texto: María Toca
Imagen: Lola K.Cantos.
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