Las dos Españas

En los últimos días estamos asistiendo a una clara exposición de lo que vienen a ser las dos caras de este país.
En el lado que lucha, no hemos dejado nunca de ver cómo cae toda la fuerza de la Ley contra quien mueve un dedo. Los “6 de Zaragoza”, por ejemplo, son un grupo de jóvenes que fueron detenidos en la capital aragonesa por unos disturbios tras un mitin de Vox. Más allá de quién llame a la violencia, si es un partido (cuyas imágenes electorales llaman a actuar con violencia contra colectivos izquierdistas, feministas, soberanistas, animalistas… hacen suyas las vandalizaciones de estatuas de personajes progresistas, llaman «Mi general» a un asesino y torturador condenado como el general Galindo o directamente animan desde los medios a usar la violencia contra el gobierno, colgar de los pies al presidente o reventar los minutos de silencio del terrorismo machista…) o quien acude a protestar porque se presenten en su ciudad, el hecho es que la Justicia española condenó a 4 años y 9 meses de prisión a los seis jóvenes y estos días están entrando en la cárcel.
La Ley Mordaza, que no es ninguna norma para proteger a las minorías o a los colectivos LGTBIQ+ o a los más vulnerables, y que, como dice Joaquim Bosch, se basó en la premisa de el enemigo es el ciudadano que protesta, lleva más de dos millones de sanciones impuestas a ciudadanos desde 2015 (sin contar las que hayan puesto los cuerpos autonómicos vasco, catalán y navarro). La ley multa a quien insulta a la autoridad (puede ser por llevar una camiseta con el acrónimo ACAB), por injurias al rey, ofender a los sentimientos cristianos (desde hacer que se cocina un Cristo o marchar en procesión venerando al sagrado coño insumiso) o, como recientemente a un pensionista, por llevar unos carteles de apoyo a Gaza con el lema “Free Palestine”. O a un músico por cantar una coplilla a la guardia civil desde el escenario. Por su cuenta bancaria (que suma más de 1.200 millones de euros) van desfilando sindicalistas, artistas y todo aquel que huela a progresismo.
En el lado que se autodenomina “decente”, el de la derecha de toda la vida, tenemos el delirante caso de Nacho Cano. Adorador y adulador público de Ayuso hasta la náusea (cuando Ayuso le condecoró con la medalla de la Comunidad, éste se quitó la banda para ponérsela a la presidenta y decir que había obrado un “milagro” al no aplicar ninguna restricción en Madrid para que la economía no se ralentizara en pandemia, aunque eso implicara que Madrid fuera la región de Europa con mayor mortalidad… o, recientemente, desde su mismo escenario teatral, la aclamó ante la multitud como la reina Isabel la Católica) el ex miembro de Mecano consiguió tratos de favor continuos de la Comunidad de Madrid (desde ingentes subvenciones al permiso a construir su espectáculo teatral, que lleva dos años representándose, en suelo público).
Cuando las irregularidades cometidas por el músico (contrataciones irregulares, explotación salvaje a migrantes…) salieron a la luz, la policía, como hace con cualquier ciudadano, le citó para comunicarle que tenía una denuncia. Pues él, rabioso porque esas cosas solo se les hace a los guarros, dio una rueda de prensa para acusar a la policía española de criminal.
Obviamente, el músico salió por su propio pie. ¿Qué hizo el régimen español? Darle cobertura en sus medios, desde donde explicaba que esto es Venezuela y que aquí no hay policía sino que es la Stasi comunista. Que él no es de izquierdas porque no es idiota (¡Toma! Un idiota es quien se levanta cada mañana para ir a trabajar y se preocupa por los derechos de todos). Y, por supuesto, que todo esto lo hacían por su amor a Ayuso, ya que no habían podido con su padre, su madre, su hermano o su novio (todos ellos involucrados en el mismo saqueo de las arcas públicas que en cualquier país sería tomado cada caso como delito grave, pero que en Madrid han sido archivados por el control partidista de la Justicia…) y ahora le tocaba a él. Ni una palabra de que eso que llamó “Malinche” al final no era una obra teatral, sino una experiencia inmersiva para sentir la esclavización de los indígenas.
