Hasta los ovarios de la supremacía machista.

 

En este momento histórico en el que tras la dimisión de Iñigo Errejón un sector de la izquierda se lleva las manos a la cabeza, atónito sobre cómo ha podido ocurrir que una persona, en apariencia comprometida con una sociedad más justa, haya tratado a varias mujeres de forma denigrante sin asumir la responsabilidad de sus actos, escudándose en el patriarcado; a mí no me sorprende ni un pelo. Lamentablemente a lo largo de mi vida me he cruzado con señoros por el estilo que predican una cosa y hacen justo la contraria en lo que se refiere a cuestiones feministas.

Por tanto, me gustaría compartir un episodio de absoluta supremacía machista que viví recientemente y que me ha marcado negativamente, dejando una herida muy profunda. Contando esto pretendo no solo ayudar a sanar una herida si no que me gustaría que a través de esta experiencia pudiésemos reflexionar sobre cómo lograr unas relaciones entre hombres y mujeres que no estén atravesadas por la desigualdad y el poder. Y así conseguir una sociedad más igualitaria y justa, en la que los varones dejen de relacionarse desde la superioridad y a ser conscientes de los privilegios sociales y culturales que tienen por el hecho de ser hombres y que de una vez por todas dejen de ejercer la dominación machista que tanto daño nos causa a las mujeres en todos los aspectos de nuestras vidas. Ya no podemos más.

Esta historia que me ha ocurrido recientemente también tiene que ver con un señoro de izquierdas que concretamente fue alcalde por Izquierda Unida entre 1997 y 2003 en un pequeño pueblo granadino limítrofe con Murcia, de esos que suelen ir con la palestina al cuello y la camiseta verde en defensa de la Educación Pública y que, como no podía ser de otra manera, ha estado no sé cuántas veces en Cuba, Venezuela y otros países de la onda bolivariana en América Latina. Para que veamos que el machismo está en todas partes, incluso en aquellas personas que se posicionan en contra de cualquier tipo de opresión y que sin embargo nunca se han cuestionado cómo el sexismo y la opresión sexista operan como sistemas de dominación de las que estos señoros son totalmente partícipes. Por muy moralmente superiores que se crean al resto.

Pues bien, volviendo a mi historia, resulta que encontrándome en un periodo de convalecencia por enfermedad en que me falta la energía y me canso mucho, recibo la visita de uno de estos señoros,  al que conocí mientras estudiaba en la universidad y con el que compartía espacios de militancia y reflexión. Desde que se auto invitó a visitarme ya que iba a estar por el norte de España y justo la ciudad en la que vivo le quedaba de camino, le comenté como era mi estado de salud y que quizás no era el mejor momento para recibir visitas. De hecho, sentía dentro de mí que no me apetecía recibir su visita. Sin embargo, siendo consciente de que muchas veces cuando cocinaba y llevaba un rato cortando y pelando verduras me cansaba mucho y también al limpiar la casa y él me había escrito lo siguiente: “voy a verte y a ayudarte, haré de comer, las compras, te fregaré y te hare los arreglos en la casa que necesites, no te preocupes de llaves ni de nada… Así que no quiero ser una carga” pensé que a lo mejor podría venirme bien una ayuda en la situación de vulnerabilidad y cansancio en la que me encontraba. Y eso que la frase de “te haré los arreglos en la casa que necesites” me chirrió por todos los lados porque ya dejaba ver el pensamiento machista de si una mujer vive sola, seguro que necesitará hacer arreglos en casa; como si una misma no fuese capaz de hacerlos.

A pesar de todo esto, tras darle muchas vueltas, sin pleno convencimiento y llena de dudas, me dije vamos a probar. Le dejé bien claro que no podía decirle cuanto tiempo podría estar en mi casa, todo dependía de mi estado de salud.

