Sueñan los liberales con ser la banca del monopoly, y que no haya más reglas que las que a ellos convenga. En ese extraño concepto de libertad, quien tiene dinero vende, compra y elige. El poder de elegir es un privilegio para quien tiene acceso al dinero. Así, quien acumula plata elige propiedades, inversiones, la escuela elitista a la que llevar a sus hijos (que perpetuarán la usurpación de los espacios de poder), el mejor cuidado de sus mayores… A veces hasta elige gobiernos y jueces… porque en su tablero todo está en venta. Y también decide lo qué sí y lo qué no. Desde qué es un golpe de estado y qué no lo es, hasta qué es un insulto. Porque ¿insulta igual la izquierda que la derecha?
En España, que vive bajo un lawfare descarado desde 2014 y con una oposición de derechas desbocada desde el 7 de enero de 2020, que va in crescendo desde las últimas elecciones del 23-J, asistimos perplejos a una victimización de la derecha. Repite insistentemente Feijoo en todos los medios que el presidente le insulta cada día. En su carrera política tiene vínculos directos con un narco y contrabandista, así como numerosos casos de enchufismo político o desfalco de las arcas públicas gallegas… pero, quitando cuando le recuerdan esa foto del narco con un chorrazo de crema solar en el omóplato, no encontrarás ningún insulto de la izquierda hacia su persona.
Sin embargo, la derecha política y mediática, una vez perdido el discurso de las ideas, se supera cada día en la búsqueda de nuevas formas de atacar al rival político.
Cuando en 2020 Sánchez fue investido con el apoyo de las izquierdas soberanistas, un grupo de ex altos mandos militares se mandaba mensajes del tipo “No queda más remedio que fusilar a 26 millones de hijos de puta”. No encuentro nada parecido que se pueda encontrar en ningún foro similar en la izquierda, porque no me imagino en este país post franquista un grupo de militares (y menos de altos cargos) que sean de izquierda.
En este país ha habido periodistas que han lanzado amenazas a políticos de izquierda, aparte de inventarse todo tipo de noticias para destruirlos. Se han mofado de Irene Montero por haber trabajado de cajera, o de Pablo Fernández por haberlo hecho en un quiosco de prensa. Pero nunca lo hicieron sobre las personas del Partido Popular o Vox que no han tenido trabajo previo que no haya sido en el partido (o que Ayuso solo tuviera experiencia profesional previa como Community Manager de la cuenta de Twitter del perro de Esperanza Aguirre).
Cuando Ayuso dijo aquello de: “Si te llaman fascista, es que estás en el lado correcto de la Historia” no sorprendió a nadie en este país. No me imagino a Pedro Sánchez afirmando orgulloso: “si te llaman etarra, es que estás en el lado correcto de la Historia”.
Poco después de aquella declaración, el alcalde de Madrid, entre risitas, como es habitual, proclamó: “porque, ¡seremos fascistas, pero sabemos gobernar!”. ¿Alguien se imagina a Pedro Sánchez descojonándose en un mitin diciendo “porque, ¡seremos etarras, pero sabemos gobernar!”. No dudo de que, en ese mismo instante, saldría todo el mundo en tromba a pedir respeto por esa burla a las víctimas.
A la derecha se le permite absolutamente todo. Cuando comenzó el genocidio israelí en Gaza, Sánchez, tras condenar el ataque de Hamás, pidió a Israel una respuesta mesurada. El alcalde de Madrid salió entonces con su tono habitual a decir que, tras ETA y los independentistas catalanes condenados, los terroristas de Hamás eran sus nuevos mejores amigos. Sacó una foto de un grupo de milicianos armados de Hamás e insistió: “Miren, los nuevos mejores amigos de Sánchez, ¡qué pintas de pacifistas y aliados de la paz…!”, para acabar con el chascarrillo de que le gustaba la fruta.
Todo esto lo dice el alcalde de una ciudad en la que se han permitido recientemente desfiles conmemorando a la División Azul (que mantiene su homenaje en una de las calles del centro de la capital). En estas marchas hay esvásticas, discursos antisemitas y saludos nazis. El alcalde los defendió y los medios de comunicación españoles reaccionaron entrevistando a la portavoz, denominándola el diario El Mundo “la nueva musa” de la extrema derecha (antes ya había habido otra a quien también invitaron a difundir su discurso en todos los platós).
En los plenos del ayuntamiento, al partido Más Madrid lo llaman Ha-Más Madrid, por pedir el final del genocidio en Gaza. No encuentro nada que se parezca ni de lejos a algo tan repugnante.
