Ni en una de Eastwood.
Cuantas más cosas sé del caso de Los cinco de Central Park, más creo en el cine que se rueda sin que lo sepamos, en la vida real.
En 1989 cinco adolescentes negros e hispanos son juzgados por la salvaje violación de una muchacha blanca que corría por el parque. No hay pruebas forenses, solo las confesiones que los policías arrancan a los cinco detenidos después de 24 horas de interrogatorio. Se los manda a prisión. La víctima despierta del coma milagrosamente, pero no recuerda nada, piensa que está en 1952.
Todos los chicos van a parar a centros penitenciarios. Uno de ellos, Korey Wise, el mayor, de 17 años, coincide en la cárcel con Matías Reyes, otro preso acusado de robos y violación y asesinatos. Riñen por el canal de la tele que quieren ver, casi pelean. Años más tarde, cuando se reencuentran, Reyes le pide perdón por el incidente. «No pasa nada, Matías, ni tú ni yo vamos a salir de aquí por eso», le quita importancia Wise, con una sonrisa triste de perdedor.
Reyes declara posteriormente que aquello le hizo pensar. Los ojos vencidos de un chico que llevaba diez años en una prisión donde te mataban a cambio de unos cigarrillos. Diez años sin haber hecho nada, porque era el propio Reyes quien cogió la rama de árbol cuando vio venir a la corredora, quien la golpeó y arrastró por el parque. Quien después de agredirla le robó el walkman que nadie encontró y las llaves de casa, quien señaló exactamente cómo le quitó las zapatillas y dónde las dejó. Tuvo que ser Reyes quien se declarara culpable y diera todas las informaciones que nunca aparecieron publicadas en ninguna parte, no los agentes ni el fiscal ni los periodistas ni el gran Trump, que pagó 85000 dólares de los de 1989 para publicar en los grandes periódicos de Nueva York la necesidad de que volviera la pena de muerte.
Tuvo que ser el violento asesino, el delicuente habitual, quien se apiadara de un chico inocente que era capaz de perdonarle una riña trivial. Nadie pidió perdón. Nadie se retractó, todos prefirieron seguir obcecados en el disparate que se llevó por delante una década en la vida de cinco chicos que tenían la piel demasiado oscura.
El juez suspendió sus condenas, en la navidad de 2002, como si la vida fuera el final final, postizo, impuesto por Hollywood a Eastwood.
(En la foto Korey Wise, durante la confesión grabada en vídeo que se utilizó en su contra)
Texto: Patricia Esteban Erles
Más que impresionante. Estoy viendo la mini serie y la verdad es que la realidad supera a la ficción
Me hizo llorar, pensar que por ser negros los sacrificaron así, por una mujer Blanca que ni siquiera conocían. Gracias a Dios que esta en los cielos el verdadero asesino confesó.
Por desgracia imaginamos que hay muchos inocentes en cárceles americanas. El ser negro allí sigue siendo un riesgo muy alto. Gracias Claudisof por tu aportación