Aquel cura cabrón me llamó Aquiles. Fue en el campo de segundo, que tenía porterías y lindaba ya con la libertad, pasada la pocilga donde Florindo cuidaba dos o tres marranos, no más. A Florindo la pocilga le daba poco trabajo, porque los marranos son fáciles de conformar. Con que no les falte de comer y beber, las demás cosas como el acostarse o la conversación les da igual. A Florindo lo que le hacía sudar era la llegada del invierno. Y no porque tuviera confundido el circuito de refrigeración corporal como un taxista de Frankfurt a quien yo siempre llamaba para que me transportase a los sitios, sino porque era el experto en descargar en el patio los camiones de carbón y meter el carbón por las trampillas para alimentar la calefacción.
En aquel campo de segundo antes de cumplir yo 14 años marqué un gol de penalty con la puntera derecha y las botas prestadas de Segis, y otro gol de rabona rematando un córner ( entonces no se habían inventado los saques de esquina) lanzado por un compañero de cuyo nombre no me acuerdo. Yo era muy malo, pero lo pienso y creo que lo del holandés volador referido a Cruyff es excesivo, porque esas cosas las hacía yo. Eso sí, siempre en los momentos del partido en que el juego estaba parado y no había que correr.
El cura cabrón me llamó Aquiles en cuanto me vio jugar al balonmano, un balomano de mentira, igual que al beisbol apócrifo lo llamaban basquet. Yo creo que el Concilio Vaticano II les confundió mucho y habían oído campanas y no sabían para qué. El primero en darse cuenta de las mentiras fue mi compañero y amigo José Luis que tocaba la bandurria con la magia de uno de Cantalapiedra. Y eso era José Luis, uno de Cantalapiedra que estaba allí por equivocación. Era tan listo que antes de que cantase el gallo tres veces salió por patas.
El cura cabrón me llamó Aquiles en cuanto me vio correr. Eso de verme correr y reírse les ha pasado a todas. Incluso a mi santa la primera vez que la invité al teatro. Salir con una gachí y proponerle el teatro como efusión o expansión en vez de intromisión en un bailecito a media luz es hacer oposiciones a muermo, que eso lo tengo asumido. Sé que fuera de la posición horizontal pierdo mucho y me manejo muy mal.
Ya se murió el cura cabrón que me llamó Aquiles. Ya se murió el burro Aquiles que compró mi padre a Cándido el de La Tala cuando yo tenía 6 años. El burro Aquiles era muy grande y tenía miedo a los puentes, por eso los pasaba corriendo y había que estar muy atento para apretar más los muslos y agarrarte a la albarda. ¿ Qué extraño secreto había en la vida del burro Aquiles?
Todo pasa, nos dejó dicho don Antonio Machado Ruiz. Ahora que ya me he puesto viejo, más viejo, y cuando me dejo ver, que es menos que Greta Ludovisa Gustafsson con Dolores del Río en su declinar americano, me tienen que alzar como al Cristo de los Faroles en un atardecer capuchino. Soy cofrade de una ancianidad donde se ceban los olvidos. Isabel Ayuso me ha tenido en el desván durante tres años. Tres años incumpliendo una ley por la que me corresponde una señorita de compañía hasta la consulta de la loquera o al huertito para duquesas. Esta mañana me ha llamado: que sí, que ya llega la señorita. Luego ha seguido hablando y la señorita se ha convertido en Bienvenido Mister Marshall. Porque, como Ayuso es un producto de mercado, la señorita no tiene nada que ver con un servicio social sino con el mercado, un precio que no puede salir de mi bolsillo. Esperar tres años para una estafa.
Y una estafa sería que un escritor póstumo intentase publicar. ¿ Pero no es una estafa también el silencio sobre aquellos libros nasciturus que tratan como muertos?
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