Hoy mismo, el director general de Economía de Ayuso ha llamado “cabrones” en un tuit a varios ministros del Gobierno. Después no ha pedido perdón, ni nada por el estilo. Ha dicho que habrá sido el autocorrector. Todo en orden. Circulen.
El jefe de prensa de Ayuso amenazó a una periodista con “triturarles” a ella y su medio, un digital progresista, por publicar grabaciones del sumario del novio de Ayuso. Este tipo ya protagonizó hace años incidentes similares. Pero son los que te dicen que la libertad de prensa es que ellos puedan seguir derivando cientos de miles de euros públicos a medios de agitación ultra para difundir bulos y atacar a políticos de izquierda.
Uno de estos pseudoperiodistas, con acreditación en el Congreso, llamó “hija de puta” a la dirigente de EH Bildu por no contestar a sus preguntas.
En el primer puesto de los insultos cavernícolas, claro está, queda el “hijo de puta” que lanzó Ayuso a Pedro Sánchez en el hemiciclo. Reconocieron que lo lanzó, pero nunca pidió disculpas por ello, sino que lo utilizó para un chascarrillo (“me gusta la fruta”) que dio lugar a campañas, camisetas y demás gracias de esas que les encanta a la derecha de pandereta más folclórica.
Ojo, Almeida, recientemente, ha manifestado que insultar a un jefe de Estado no tiene otra salida que el cese o la dimisión. Pero, claro, esto lo decía porque, en una charla con universitarios, un ministro de Sánchez insinuó que el presidente argentino tomaba sustancias en la campaña electoral. Nada que ver con ir al Congreso a insultar al tuyo, que eso es bien. A mí que me avisen cuando un dirigente político de izquierdas grite “hijo de puta” a un presidente popular en sede parlamentaria.
La única ocasión que recuerdo que un político de izquierdas lanzó exabruptos en el Congreso fue Labordeta, hace más de 20 años. El profesor, diputado por la Chunta Aragonesista, harto de recibir insultos y gritos («¡Vete con la mochila!», «¿Qué dices, cantautor de las narices?», le gritaban para no dejarle hablar) reventó y les espetó desde la tribuna con su particular tono: «Ustedes están habituados a hablar siempre, porque han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad, ¡joder!”. Y les mandó «a la mierda».
Una forma bien distinta de manejar la rabia… ¿qué hizo la bancada popular? ¿Mostrar respeto por los represaliados a quien Labordeta ponía voz? Claro que no. Como se ve en los vídeos de YouTube, lo que hicieron fue reírse a carcajadas en su cara, tronchándose en los asientos y gritándole cosas como: «¡Tus canciones sí que son una tortura!».
Años atrás queda también el grito de “¡Que les jodan!” de una Fabra (de la estirpe más corrupta del Levante) cuando el PP aprobada en el Parlamento el recorte en las ayudas a los parados. Este grito es otro privilegio que solo ostentan aquellos a quien les toca la lotería siete veces.
Otro diputado del PP le gritó: “¡Vete al médico!” a un diputado de izquierdas cuando hablaba de proteger la salud mental. Ningún problema.
Cuando a Ayuso le han preguntado por los 7.291 mayores a quienes prohibió derivar a hospitales por no tener contratado seguro de salud privado, condenándoles a una muerte horrible, ha soltado todo tipo de improperios (tipo “bueno, que sí, que paso”, y negándose a hablar en la supuesta casa de la soberanía). Lo último que argumentó en la Asamblea de Madrid fue que “se iban a morir igual”. Ese desprecio a las víctimas es absolutamente impensable cuando las víctimas no son de tu misma clase. Esto recuerda a cómo hicieron la vida imposible a Pilar Manjón, por no bailarles el agua con la asociación de víctimas del 11-M.
Cuando hablamos de las víctimas del franquismo también hay una larga lista de desprecios insoportables de la bancada de la derecha, que son incomparables a ninguna actuación de la izquierda. En su momento, Pablo Casado, también entre risas, se mofaba de los familiares de los represaliados del franquismo que aún buscan los huesos de sus padres y abuelos en fosas comunes. “Estos de la memoria histórica son unos carcas. Están todo el día con la guerra del abuelo, con la fosa de no sé quién…”, decía, mientras el auditorio se descojonaba y aplaudía.
Otro cargo del PP lanzó que los familiares de las víctimas del franquismo solo se acuerdan de sus familiares cuando hay subvenciones.
Sobre ETA, qué decir… cuando el Parlamento aprobó la nueva Ley de Vivienda, el PP denunció que esa ley social nacía “con las manos manchadas de sangre”. Todo porque había contado con el apoyo de EH Bildu. Y lo dice un partido que nació de la amnistía general del franquismo y fue fundado por siete de sus jerarcas. De nuevo, ese extraño e interesado doble rasero.
