Lucía entró en el Museo a visitar la exposición de Rori Horn. Nunca había podido ver su obra en directo y para ella era un día especial, porque tenía la maravillosa oportunidad de verla por primera vez en Santander. La chica de taquillas le saludó amablemente, mientras la condujo a la sala de los buckets. De pronto, todo se halló en penumbra y su guía había desaparecido. Los buckets eran unos cubos semitranspartentes de vidrio esmerilado. A Lucía le extrañó que no hubiera nadie en la sala y que todo se hallara enigmáticamente tranquilo. Así todo, le venció la curiosidad por contemplar aquellos misteriosos cubos de aire. Se asomó al más profundo de todos y contempló con horror, como dentro de él había una mujer atrapada. Se acercó para verla con mayor detenimiento y para su espanto, observó como aquella mujer era ella misma, que se encontraba atrapada y cristalizada en su interior. El corazón de Lucía comenzó a latir con mucha fuerza y notó que se mareaba por la ansiedad. Intentó hacer los ejercicios de respiración que le habían enseñado en su clase de yoga y una vez recuperó la calma, comprobó con desasosiego cómo cambiaba de perspectiva si se asomaba por encima haciendo un efecto de lupa, que le acercaba más a sí misma. Pasó la palma de su mano sobre la de su gemela y notó como en su rostro se relajaban las facciones. De pronto la sala se volvió a iluminar y un haz de luz de un foco superior se proyectó sobre el bucket. Lucía contempló con asombro como aquella figura se levantaba lentamente, salía del profundo cubo con flexibilidad felina y se dirigía a una sala completamente iluminada por la luz natural de la Bahía de Santander.
Fotografía cedida por Belén de Benito
En aquella sala había más buckets, menos profundos y casi diáfanos de los que salían más “Lucías” con diferentes atuendos, unos de colores vivos y cálidos y otros con colores fríos. Todas ellas se dirigieron al transparente ventanal y desde allí saltaron a las límpidas aguas del Cantábrico. Lucía sintió una inmensa sensación de libertad. De pronto sonó una alarma y se sorprendió sentada en una sala muy acogedora sobre una especie de diván. Con la vista aún borrosa, vislumbró la figura de un hombre que le susurraba con una voz cálida y acogedora: “tu sesión de hipnosis de hoy ha terminado”.
– ¿Cómo te sientes, Lucía?
-Mucho mejor, mucho más relajada- dijo Lucía esbozando una beatífica sonrisa.
Casilda Escalante.
Me gusta! Gracias.
Muchas gracias por tu opinión, Liliana
Tienes buena pluma.
Muchas gracias Pilo
Intrigante y poético, buen relato.
Muchas gracias por tu opinión, Raquel
Me ha gustado mucho… y nos deja con ganas de más
Pues continuaré con ello, muchas gracias!!