Resulta paradójico lo activa que se muestra cuando hace falta, la inacción. La barbarie, vestida de normativa, presunciones y defensa a ultranza de lo que no es propio para que lo sea en un futuro, deviene claramente en un infernal no hacer nada que resulta al final, hacerlo todo. Es genuinamente amable por nuestra parte hablar de inacción en el lamentable caso, triste y, por resultados, criminal, de la política comunitaria en materia de recibimiento, apoyo y respeto a los derechos humanos de los refugiados que, a la puerta cerrada de nuestra casa Europa, mueren ahogados o de frío o de las muchas penurias a las que se exponen en su afán absolutamente legítimo de sobrevivir a la desgarradora guerra que occidente impone dentro de sus fronteras. Europa comete de este modo por dos veces el mismo pecado: les mata en su propia casa y les condena a vagar por tierra de nadie, por mares de nadie, por helados páramos en busca de una muerte que a día de hoy parece más liberadora que los brazos inexistente de esta Europa que se excusa y resulta cómplice en todos los procesos del genocidio. Ojalá la memoria fuera tan eficaz como la maquinaria bélica. Porque si así fuera, recordaríamos que fue la inacción (en muchos casos proactiva y cómplice) la que permitió el ascenso del nazismo en Alemania y la que se ocultó de la realidad de la barbarie, vistiendo de ignorancia lo que en realidad fue un consentimiento tácito.
Si la memoria funcionara, recordaríamos que fue la inacción del occidente ¿democrático? la que contribuyó de forma decisiva al mantenimiento del fascismo, que con tanto empeño aparente combatieron en la II Gran Guerra, en el poder, reforzándolo en muchos casos con acciones de una neutralidad sospechosa en aras de un equilibrio de poder que permitiera a los inactivos mantener el status quo y sus dominios en el ámbito geopolítico.
Así las cosas, la inacción del paraíso europeo, pasa por una acción desenfrenada en el campo de la producción y venta de armas para el control de materias primas y territorios estratégicos que no son los propios (Lo que viene siendo una invasión disfrazada y el robo de todo cuanto hay allá donde asientan sus reales), pasa así mismo, por unos negocios que rayan lo indecente en el ámbito del control de fronteras que cuestan a los ciudadanos muchísimo más dinero que recibir con los brazos abiertos a quienes escapan de una muerte más que probable y, pasa sobre todo, por la instauración experimental de una política de terror en la que se alimenta la barbarie ajena para justificar la propia.
Hablo de nuestra Europa que, desgraciadamente y a todas luces, no es nuestra, porque, como se viene demostrando en los últimos tiempos en todos los ámbitos de necesidad, es el pueblo llano, el que padece, el único que asume la responsabilidad de cuidar de sus iguales y de quienes padecen más que él. El ejemplo lamentable de algunas voces autorizadas de la iglesia llamando a la duda para con quienes huyen del genocidio, faltando así a las creencias de sus fieles y a los mandatos teóricos de su propia fe que exige caridad y cuidado de quienes padecen; el descaro con que las más altas instancias de nuestro gobierno trata de criminalizar a quien viene con lo puesto después de haber sido heridos por las armas que ha vendido ese mismo gobierno no deja de resultar terrible. Y paradójico, tanto hacer, para que parezca que no hacen nada. Pero sí que hacen, Mucho. Y muy malo…
Texto:Federico A. Gutiérrez Gómez
(Jhetró Legrand)
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