La isla bonita

La Palma deslumbra por ser uno de los mejores lugares del planeta para ver en su noche el titilante manto de estrellas. También por conformar uno de los lugares con mayor actividad volcánica del mundo, con sus constantes erupciones escupiendo sangre desde el corazón de la tierra, modelando fieramente el paisaje desde hace dos millones de años, con sus calderas, sus salvajes precipicios y el inmenso mar golpeando la roca negra. Fue la primera isla española en recibir el reconocimiento internacional de reserva de la biosfera. Como el resto del archipiélago, es acariciado por los vientos alisios, con lo que guarda una temperatura ideal durante todo el año, lejos de las temperaturas extremas del continente africano. Y de él también es originario un árbol-dragón que, cuando le cortan su dura piel de cortezas, sangra.
Todo esto lo hemos oído en los anuncios o leído en los folletos de las agencias de viajes. Y no es muy distinta la información que recibimos en la escuela.
Pero hay otras historias en esta historia, como que sus primitivos habitantes, los benahoaritas, provenían de tribus africanas bereberes o amazigh, y habitaron las cuevas de la isla durante casi dos milenios con su carácter guerrero. Y donde la mujer tenía un papel trascendente en la cultura e incluso en la guerra (están documentados enfrentamientos heroicos de mujeres para defender a su pueblo frente a la conquista española). Profundamente religiosos, adoraban al sol y también a la luna, como deidad femenina. Tanta presencia de la mujer debió horrorizar a los conquistadores que la tomaron en 1493 para el oscuro imperio del siglo XVI, experto en hacer desaparecer culturas diferentes.
También hay otra historia, más moderna, que conecta volcanes y primaveras con la sangre y el horror. Cuando el 18 de julio de 1936 los generales golpistas ejecutan su alzamiento militar contra la II República, la isla de la Palma fue la única del archipiélago canario que resistió el golpe. En La Palma había ganado el Frente Popular las elecciones y la presencia comunista se había hecho patente en la masiva manifestación del Primero de Mayo. Así que, cuando llegaron las noticias del levantamiento militar, fue respondido con un levantamiento popular que dio paso a la llamada “Semana roja”. A pesar del nombre, no se trató de ninguna semana sangrienta (la sangre vendría después) sino de la organización obrera para declarar la huelga general y organizar la resistencia al golpe de Estado, encerrando a policía y guardia civil en la cárcel provincial para evitar que conspiraran y cercando el cuartel del Ejército. Pero, si Dios hizo el mundo en siete días y al octavo llegó la redención del hombre, estos siete días de esperanza terminaron con un octavo en el que se presentó de nuevo la muerte con uniforme godo.
El ejército español, tras una intentona fallida con un buque de guerra, manda el cañonero Canalejas el día 25 de julio para abrir fuego contra la isla. La represión fue salvaje, y en la cacería de políticos y sindicalistas cerca de 400 personas pierden la vida sin que haya habido combates ni frente de guerra. De entre los detenidos, alguno acabaría llegando deportado a Mauthausen. Parte de los resistentes, unos 200, decidieron echarse al monte, esperanzados con que el golpe fascista no triunfara en la península, y les esperaría un trágico final. Otros pudieron escapar en barco.
Entre la historia callada por el miedo, el silencio habla de ejecuciones en los numerosos barrancos de la isla, que quedarían desaparecidos como fantasmas, e incluso de personas arrojadas a la boca de los tubos volcánicos.
Uno de los asesinados fue el alcalde republicano de Los Llanos de Aridane. Una persona había oído hablar, de niño, del lugar en el que estaría la fosa en la que le enterraron, junto a dos personas más, porque su padre se lo contó bajo la condición de que no dijera nada hasta que muriera. Cuando el secreto llegó hasta los familiares del alcalde, que le buscaban desesperadamente desde su desaparición, sus hijos se lanzaron a localizar sus restos. La pista era un árbol, el “pino del consuelo”, en los pinares del sur de la isla sobre las coladas de un volcán, en una ladera a unos cien metros sobre la carretera. Así, ellos mismos, en 1994, recuperan los huesos de su padre, de un concejal, del presidente del gremio de los sindicatos y de otras dos personas, amontonados sin el menor cuidado a poco más de metro y medio de profundidad.
En sucesivos hallazgos, otros familiares han ido encontrando más restos de “los 13 de Fuencaliente” que conformaban once miembros de la resistencia republicana que habían huido al monte en julio del 36, junto con otras dos personas que les proporcionaron comida y ropa, todas ellas detenidas y fusiladas en enero de 1937 entre pinos que soñaban con ser dragos milenarios, acogiendo la sangre humana en su vientre. Aralda Rodríguez tenía un año cuando se llevaron a su padre de casa, por haber sido de los que entregaban comida a la resistencia. En los setenta años de soledad de la fosa, las raíces de los árboles se enredaban, alimentando de abrazos los huesos de los ejecutados bajo la tierra.
Hoy, cuando la única bandera roja que se ve en la isla es la que advierte de que el mar está bravo y los turistas no se pueden bañar en la playa, aún quedan en la zona más de 40 víctimas por localizar.
En esa historia olvidada también hay otras microhistorias, como las de los 128.000 canarios que en tal solo ocho años migraron a América, entre los que se encontraban muchos niños que viajaban solos y sin pasaje, subidos al barco en marcha desde pequeñas embarcaciones una vez comenzado el viaje.
Todas estas historias náufragas vagan en el océano de la desmemoria, en un país que camina sobre un horizonte sin recuerdos de lo que fuimos.
Igor del Barrio.
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Periodista. Bloguero.Escritor

1 comentario

  1. Impresionante relato. Soy una enamorada de La Palma, y en las varias estancias que hemos hecho allí, núnca nadie nos habló de parecidos hechos. Y es que el miedo subyace … y más tratándose de islas. ¡¡Qué pena de pais, el nuestro!! Gracias por contarlo.

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