Amantes del chascarrillo, han llegado a posar con camisetas en la campaña electoral con el lema “Que te vote Txapote” y corearlo en los mítines. Pero para ellos, insulto es llamar nazis a quienes iban a Ferraz con simbología ultra o haciendo el saludo nazi, apaleando un muñeco del presidente, sacando muñecas hinchables para representar a las ministras del PSOE, cortando la calle de la mano de los matones ultra de Desokupa y la policía nacional…
El propio Abascal dijo en una entrevista que llegará un momento en que el pueblo querrá colgar de los pies al presidente. Cuando Sánchez volvió de su reflexión de cinco días y afirmó que seguiría en el cargo, el director de un medio ultra dijo “si continúa en su cargo, que se prepare, porque su final será trágico”. A mí que me expliquen si hay algo de esto en las izquierdas.
Vivimos en un país absolutamente sembrado de simbología fascista, en la que aún perviven cientos, miles de enormes cruces de exaltación a los caídos en 1936 en calles, plazas públicas, cementerios e iglesias de centenares de pueblos y ciudades. Conseguir mínimamente que se cumpla la Ley de Memoria Democrática resulta una odisea imposible. Sin embargo, el ayuntamiento de Madrid destrozó a martillazos las placas con versos de Miguel Hernández en el memorial del cementerio de la Almudena, donde hasta 3.000 personas fueron fusiladas una vez terminada la guerra. También destrozaron a martillazos una placa en la casa natal de Largo Caballero (cuando aún pervive un inmenso monumento en la casa donde vivió José Antonio en el mismo barrio).
Al final seguimos instalados en el mismo marco de los años 30.
El poeta Marcos Ana ha sido el ejemplo de su modelo de concordia (le llegaron a proponer para el Príncipe de Asturias), ya que fue el preso que más años estuvo en los penales franquistas. Tras haberse afiliado de adolescente a la defensa de Madrid el día que sacó de los escombros el cadáver de su padre en la casa familiar bombardeada, de haber vivido en los más terribles campos de concentración franquista y posteriormente en diversas cárceles, no guardaba odio ni rencor a sus verdugos, a pesar de mantener intacta su ideología.
A Marcos Ana siempre se le oía decir que, a pesar de haber ganado la guerra el fascismo y haber reescrito la historia, con su Causa General y sus 40 años de oscuridad, nunca nadie pudo sacar una sola frase de ningún mando republicano que llamara a la violencia ni al asesinato. Podían llamar a defender la legalidad republicana con mayor tesón, a defender Madrid, a acabar con el fascio…
En el lado franquista hay muchísimas declaraciones y de distintos personajes para elegir. El mayor sádico, sin duda, era Queipo de Llano, que en sus incontables alocuciones radiofónicas llamaba cada día a matar republicanos, a quienes llamaba “maricones”, así como a violar a sus mujeres para que vieran lo que era un hombre de verdad. Mola, en sus directrices, dejó escritas muchas perlas, como que había que “sembrar el terror, eliminando a todo el que no piense como nosotros”. “Yo veo a mi padre en el frente popular y lo fusilo”, decía, así como a asesinar, aunque fuera por la espalda. Y que dialogar, jamás; imponerse por la fuerza bruta (como hizo dejando decenas de miles de civiles muertos). Las declaraciones de Yagüe, el carnicero de Badajoz, tras aniquilar al 10% de la población campesina en su avance, no se quedan atrás. Y cuando a Franco le preguntó un periodista de la BBC si era consciente de que, para llevar a cabo su plan, debía terminar con la mitad del país, dijo que no tenía ningún problema en hacerlo.
Entre la violencia institucionalizada de los generales golpistas allá por donde sembraban España de cruces, imposibles de comparar con los episodios de violencia republicana o las ejecuciones de la retaguardia en el Madrid desesperado y a punto de caer, aún hoy seguimos oyendo un discurso de equidistancia sobre la guerra civil. El discurso dominante reduce todo a dos bandos enfrentados que tuvieron que recurrir a la violencia para resolver sus diferencias. Cuando lo que había era un país luchando por una reforma agraria, educativa y democrática; y otro grupo de generales sádicos que fue el brazo armado de terratenientes, clero y banca, que planeó el asalto militar desde años atrás para mantener a toda costa los privilegios de los de siempre.
Como escribió Marx, la historia se repite, la primera vez como gran tragedia; la segunda, como farsa. No hemos cambiado tanto.
Igor del Barrio
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