Crónica – La escritora y periodista peruana presentó en una librería de Santander, su última novela, Atusparia, con la que trasciende el inmovilismo del “arte por el arte” y agita a una izquierda adormecida que ha faltado a la responsabilidad histórica de tender la mano a quienes ahora se sienten abrazados por una ultraderecha que se presenta al mundo como el nuevo baluarte de la revolución.
A través de la que describe como “una especie de novela de aprendizaje”, Gabriela Wiener nos lleva de la mano de una joven chola que comienza a construir su bagaje cultural en un colegio soviético indigenista (luego patio trasero de EE.UU. y su sangrante neoliberalismo) que despierta en ella su conciencia de clase, su conciencia social, su sentido de las injusticias. Un sueño revolucionario que casi se pierde, que sufre una deriva al capricho del consumo y del placer en esa adolescencia postsovietica, de capitalismo puro, pero que luego agitan y recuperan las batallas campales en que se ve envuelta en el sur del Perú, al que es arrastrada por el llamado de sus raíces, por el clamor de los viejos ideales de su educación. Tras embarcarse en el movimiento indigenista de las Ritas, la que por entonces ya se hace llamar Atusparia en honor a su vieja escuela y al líder de la rebelión de Huaraz de 1885, decide desvincularse de la lucha armada y clandestina para emprender una transición política dentro del propio sistema institucional hacia otro fin, que no es ni una revolución definitiva ni una democracia liberal. Atusparia es tan solo una candidata de izquierda con una visión popular que, pese a actuar dentro de los canales de la legalidad constitucional vigente, el sistema del lawfare, apelando al terruqueo y sirviéndose del discurso incriminatorio de cualquier modalidad de ideal revolucionario de reminiscencias fujimoristas, lo vuelve en su contra, la anula y la encierra en una cárcel distópica. Atusparia es una obra de ficción, pero guarda grandes similitudes con la realidad vigente. Así, la presidenta Dina Boluarte, en el marco de las protestas que se desarrollaron en Perú entre diciembre de 2022 y marzo de 2023, y que se cobraron la vida de 49 personas, azuzó a las fuerzas policiales para arremeter contra unos manifestantes a los que consideraba “terroristas” y “criminales”.
En el encuentro entre la autora y sus lectores, éstos se mostraron especialmente interesados en conocer la opinión de Wiener acerca de esa inmovilidad de la izquierda, pero en un ámbito más delimitado y concreto, el de la migración. No es extraño. El pasado septiembre el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) lanzó una pregunta directa a la ciudadanía: “¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España?” El 30,4% de los encuestados señaló a la migración, escalando en tan solo tres meses del noveno al primer puesto en la lista de preocupaciones a nivel nacional, adelantándose así al paro, la economía y la discusión política. “Es ahora mismo un tema central en este país y en Europa”, insistía Wiener a tenor de aquella encuesta. “Desde los lugares de la derecha y la ultraderecha no hacen más que tratar de convencer a la gente que es la otra persona la que viene a quitarle su comida, a quitarle su trabajo. Es un momento de máxima vulnerabilidad”. Esencialmente porque la totalidad del espectro político se ha visto arrastrada por esa radicalización del mensaje y la imposición de la temática como problema sociopolítico, sin que el bloque progresista ofrezca una narrativa migratoria alternativa. “El Gobierno español no está tomando cartas en el asunto. En los temas migratorios tienen la misma mirada, la misma política que cualquier partido de derecha o ultraderecha. Y eso es de una responsabilidad histórica”. La autora aprovechó la ocasión para reclamar una escucha real de las demandas de los colectivos y los activismos migrantes, como la regularización de aquellas personas que se encuentran en situación irregular o la abolición de la ley de extranjería. “Las compañeras sudakas [refiriéndose a las integrantes de la iniciativa @Sudakasa], después de haber obtenido su ciudadanía, sus papeles, en lo que están es en lo que tendrían que estar estos gobiernos, en darle la mano a las personas que se van a quedar realmente en el desamparo absoluto”.
Estas migraciones tienen en realidad un trasfondo común: el patrón de poder capitalista eurocéntrico en su expansión colonial. Con la conquista hispano-lusitana se abrió un período de transición hacia un capitalismo primario agro-minero exportador de base colonial, que se consolidaría recién entrado el siglo XIX. La organización, el control y la apropiación del trabajo se configuraron bajo un patrón de dominación eurocéntrico en el que la idea de raza quedó configurada como un reflejo de la naturalización de las relaciones coloniales de dominación. La Teoría de la Dependencia nos permite conocer muy bien esa interrelación entre el proceso de desarrollo capitalista del centro y el proceso de subdesarrollo de la periferia. De forma genérica, podríamos definir la dependencia como la falta de capacidad para manipular los elementos operativos de un sistema económico. Esa incapacidad puede manifestarse de dos modos: mediante la transferencia de excedente desde la periferia hacia el centro, o mediante la consolidación de una estructura económica desequilibrada y dependiente del capital internacional y del sistema de poder mundial. “Muy pocas veces cuando se analiza el tema migrante se conecta con la situación de colonización del Sur. Todavía se dan saqueos y contaminación brutales. Hace poco en Perú se contaminó una enorme zona de mar por Repsol. Esto está pasando. En cualquier lado de Latinoamérica verás que el edificio más grande lo tiene Telefónica. […] Los nostálgicos imperialistas vienen a decir que son cosas del pasado, pero sabemos perfectamente que esto está vigente y que, además, atraviesa las realidades actuales de las relaciones con otros países y, por supuesto, la gente que se ve forzada y obligada a migrar”.
Emma Rivas Plata.
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