Pero es que aquí la ley es igual para todos, oiga. En el grupo de Mario Vaquerizo, otro del lado guay, puede aparecer él mismo con una camiseta de la Legión y otro miembro con el lema “Una, grande y libre” con la bandera de España sobre el valle de Cuelgamuros, que no pasa nada. Ahora, si ven en una zona obrera a un joven con una pegatina de la cara de Almeida y el lema “Carapolla” la policía le detiene y le pone una sanción. Hace unos días, Bisbal culminó una actuación en el Bernabéu al grito de “¡Arriba España!”. Siempre puede aducir que estaba animando a la selección para la Eurocopa (“¿Y qué iba a decir? ¿Abajo España?”, dicen los cuñados en las redes). No nos sorprendamos si para estas navidades tenemos nueva musa en la Puerta del Sol. Mientras tanto, Pablo Hasel lleva tres años y medio en prisión, condenado por enaltecimiento del terrorismo por sus tuits y por cantar que los borbones son unos ladrones. Hay unos chavales en Altsasu que llevan años en prisión por una pelea de bar con un guardia civil que aparece en un vídeo la noche del suceso con la camisa impoluta tras los hechos, pero esas cosas nunca le pasarán al pequeño Nicolás ni a Froilán, a pesar de que vayan de escándalo en escándalo.
Cuando un ciudadano de izquierdas se manifiesta por la sanidad o la educación públicas y se quiere saltar el cordón policial, se lleva un porrazo automáticamente. Si no, es identificado y semanas después le llegará a casa una multa con los cargos que le apetezca al funcionario de turno.
Pero si es un grupo de enfervorecidos derechistas, con simbología preconstitucional, falangista, con muñecas hinchables y parafernalia de lo más friqui, pueden cortar la calle sin permiso y quedarse horas y horas y día tras día cortando el tráfico en el mismo centro de Madrid. Si aparece una dirigente política, como Esperanza Aguirre, y le apetece cortar el tráfico y dirigir a “las lecheras” (llamándolas así delante de todos), se le hace caso. Si es otro dirigente, como Ortega Smith, quien se enfrenta a los antidisturbios y les amedrenta diciéndoles que les va a grabar y que no se les ocurra mover un dedo, los perros de presa automáticamente se convierten en corderos.
Ninguno de ellos será identificado ni les llegará una sola multa a casa.
Eso sí, saca tú un móvil para grabar a un policía que está apaleando a gente en el mismo lugar en una manifestación por los derechos sociales y no solo te llevas una buena somanta, sino que te quedas absolutamente indefenso de cara a las multas y penas judiciales que deriven de la ley Mordaza.
Los mismos jueces, que prevarican a diario en lo que Ekáizer llama el Estado Judicial español, más allá del lawfare, están apareciendo como personajes que dejan lo ya visto en este paraíso de la corrupción a la altura de los trileros de barrio. El juez que, atendiendo a la llamada de Aznar, cogió el caso de Begoña Gómez, resulta que tiene varios DNI para registrarse propiedades (esta no la vieron venir ni los guionistas de las series mafiosas de Movistar) o con una mansión declarada como almacén para no pagar impuestos. ¡Ole! El juez, a punto de jubilarse, nos da toda una demostración de lo que ha sido el reino las últimas décadas cuando echa la culpa a los registradores de la propiedad. No es raro que se equivoquen entre ellos… como aquel juez que sigue sin saber quién rayos podría ser un tal M. Rajoy en los papeles de Bárcenas, o la que no acepta como pruebas los numerosos vídeos de un fascista que acosó durante más de un año a Pablo Iglesias, Irene Montero y sus hijos frente a su casa, porque, aunque se los grababa él mismo, no se puede demostrar del todo que fuera él…
En este país de dos caras, un grupo parafascista como Desokupa puede actuar al margen de la ley usando la violencia para ejecutar desahucios forzosos, pero ningún grupo anarquista puede ejercer la acción directa para evitar despidos o explotación laboral porque les cae todo el peso de la ley y con agravantes de terrorismo y asociación ilícita.
Cierto es que en el ámbito judicial, mediático, eclesiástico, empresarial y policial se puede decir que hay una sola España. No hay lugar para otra. Allí sus cosas sagradas (la unidad de España, el rey, dios…) son sagradas; pero lo que es sagrado para los demás (la sanidad pública, la vida de las mujeres, los derechos laborales y sociales o el derecho a decidir…) son un peligro para su democracia.
