No hay razones, al menos si las hay yo las desconozco, para que algunas veces se me repita un sueño con un punto angustioso. Hoy me he despertado con el confort de saber que volvía del mundo de Morfeo; menos mal. Suelo ir a bordo de un vehículo que circula sobre raíles, que sube generalmente no a demasiada velocidad, que puede ser la cabina de un ascensor o el vagón de un tren, y que hoy en vez de avanzar por túneles o el interior de un edificio iba por campo abierto.
Puedo decir que mi vida es plácida. No le temo a nada ni he emprendido últimamente, (salvo escribir mi vida de Comisario retirado hace poco), nada con un destino concreto y, lo del sueño por tanto tendrá que seguro que lo tiene, su razón de ser, aunque me habré olvidado de ello en cuanto cambie de párrafo.
Mientras desayunaba, siempre lo hago antes de ir al gimnasio, he visto en el calendario que tengo pegado sobre la nevera, que la semana que viene es el cumpleaños de mi hijo.
Un año antes de mi baja en el cuerpo, su madre y yo decidimos divorciarnos de buenas. Consiguió que se lo diera casi todo a cambio de una supuesta normalidad, y de acallar mi conciencia que me hacía culpable de parar muy poco en casa. Cuando lo tuvo, emprendió la huida, primero a Madrid, y luego a Inglaterra. Lo hizo con un londinense que conoció en la Plaza Mayor. Esto mantiene a Carlitos, Carlos ya de casi metro ochenta y cinco, a muchos, demasiados kilómetros de mí. No la culpo. Siempre fue de las de romper hasta el fin de la costura, y teniendo la pasta, nunca valoró que un padre es necesario, claro un padre que esté para poder ejercer.
He cerrado billete de ida y vuelta en el día al aeropuerto de Luton. Después de las clases le veré un rato y se reirá de mi acento de inglés paleto. Así lo hemos hecho durante los últimos dos años, desde que yo volví a Sevilla, y nos ha ido bien. Hacemos un Skype un par de veces por semana, y compruebo con orgullo cómo ha desembarcado en los quince años.
Quizás este sea el punto de equilibrio de mi vida menos estable. La cosa va más lejos de perpetuar la especie. Los padres y las madres tenemos corazón y un hijo, no sale jamás de nuestras vidas.
Víctor González Izquierdo
Hola Victor, claro que un hijo nunca sale de tu vida.
Lo malo es que hay padres que los sacan a golpes. Ya no es no pagar su manutención, sino que cuando se separan de su mujer, tambien lo hacen de los hijos.
Que mal !!!!!!!