Así que llegó el maldito día de su llegada, en el que desde incluso antes de llegar ya estaba empezando a ser una carga para mí. En la última llamada que tuvimos antes de que llegase, él pretendía que fuese a buscarle a la estación, a pesar de mi cansancio y de encontrarse lejos de mi domicilio. Le explico las dos opciones para llegar a mi barrio y que para mí lo mejor es que coja el bus porque me queda más cerca. Teniendo en cuenta solo sus prioridades, para que pensar en la otra persona, decide venir en tren, ya que previamente había pasado varias horas en el bus y quería cambiar de medio de transporte. De camino a casa, le pido que caminemos más despacio, porque estoy muy cansada y empieza a disparar con un mansplaining de manual, cuestionando que no es normal tanto cansancio y a actuar como un falso médico (su formación no tiene que ver con ninguna rama de la salud). Permitiéndose encima señalar que la fatiga se deba probablemente a una mala alimentación y cuestionando incluso los alimentos que son incompatibles con la medicación y qué debería tomar o no. En ese estado de agotamiento, sin tan siquiera haber llegado a casa ya me siento harta de él y termino teniendo que dar explicaciones a alguien que no tiene ni idea de medicina y que aun así se permite cuestionar lo que puedo o no comer. Además de invalidar todo lo que le estoy diciendo desde el más puro capacitismo, haciendo hincapié en todo momento, en la buena forma en la que está él y que no para desde que se levanta hasta que se acuesta y en ningún momento se siente cansado. La verdad que no daba crédito a lo que tenía que aguantar. Tras llegar a casa, le enseño la habitación en la que dormirá y le digo que se vaya instalando que necesito tumbarme un rato en el sofá a descansar. Si antes de su llegada ya estaba cansada, el hecho de haber tenido que escuchar todos sus comentarios de superioridad machista, me dejó con la energía si cabe aún más por los suelos.

Durante la cena que previamente había preparado yo sola, estuvo (como es habitual en este tipo de señoros narcisistas) hablando casi todo el tiempo él y cuestionando que dormir hasta las 11 de la mañana, como hacía yo en estos momentos convalecientes, no tiene que ser nada bueno. En su opinión, con dormir seis o siete horas el cuerpo tiene suficiente, como en su caso, que además se pasa el día sin parar haciendo esto, lo otro y lo de más allá.

Tras haber tenido que escuchar todos estos juicios machistas y capacitistas, mi estado de agotamiento era extremo y me marché a la cama. No sin antes tener que volver a contestarle por tercera vez desde que había llegado a la pregunta de a qué hora me levantaría al día siguiente. Y qué iba a hacer él hasta esa hora, como si fuese asunto mío y eso que le había dado un juego de llaves para que entrase y saliese cuando quisiera y así no tener que estar pendiente de él.

Estando en la cama, era incapaz de dormir. No me podía creer que en la habitación de al lado tuviese a una persona que se supone que había venido a ayudarme y que desde el minuto cero, lo único que hacía era cuestionarme y darme consejos (sin habérselos pedido) sobre lo que tenía que hacer. Me parecía increíble su falta de empatía y su total arrogancia. Tenía muy claro que si al día siguiente volvía a percibir lo mismo le diría que se fuera. Me invadía una sensación súper incómoda y esa noche apenas logré dormir pensando en lo que había tenido que aguantar.

Al día siguiente, nada más levantarme, lejos de mejorar la situación no hizo más que empeorar. Para empezar, veo que había utilizado mi toalla y eso que le había dejado bien claro el día anterior que debíamos usar baños y toallas diferentes. Me dice que no me preocupe por él, que está bien fuerte y rebosante de salud y que no le afecta nada. Luego como yo desayuné bastante más tarde que él, hacia las 11:30, me pregunta cómo vamos a hacer para comer que él come siempre a la una y le digo que hay comida de sobra de lo que preparé el día anterior. Se muestra atónito de que vayamos a comer lo mismo que la noche anterior, ni que se hubiese criado en el Palacio de la Zarzuela, este señoro izquierdista. Así que si su exclusivo paladar quiere sabores diferentes cada día que se busque la vida, porque habiendo comida de sobra paso de cocinar más.

 

Tras comer, le pido que me saque una foto de una especie de sarpullido que me ha salido y que me causa mucho picor y se ríe de que le dé importancia a una tontería que según él era claramente una picadura de algún insecto. Al levantarme de la siesta le digo que voy a Urgencias al hospital ya que mi médica por la foto que le he mandado me pide que lo haga. Voy sola al hospital, ya que necesito poner distancia con la carga que él representa y a la vuelta me le encuentro paseando por el barrio y me pide que vaya con él. Le digo que tras el diagnóstico no tengo más que ganas de llorar y de empezar a tomar la medicación. Me responde que llorar no sirve de nada y que lo mejor que puedo hacer es ir a dar un paseo con él, porque además él había visto la zona afectada y claramente era algo sin ninguna importancia. Con esto, me hundo aún más en la tristeza y lloro como una Magdalena durante largo rato de camino a casa.

Compartiendo toda esta situación con una amiga médica, me doy cuenta de que tengo que decirle que se vaya. Su visita no está haciendo ningún bien, si no todo lo contrario y no me está suponiendo ninguna ayuda. Más bien está siendo un motivo de estrés extra, de preocupación y de mala energía que en estos momentos de vulnerabilidad no me puedo permitir. Así que en cuanto vuelve él a casa le cuento cómo está la situación y que ahora más que nunca necesito cuidarme y eliminar los factores de estrés mi vida y él constituye un factor de preocupación y de estrés importante.