Entre ambos mundos, están los que no se meten en política. Los de las celebraciones futboleras por la victoria española en la Eurocopa. Un equipo formado por 9 vascos, 5 catalanes, andaluces, madrileños, un canario, un valenciano, dos nacidos en Francia, otro en Alemania y dos hijos de migrantes (para quienes medio Congreso ha pedido sacar las fragatas para amenazarlos mientras los criminalizan obsesivamente culpándoles de violaciones, asesinatos y robos) ganó el campeonato europeo. Esa bella imagen de diversidad, con las dos estrellas del equipo siendo hijos de migrantes y toda una fotografía de la España plural, fue sepultada cuando, para celebrarlo, decenas, cientos de miles de personas, salieron a las calles de Madrid envueltos en la bandera de España. En la única posible. La única permitida. Una inmensa pelea por ver quién la tenía más grande mientras se gritaba «Viva España, carajo!«. Las horas antes, cuando pasaban los coches, antes de cerrar el tráfico, los jóvenes les hacían el pase taurino por todo el recorrido (eso no podía faltar, claro). Otros coches ponían a toda mecha himnos “patrióticos”. Hubo destrozos en las calles, pero estos se pagan a gusto, que son de los nuestros. A la mayoría de esa gente no se la vio movilizándose por la sanidad pública, porque la España de bien piensa que eso de cuidarnos entre todos, antes que el sentido de patria, es una lacra y es mejor tener su dinero invertido en Quirón.
Y es que, como ya pasó cuando el presidente de la RFEF sobó a todas las campeonas de la selección femenina cuando ganaron el mundial, después de llevarse la mano a los huevos en el palco y dar “un piquito” a la capitana (a quien después coaccionó en repetidas ocasiones), ninguno de los jugadores (comenzando por Carvajal, amigo personal de Abascal y fiel seguidor de Desokupa y los agitadores ultras) movió un dedo por ellas. Porque ellos no se meten en política.
Cuando ese presidente dijo, con su chulería habitual, que no iba a dimitir por eso, el actual entrenador se levantó a aplaudir rindiéndole pleitesía y con lágrimas en los ojos, pero sin meterse en política. Luego, cuando la FIFA inhabilitó a Rubiales por su conducta, explicaría que es que no sabía qué estaba haciendo.
Cuando Mbappé y otros jugadores franceses pidieron a la ciudadanía que fuera a votar para no sentir vergüenza de representar al país tras una posible victoria de Le Pen, los jugadores españoles, comenzando por Carvajal, dijeron que ellos no se metían en política (eso sí, el capitán dijo que él votaba a quien le diera seguridad, todo un guiño a las políticas ultras). Solo faltó que la celebración de la Eurocopa hubiera caído el 18 de julio, y no el 15. En el escenario no faltaron gritos delirantes de «¡Gibraltar, español!» por jugadores que parecían sacados de la España de 1975 y que no se meten en política.
Eso sí, como nunca, nunca, se meten en política, vetaron que el presidente Sánchez (elegido por los ciudadanos) bajara a los vestuarios tras la victoria frente a Alemania, mientras estuvieron día y noche acariciando a cualquier peluche de la monarquía que apareciera sonriente. Cuando ganaron la copa, corrieron a que fuera el rey (a quien solo eligió Franco y nunca fue refrendado democráticamente, además de que fueron los que dieron Gibraltar a los ingleses) con la infanta a levantar el trofeo por ellos. La selección argentina, la misma noche, ganó la Copa América. Allí, que no son súbditos de ningún monarca, corren a que levante el trofeo el utillero, que ha hecho por el triunfo mucho más de lo que podría hacer cualquier rey.
Y en la recepción en Moncloa, el capitán de la selección, en el saludo al presidente, hizo ese desaire (casi ni le dio la mano a Sánchez mientras miraba a otro lado con cara de Abascal), para mayor gozo de la España de bien, que se ve tan representada en ese acto de desprecio al gobierno progresista como por esa bandera que llevan orgullosos hasta en el collar del perro.
Igor del Barrio
Sobre Igor del Barrio 33 artículos
Periodista. Bloguero.Escritor

2 comentarios

  1. Me gusta, ya solo te ha faltado lo último, lo de las de La Suiza, la pasteleria de Asturias las sindicalistas de la CNT , detenidas, condenadas por hacer sindicalismo en un país «democrático», lo último!!! Por ahí va sancionar hasta la protesta legal, lo siguiente que va a ser?, castigar las huelgas recogidas en el ET?

  2. Lo que todos más o menos sabemos que ocurre, pero visto así todo junto en un artículo es deprimente, la sociedad que tenemos y que no hemos sido capaces de ir cambiando, el peligro de involución es real y esto con un gobierno progresista, la que nos espera si nos ponemos en manos de la derecha; hay que seguir luchando contra todo este neoliberalismo salvaje!

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