Hay que hacerlo, me digo con desgana. Hay que felicitar la Navidad y referir algún recuerdo de la infancia, de esos que enternecen hasta humedecer los ojos y empapar el corazón de una mugre algodonosa de emoción barata. De acuerdo, aquí llega el mío, no digan que no cumplo con las normas.
Una mesa blanca, sillas alrededor, dos cuñadas que se aborrecen, tres cuñados que se ignoran, mis primos dando por el saco, una abuela sirviendo la cena contando por enésima vez como lo pasaron en la guerra y como libraron al abuelo Juan de un fusilamiento seguro. El abuelo Juan, callado, con los ojos vidriosos, aguzando su sordera y la memoria, recordando al hermano que no pudo salvarse y calló bajo balas salvadoras en una zanja de Vizcaya y al hijo muerto, ahogado en mala hora.
Más tarde, entrada la noche, compartiendo cama con mis primos, llegaban las risas, las cosquillas y el sueño, con alguna escapada a la cocina para robar turrón.
Que quieren que les diga, llevo poca nostalgia en el zurrón. De largo, prefiero las de ahora: cena lisonjera, días de escritura, lectura y tranquilidad. En soledad decidida y liberada.
Que sean felices de parte del equipo de #LaPajarera.
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