-Me voy amigo
– ¡Ahora no! Estamos en mitad de la partida.
– Esta la jugarás tú solo…
– Lo dices porque ibas perdiendo
– Lo digo, porque mi película terminó y al final muere el malo.
– ¿Y las promesas? ¿ Los proyectos? ¿Las ilusiones?
-Las promesas, ¿Quién no ha roto una alguna vez? Los proyectos están encarrilados y la ilusión, con esa me marcho yo. Veo cumplidos mis deseos y es hora de caminar solo en mi última andadura.
-Tú siempre explorando nuevos caminos, siempre te gustó ser el primero en todo. No es envidia lo que me hace hablar así, es rabia contenida, estábamos también y ahora te marchas.
– Me voy solo, porque este camino es individual, pero tengo la mochila llena de recuerdos, momentos alegres que superan a las penurias del principio. Ves mi sonrisa, acaso crees que estoy triste, que más se puede pedir, he vivido la vida que siempre deseé. Dame la mano amigo.
Se la puso en el pecho, el ruido era muy pausado, casi imperceptible, acercó la oreja y fueron los últimos latidos de un maltrecho corazón.
No murió de amor, tampoco de pena, fue por dignidad, la batalla la ganó él, que fue quien decidió cuando marchar.
Él puso la banda sonora a su película, a mí solo me quedo bajar el telón, sus ojos aún me miraban cuando se los cerré.
Los míos estaban secos se lo había prometido, pero ¿Quién no ha roto alguna promesa alguna vez?
Busqué al guardián del pantano y le dije que soltara toda el agua, meses de sequía, alguna lágrima furtiva en la soledad de la noche, ahora todo daba igual.
Por una muerte digna.
Alberto Allen del Campo
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