Cuatro pequeños años y multitud de respuestas. Tenía la cara hinchada de esteroides, una figura de adulto en miniatura, un padre que cargaba con él a hombros para que sonriera. Hablaba como solo saben hablar quienes tienen libertad para hacerlo, con palabras contundentes y justas. Le habían dado un programa de radio en su pueblo natal que transmitía a toda la provincia; debatía sobre deportes, enfermedades, amores. Tenía la labia de los niños enfermos y la sabiduría de quien mira directamente a los ojos de la muerte. Tenía cuatro años y yo debía hacerle una médula ósea de control con anestesia local. Pesaba 10 kilos , sobraba camilla y , a mí, adrenalina. Me acompañaba la residente mayor de medicina interna que rotaba en ese momento junto a mí. Cuando lo tuve dispuesto, abrazado a su padre en la cama de exploración, cuando estaba a punto de empezar a poner la anestesia, se flexionó hacia atrás y se giró como un arco, me miró directamente a los ojos y preguntó:
– ¿estás segura de que sabes lo que estás haciendo?
Mi compañera se marchó, me abandono también la enfermera. Alcancé a hacer todo el ritual como si fuese otra persona. Se puso de pie en la camilla al terminar: -te felicito, eres la bomba. Hablaré de ti en mi programa.
Y así nos dejó Julio, a los cuatro pequeños y puteados años, con un beso y una precaución grabada para siempre en mi memoria.
-¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo?
Texto: María Alcocer.
Qué maravilla, qué fuerza, qué grande y a veces dura es la vida!