
Cada año se publican nuevos informes sobre la calidad del aire que respiramos en la ciudad de Madrid. Nos contaron que los siete millones de madrileños estuvieron de nuevo expuestos a una contaminación por encima de los límites aprobados en la UE.
De nuevo se sobrepasó, en numerosas ocasiones, el límite de contaminación por ozono en el aire que respiramos. La ciudad de Madrid y su área metropolitana incumple el límite legal de dióxido de nitrógeno. Las partículas en suspensión de ozono troposférico han aumentado un 30% en 2024. Ellas no distinguen entre las señoras decentes del barrio de Salamanca y las parias que van a pasear abuelos por dos duros. Ambas se exponen por igual a las enfermedades respiratorias, cardiovasculares y al cáncer de pulmón.
La entusiasta política del ayuntamiento por hacer una de las mayores ciudades sartén, con su tala masiva de arbolado para dejar solares privatizables para eventos en el área metropolitana, unido a que 2024 fue el tercer año más cálido desde 1961, ha agravado aún más la mala calidad del aire que respiramos. La estación Casa de Campo presentó el peor balance de todo el Estado, con 70 días de superación de los valores legales (casi el triple de lo permitido).
Esto, que debería afrontarse como una emergencia sanitaria, no parece importarle a nadie. Nada menos que 5.400 personas mueren al año en la Comunidad de Madrid por causas directamente atribuibles a la contaminación de los coches. Ecologistas en Acción realizó varias campañas de medición en accesos a colegios con más tráfico motorizado y comprobó que la población infantil está aún más expuesta a los niveles elevados de contaminación de las estaciones oficiales (que la propia Comunidad de Madrid desplazó hace años hacia la periferia, para poder decir que mejoraba la calidad del aire).
Sin embargo, cada día seguimos viendo (y cada vez más) cómo no solo sigue habiendo aglomeraciones y atascos, sino que cientos, miles de vehículos, permanecen aparcados en la vía pública (pero con el motor en marcha) con una persona dentro que está comiendo, cargando el móvil o incluso durmiendo la siesta, como si el coche fuera un refrigerador natural e inocuo. Un jardín particular rodeado de árboles. En las calles es muy fácil encontrarse a gente esperando con el motor arrancado y el aire puesto (no solo taxis y Cabify, sino cualquier otra persona que quiere esperar a alguien durante quince, veinte minutos o media hora) para «estar más fresquito» mientras emite doblemente veneno a la atmósfera (los que libera el tubo de escape y los gases del aire acondicionado).
Yo he llegado a ver parejas saliendo de la heladería (habiendo sitio climatizado en el local) para irse a comer el helado dentro del coche y ponerse el aire acondicionado, estacionados en la vía pública, en su pequeña y estúpida burbuja del bienestar, mientras aportan su granito tóxico a la enfermedad para todos.
Tras las emisiones de los aviones (que también dan para otro post en esta cultura de la negligencia global), la tercera causa principal de la contaminación del aire son los aires acondicionados. Casi el 20% de las emisiones provienen de ese símbolo de la «buena vida» (más del doble de lo que emite la industria).
Suena a distopía, a escena tonta en película de serie B… pero no, es la ciudad de Madrid, con sus habitantes apostando entusiastas por envenenarse a sí mismos, inmolándose felices con la satisfacción de habitar una extraña idea de éxito en la que la victoria les mira sonriente.
Igor del Barrio
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