Uno de los discursos sociales más perversos que escucho en los últimos tiempos es aquel que expresa que cuando las mujeres denunciamos, nos quejamos, ponemos en la superficie toda la violencia sexual, los abusos y la desigualdad del placer, la brecha orgásmica, la incidencia brutal del ASI, abuso sexual infantil, le damos relevancia a la evidente cosificación de los cuerpos de las mujeres en todos los medios de comunicación, en las vidas íntimas, las desigualdades en la esfera sexual, la cultura de la violación, somos la «policía del sexo».
Que nosotras moralizamos, prescribimos y nos colocamos como juezas castigadoras.
Oye, escucha.
Llevamos media vida flotando en el espacio de la fantasía masculina. A veces sin saber nadar.
Lo que tenemos normalizado como sexualidad, como intimidad erótica, como algo o alguien sexy, como prácticas de placer, está predominantemente elaborado y mediado a través de la mirada masculina y la construcción de su deseo.
Se nos ha programado para aceptar situaciones, para interiorizar formas de actuar y para emular lo que se supone que un hombre quiere que una mujer sea o haga.
Eso afecta a cómo nos relacionamos nosotras con el mundo y no precisamente en positivo.
No te vamos a decir lo que tienes que hacer, Juan, ni te vamos a meter en la cárcel nosotras. No somos juezas, la mayoría.
Sí que vamos a gritar lo que NOS hace mal, lo que es injusto y lo que supone un DELITO.
¿Policía del sexo? ¿Feminismo punitivista?
A la lógica de usar el sistema penal, entre otras posibilidades y estrategias, como herramienta para castigar la violación a nuestros derechos, como el derecho a una vida libre de violencias y disuadir a las personas de hacerlo le llamamos feminismo punitivista.
A lo mejor, Ander, Pau, Manuel o Jonás, tú no has sufrido abuso sexual infantil (y mira que sucede en niños y niñas en la infancia) intento de agresión sexual en un parque, violencia psicológica para realizar determinadas prácticas, manipulación sin fin para tener sexo.
Que no se quiera poner el preservativo un hombre que está encima de ti pesando treinta kilos más que tú, en posición de dominio sujetándote las manos. Que te mire desde ese sitio y te diga que no se lo pone porque no quiere.
Quizá tú no has vivido que eyaculen dentro de ti, estando en pareja, cuando se pactó no hacerlo con el argumento de que «serías una madre excelente»; a lo mejor no sabes lo que supone que una cita Tinder te proponga una noche de sexo tántrico y acabe tratando de forzar el sexo anal hasta tener que saltar tú de la cama llorando.
Que vuelvas de salir con tus amigas de madrugada y a cien metros de tu casa un desconocido te empuje contra la pared y te intente besar; que te griten gorda, vieja, malfollada cuando respondes a una agresión verbal por la calle, que te transmitan una ITS y luego te culpen, que tengas que abortar y se te juzgue en la familia como alguien indigno, que tu terapeuta te diga: «oye, cuidadito con tu vida sexual, que te pasan muchas cosas» culpabilizando tu libertad sexual y dando a entender que en ti predomina un déficit de protección personal.
Ninguna de las que hemos sufrido violencia sexual nos hemos ido o relacionado, incluso ni tangencialmente, con un señor que llevara un cartel de «depredador».
Hemos estado con hombres «normales», con hijos sanos del Patriarcado, con tus amigos, tu hermano, tu compañero de trabajo tan simpático o tu padre el igualitario.
Esos que ejercieron dominación y violencia sexual tienen madres, hermanas y amigas.
Novias también, que ahora gritan en redes su felicidad con mensajes del «mejor hombre del mundo y me ha tocado a mí».
Escucha, no somos la policía del sexo ni de la moral.
Somos mujeres reclamando un sistema sexual, social y una estructura de vida en la que una niña, una chica, una mujer de la edad que sea pueda vivir su despertar o desarrollo sexual, lo que desee, A SALVO.
Y sí, claro que como dicen muchas teóricas y filósofas redundantes de tirabuzones dialécticos, la vida mancha, duele y araña, no podemos permanecer incólumes al exponernos a la existencia, pero tampoco caer en la INDECENCIA de que nos acusen por DEFENDERNOS o contar lo vivido.
Intelectualizar los dolores para que acaben convertidos en frases rimbombantes, tautologías o sentencias huecas llenas de cultismos supone un discurso perverso y desactivador.
Prima, no te calles nunca.
Defiéndete.
Vive la vida que deseas.
No vamos a ser ganchos para el desvalimiento.
Tú no tienes culpa alguna de la violencia biográfica recibida y sí, ES IMPORTANTE CONTARLA.
«Me han pasado tantas cosas en la cama, en la casa y en las calles, que muchas las enterré para sobrevivir«, me dijo ella.
Personalmente soy profesional de la sexología, la terapia y el acompañamiento a mujeres, entre otras cosas, y la narrativa diaria que me comparten ellas acerca de las violencias sexuales recibidas desde pequeñas, y como adultas, es de tal dureza que tengo que mantenerme alerta y supervisarme para no retraumatizarme.
Personalmente soy una mujer atravesada por mucho de lo que me cuentan. Y no quiero hacer referencia a las reuniones de amigas o conocidas cuando entramos en confianza y confidencias hablando de lo «secreto«.
No seáis indecentes con los discursos y no tratéis de desactivar nuestra potencia sexual, nuestra erótica ni con el miedo, ni con la censura ni tampoco y mucho menos con las acusaciones de moralistas o punitivistas.
«Porque no luché contra algunos hombres estoy viva», «porque no denuncié estoy viva», « porque no me creí barbaridades en nombre de la terapia estoy viva», «porque supe lo que era el Trauma con t grande, estoy viva».
Porque puedo contar, estoy viva.
Que nadie jamás me diga que deje mi lucha en la puerta de ningún espacio, como si luchar fuera guerrear tal como sostiene la mirada androcéntrica de la realidad y su paradigma consecuente.
Porque luchamos por nosotras y las que vendrán, estamos vivas.
No somos policías del sexo.
Somos supervivientes de un sistema sexo afectivo, la consecuencia de un sistema político y social, que nos mantiene en subordinación constante.
Somos mujeres tratando de ser felices y disfrutar de nuestros cuerpos.
Somos, cómo decía la maestra Bell Holks, la mirada oposicionista, necesaria, a la mirada universal masculina.
¿Cuándo nos enseñaron a normalizar que vivir noches de placer, deseo, fluidos y intimidad y risas sería un espacio de violencia posible?
¿A qué edad?
La mayor parte de nosotras NO HABLA, no cuenta, no dice, se calla.
Y NUNCA, jamás, en este mundo será útil y poderoso para nosotras tragarnos consignas de equidistancia sexual y erótica entre hombres y mujeres.
Como si nuestro devenir y existencia supusiera lo mismo.
Nunca será útil intelectualizar nuestros dolores hasta dejarlos vacíos de carne, hueros, y creernos que podemos estar en los espacios, respirarnos y vivirnos como un hombre blanco de mediana edad en el mundo.
Porque amiga, es mentira.
Nuestro sistema siempre subyuga a las mismas.
María Sabroso.
Gracias por leer hasta el final.
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