1- Franco… “Su Excelencia El Jefe del Estado sufrió, el domingo por la tarde, un leve accidente de caza”.
Así rezaba el titular periodístico de una nota distribuida por la Agencia Cifra el 26 de diciembre de 1961.
El accidente del que se daba cuenta había ocurrido un par de días antes, el domingo 24.
Franco se había herido en una mano tras la explosión del cañón izquierdo de su escopeta.
Le gustaban las cacerías, sí. Pero aquélla no había sido en ningún coto alejado, sino en los bosques de El Pardo, la residencia del Caudillo. Detallemos.
La Agencia Cifra sacaba dicha nota, brevísima, en la que mencionaba el accidente con el parte médico. El relato de los hechos se presentaba en estos términos…
“El Pardo, 26.— Durante una cacería en El Pardo, en la tarde del domingo, Su Excelencia el Jefe del Estado sufrió, por accidente, ligeras heridas en la mano izquierda, de las que ha sido curado en el Hospital Central del Aire. El estado de Su Excelencia es completamente satisfactorio, según el parte facultativo, que dice: ‘‘Su Excelencia el Jefe del Estado padece fractura abierta del segundo metacarpiano y del dedo índice de la mano izquierda. Pronóstico leve. Doctor Garaizábal. Cifra.”
2. …Franco… Leo este parte, que ahora reproduzco, en la Hemeroteca de La Vanguardia Española.
Lo leo y busco la entrada correspondiente en el dietario de Francisco Franco Salgado-Araujo, titulado ‘Mis conversaciones privadas con Franco’.
Este volumen apareció en 1976. Aún es, desde mi punto de vista, la mejor radiografía del poder franquista jamás publicada.
Leo la nota de la Agencia Cifra y hojeo el volumen para contrastar. ¿Y qué encuentro?
La operación me resulta conocida: un historiador halla un documento y ese dato bruto necesita ser corroborado o descartado; necesita insertarse en su contexto.
La fuente histórica no es la mera confirmación de lo que ya se sabe, sino el principio de una pesquisa que nos obliga a rastrear.
Todo documento menciona cosas y otras las oculta. Mi ejemplar del dietario de Franco Arias-Araujo está subrayado.
Leído tiempo atrás, reparo especialmente en los pasajes dedicados a las cacerías. Tropiezo con la primera referencia. No es la del accidente de 1961. Es anterior.
Está datada el 23 de octubre de 1954.
“…Hoy el Caudillo ha ido de cacería, y así lo hará mientras dure la temporada todos los sábados, domingos y lunes.
“Con S. E. van a las cacerías varios ministros y subsecretarios. Discrepo de estas salidas o vacaciones semanales, que bien estarían si sólo fuesen el domingo.
“Pero esto me parece demasiado. Los martes y miércoles audiencias, los jueves credenciales, el viernes consejo de ministros y el sábado se va.
“Resulta que no le queda ni un día para el estudio de problemas (hay muchos por resolver) y para el despacho con ministros y secretarios.
“Lo que haga tendrá que ser a costa del descanso nocturno, lo cual no es bueno para su salud.
“Además, las cacerías son pretexto para ir todos los amigos de los dueños que cotizan esto y además de aprovechar para hacer amistades, piden favores, exenciones de tributos, permisos de importación.
“A ellas acuden todos aquellos funcionarios de la fronda de la administración que convienen a los terratenientes dueño de los cotos de caza, con los cuales les conviene estar bien y demostrar su influencia en las alturas.”
3. Franco. Qué clarividencia la del Teniente General.
Lo dice en esa fecha y lo reitera una y otra vez: a Franco le gustaba mucho ir de cacería, hasta el punto incluso de descuidar sus altas obligaciones.
Le gustaba pegar tiros: tanto que, según el Teniente General, llegaba a retrasar o demorar sus tareas ejecutivas… o el simple pensamiento.
“Resulta que no le queda ni un día para el estudio de problemas (hay muchos por resolver) y para el despacho con ministros y secretarios”, se lamentaba Franco Salgado-Araujo.
Imagino la escena: un Generalísimo de cacería, dejando para otro momento sus enojosas labores de Gobierno, el estudio o la aplicación.
Puestos a imaginar, pensemos en la palabra cacería: podemos tomarla en un sentido literal y en un sentido metafórico.
Pero no hay mucho que imaginar. El Teniente General, que es primo de Franco y asistente, sabe mucho de él.
Lo idolatra, sí, aunque lo describe una y otra vez con fina ironía: que es si es frío, que si sólo tiene una charla intrascendente, que si es propenso a la caza y a la pesca, que si se desinteresa del trabajo.
“Me parece bien que lo haga los días festivos, incluso que haga semana inglesa”, dice el 17 de noviembre de 1954, refiriéndose otra vez a las cacerías. Pero lo que no le parece bien es “este abuso que está ocurriendo, una semana entera y tres días de la otra”.
Ese exceso cinegético, dirá más adelante, “da impresión de frivolidad”, cosa reprensible en un Jefe de Estado.
Además, añadirá en noviembre de 1955, esas reuniones son momento para el provecho material del que algunos se benefician: o, lo que es lo mismo, esas cacerías son la mejor circunstancia para las amistades instrumentales.
“De allí salen grandes favores, permisos de importación, tractores, maquinarias agrícolas, etc., etc.”
Un escándalo de “frivolidad e inconsciencia en las alturas” que “cuesta una enormidad”, precisa en febrero de 1956.