Afortunadamente no se opone a marcharse y me pregunta cómo tiene que hacer para ir hasta casa de sus amigos en País Vasco, pretendiendo encima que yo le busque los horarios y que le cuente cómo tiene que hacer. Me siento exhausta, tras haber pasado más de dos horas en el hospital y empiezo a preparar la cena para irme lo antes posible a la cama, a ver si podía por fin descansar.  Él lejos de ayudarme, que era para lo que se supone que había venido, viene a la cocina para que le explique cómo tiene que hacer para llegar a la estación de autobuses. Le digo que necesito que me deje en paz, necesito silencio y bastante tengo yo con ocuparme de mi vida y de mi enfermedad como para encima tener que ocuparme de cómo llegará él a tal o cual sitio. Me dan ganas de gritarle y decirle que si no se da cuenta de lo que me cansa cocinar y ni se ofrece a ello y encima me pide que mientras lo estoy haciendo me ocupe de él. Quiero hacerle ver lo sumamente egoísta que es y lo que más me cabrea de todo que encima disfrace su maldito egoísmo de una falsa solidaridad y ayuda. Pero como sé que es un señoro que simplemente por el hecho de ser hombre, mayor que yo y que además goza de salud, se cree totalmente superior a mí, siento que no tiene ningún sentido hacerle ver esto. Como dice una amiga mía, para quien no quiere ver, no valen argumentos. Así que pienso que es mejor no empezar a discutir porque lo único que va a servir es para enfadarme aún más.

Entonces le pido que necesito estar sola, hasta que se vaya al día siguiente, en espacios separados de él en todo momento y no verle. Soy tan tonta que le tenía que haber pedido que se fuera en ese mismo momento para quitarme esa carga tan nociva lo antes posible, pero como yo sí que tengo empatía y eran las ocho de la tarde y afuera estaba ya oscuro le permití que se quedase hasta el día siguiente para que no tuviese que buscar un sitio donde quedarse esa noche y eso  que económicamente se lo podía permitir sin problemas.

Esa noche, como la anterior, no pude pegar ojo y encima cada vez que iba al baño cruzaba los dedos para no encontrármelo por el pasillo, lo último que quería era volverle a ver. Es triste que una, ni en su propio hogar, pueda sentirse tranquila de ir al baño por encontrarse con una persona non grata.

A la mañana siguiente cuando me levanté, afortunadamente ya se había ido, pero me dio muchísima rabia de que hubiese dejado la habitación en la que durmió con migas y cacahuetes por el suelo, lo mismo que en la cocina, donde había dejado los restos de lo que había comido en la mesa y en el suelo y también en la alfombra y el sofá de la sala, por no hablar de los pelos que dejó en la ducha. Así que esta visita que se suponía que no iba a ser una carga si no una ayuda, se convirtió en un factor de estrés y en trabajo extra para mí. Volver a dejar la casa limpia, como estaba antes de que llegase, junto con cambiar las sábanas y toallas me llevó esfuerzo y horas y tras eso terminé totalmente exhausta y con una rabia increíble.

Y casualmente (o más bien causalmente) al día siguiente terminé en el hospital de nuevo. A lo que había contribuido en gran medida todo el trabajo, esfuerzo y estrés que conllevó esta nociva visita.

Tras este desafortunado episodio me pregunto más que nunca qué más debemos hacer como sociedad para lograr relaciones entre hombres y mujeres libres de dominación y desigualdad. Al igual que conseguir que muchos de los hombres, que se creen el centro del universo, ya que han sido educados desde pequeños como tal, empiecen a desarrollar la escucha activa y la empatía y puedan empezar a ver las necesidades de las demás personas. También estaría bien que empezaran a responsabilizarse de las consecuencias dañinas de sus comportamientos y actitudes y que las repararan para así evitar que estas se repitan. Pero viendo el tipo de masculinidades que tenemos parece que esto es mucho pedir.

Mientras tanto menos mal que nos quedan nuestros espacios de mujeres para poder desahogar y seguir luchando juntas por el fin del patriarcado. Nuestra salud física y mental está en juego.

Para terminar, me gustaría decirles a los señoros de izquierdas, como este, que podéis seguir combatiendo todas las opresiones que consideréis oportunas. Sin embargo, mientras sigáis oprimiendo a la mitad de la población, por el hecho de ser mujeres, seguiréis siendo unos verdaderos hipócritas.

 

Una feminista hasta los ovarios de la supremacía machista.

 

 

 

 

1 comentario

  1. Terrible situación.Lo que no entiendo es como en algún momento no se le exigió al señoro que cumpliera su promesa de ayudar haciendo la comida, al menos .

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