Una vez más el circo televisivo levanta el ánimo del ciudadano. Una vez más (y van…) al despertar de un plácido sábado, me encuentro con el tropel de trending tropic desbravados por las ocurrencias de unos programas de amarillismo político, similares a los tabloides más cutres de las celebrities. El Sálvame político que se montan en la Sexta los sábados por la noche, da para eso y más. Lo que sorprende y mucho, es que nos sorprendamos.
En una ocasión, me llamó una televisión para hacerme una entrevista ya que estábamos organizando un congreso en mi ciudad. Me citaban en calidad de nutricionista y acupuntora además de ser una de las organizadoras del evento, cual sería mi sorpresa cuando el presentador, por teléfono, mientras explicaba cómo era el formato y lo que pretendían de mí, me pidió que le ¡pinchara puntos de acupuntura! frente a las cámaras. Mi indignación, le hicieron desistir de ello, al explicarle que mi profesión había supuesto cinco años de estudio y mucha dedicación posterior, que era muy serio y jamás me prestaría a circos mediáticos. La decepción del chico fue expresiva. Fui al programa, hice una entrevista fundada, que no aburrida y me fui a casa. Evidentemente, no saltaron los índices de audiencia, como lo hubieran hecho de haberme prestado a la mascarada. Tampoco me volvieron a llamar ni me convertí en asidua tertuliana como se me indicó, de haberme prestado a lo demandado.
Con esta anécdota quiero decir, que la televisión, la prensa escrita, vive del circo mediático. Vive del grito, de la maledicencia, el fusilamiento dialéctico y personal del peor gusto. Es así y no necesitamos demostración. Y es así porque se ve. Tenemos (o tienen, porque les juro que en cuanto hay grito o insulto me bloqueo y/o apago redes sociales, televisión y hasta la voz. No tiene más mérito que la imposibilidad de recibir agresividad y malas formas) Tal como pasa en los accidentes o en los sucesos macabros, un morbo maléfico nos hace mirar el espectáculo de sangre, vísceras por más procaz que sea. Luego sí, salimos huyendo despotricando y sufriendo el desarme del dolor. Pero se mira.
Contemplar a unos “periodistas” vomitar insultos, mentiras, maledicencias, medias verdades, acusaciones sin rigor, es deleznable. Pero se hace. Y lo ponen por eso. No se engañen ustedes, con cada exabrupto de Inda o Maruhenda, se hace caja. Por eso están. Me divierte cuando leo que alguien se pregunta, por qué los mantienen si son tan malos: porque se ven, porque hacen caja, porque sube la audiencia con cada grito, cada mentira, cada exabrupto. Como cuando miramos las vísceras del accidentado. Nos horroriza, pero miramos…
Tienen (mos) el arma en la mano. No el Change de turno (reconozco que algo de risa me da cuando piden firmas para que se retire determinado programa) El apagón le damos en casa con el mando. No lo hacemos, ergo ellos hacen caja. Y siguen.
Si en vez de optar por literatura, artículos cuidados, poesía, #LaPajarera, hubiera optado por cotilleo de políticos, de famosetes, por enredar en la mierda, para que me entiendan, hoy tendríamos en vez de los tres mil lectores: trescientos mil. O tres millones, como el ínclito Ojeda que sobrepasa esa cifra con sus cuñadismos horteras. El mal gusto, gusta; se ve, hace caja. Lo dijo cuándo le recriminaron su error al confundir a Copérnico con Colón: reíros, reíros, que yo sigo ganando miles de euros con la risa…
El mal gusto, la chabacanería, la maledicencia, el amarillismo feroz, se ha instaurado en los medios de comunicación. Si yo encabezo este articulo con una palabra gruesa, o un epíteto mal sonante, suben como la espuma los lectores (lo hemos comprobado…con la palabra puta) Las vísceras llaman a nuestros ojos. Y hacen caja. Y siguen.
#MaríaToca
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