¿Quiénes son los beneficiarios? “Grandes terratenientes, negociantes, aristócratas que no transigen con el régimen, importadores estraperlistas, etc., etc.”: un repertorio de aprovechados que se ganan sus favores mientras él desestima el estudio o la información.
“Jamás pregunta por nada; vive feliz al parecer ignorando el ambiente, la opinión pública y muchos asuntos”, precisa en otro momento el primo castrense, apenado ante un Caudillo que envejece .
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“La guerra está ya muy lejos y los encumbrados por ella se ven invadidos de una espesa niebla de adulación, y por ello no se dan cuenta de que el entusiasmo que en un principio despertó hoy se va traduciendo en indiferencia y en desilusión cada vez más acentuada”, había dicho en julio de 1955.
“Las dictaduras, cuando son largas, tienen ese inconveniente”, añade Franco Salgado-Araujo refiriéndose a la indiferencia de los adeptos.
Feliz día en que eso empieza a pasar: es entonces cuando decae el entusiasmo guerrero, cuando se da la rutina del carisma.
La rutina del carisma: aprendí esa expresión sociológica que ahora escribo hace muchos años, cuando no conseguía explicarme la duración mineral del Régimen, cuando observaba con estupor la larga adaptación de una dictadura con apoyos internos y externos.
Los sistemas originariamente totalitarios emprenden una movilización intensa y extensa de las masas, una movilización que es bélica, que es o se pretende uniforme contra un enemigo externo o interno que no deja de amenazar.
Sirve para hermanar a la fuerza: para ahormar. Pero el resultado es que, a mediados de los cincuenta, el Régimen ya experimenta una rutina amenazante, esa indiferencia.
Y ello con una falta que es para preocuparse: el Caudillo aún no ha legalizado su sucesión… De repente, un día de diciembre de 1962, estalla la escopeta. ¿Y qué sucede?
4. Después de Franco. “Hoy he despachado por primera vez después del accidente de caza que tuvo Franco; la herida en la mano le ha hecho sufrir muy fuertes dolores. Me dice que aún le sigue doliendo bastante y que pasa malas noches”, anota el 8 de enero de 1962.
Pero lo peor no es eso, precisa. Al fin y al cabo, el Caudillo ha dado muestras de fortaleza en situaciones más delicadas. Lo peor, escribe el primo de Franco, es la actitud que tantos adeptos han mostrado.
“Comentamos el nerviosismo que se había apoderado de mucha gente con sus reciente accidente de caza. Le digo que había familias que estaban preparadas para salir inmediatamente de España, e incluso la de algún ministro. Con la mayor candidez me pregunta: ‘¿Y con qué dinero iban a vivir en el extranjero?’ Le contesto que de sobra tienen esas familias, y muchas más, asegurada su vida en el extranjero. No comprende que nadie pensara que se iba a morir por la herida de la mano”, concluye.
Los beneficiarios, los vividores de las cacerías, no sólo han reunido grandes caudales y mayores patrimonio: se han protegido mandando parte de sus riquezas al extranjero tan temido, a esa Europa demoliberal que a tantos repugna.
Franco parece no ver nada, se lamenta una y otra vez su primo. Ajeno al mundo, seguirá advirtiéndonos sobre los males que nos acechan, desoyendo informaciones y abandonándose a la adulación de esos vividores que sintieron pánico cuando estalló el cañón.
Pánico: ésa es la voz con que describe Paul Prestón los sentimientos de sus adeptos. Repaso la biografía que leí años atrás y veo que subrayé esa palabra.
“Las exhaustivas pruebas de los armeros militares y de los fabricantes británicos demostraron que el accidente no pudo deberse a un efecto de la escopeta. Eso llevó a a que se especulara que Franco había sido víctima de un intento de asesinato”, añade Preston.
Pero no: tal especulación parece infundada. Según sostiene el historiador británico, fue un cartucho de su hija, más pequeño y alojado en el cañón de la escopeta, aquello que provocó la explosión cuando el Caudillo cargó nuevamente su arma para abatir un paloma.
¿Munición de la hija? ¿Hacemos metáfora del hecho? Yo no creo que valga la pena. Los historiadores no deben cargar de simbolismo los hechos desarmados.
5. El niño y su rifle. Yo era un niño cuando a Franco le estalló la escopeta y no supe del accidente hasta que pasó mucho tiempo.
Años después, cuando ya era un muchacho, mi padre me compró un rifle de perdigones: un lujo accesible y bastante común entre los jovencitos de entonces.
Cuando disparaba, yo siempre tenía miedo de aquellos balines. Pero disparaba, vaya. La munición podía obturarse: podía quedar alojada en el cañón. O el plomo podía saltarle un ojo a un paseante eventual.
Tenía miedo, pero disparaba, vaya.
Siempre tiraba a las latas de conserva que la gente arrojaba aquí y allá.
Era común en la España de Franco que el dominguero dejara inmundicias sin preocuparse de recogerlas. Por eso quienes íbamos a disparar –acompañados, eso sí, de un adulto– tomábamos los botes como blanco.
Un día, ya adolescente, apunté a un pájaro. No era como las palomas de Franco, sino un colorín: el preferido de mi abuelo.
Apunté, vaya si lo hice. Abatí mi primera pieza con un horror infantil. Fue entonces cuando abandoné el rifle y los perdigones.
El arma permaneció arrinconada durante años. Sola, incongruente.
Mi padre y yo nunca volvimos a hablar del rifle.
Justo Serna
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