Morriña

Cuentan los ancianos… que sus hijos, hermanos, amigos, vecinos, conocidos y desconocidos… hicieron maletas, baúles, y atadillos, de miseria, y se marcharon a otras tierras. Dejaron la poalla y el frío del pueblo, los rocosos acantilados y las feroces olas del Atlántico, y se embarcaron hacia lugares… que ni siquiera sabían situar en un mapa. Algunos poseían conocimientos básicos de lectura, escritura, y cálculo. Campesinos, ganaderos, pescadores, y un largo etcétera, se fueron “pra tira-la fame, pra poder comer” (para quitar el hambre, para poder comer). Dejaron atrás los rostros queridos, el olor de la tierra… y el corazón enterrado en ella. Otros, con amplios conocimientos y económicamente bien situados, marcharon en busca “da liberdade” ( de la libertad), para salvaguardar sus vidas… amenazadas por un régimen dictatorial.
Aquellos valientes gallegos y gallegas, los más humildes y los más pudientes, embarcaron hacia América y hacia el resto de Europa… cualquier lugar era válido, una necesidad y un refugio para el bolsillo y el ánimo. Cuentan… que por los ríos, desde el Volga hasta el de la Plata, bajaban las lágrimas de los valientes… acrecentando sus aguas. Y… cuando brindaban en algún lugar del mundo, en Cuba con ron, en México con tequila, en Francia con un chardonnay, en Alemania con beer, en su nostálgica imaginación un viño Alvariño les invitaba a beber. Y… cuando sonaba una habanera, una ranchera, o un vals, ellos, con los ojos cerrados y la cabeza agachada, en los oídos de su memoria oían una muñeira de Chantada. Muchos volvían a casa por Navidad y, cuando se abría la puerta, un niño muy pequeño, escondido tras la falda de su madre, preguntaba: “¿Quién es ese señor, Mamá?”. Los hijos más mayores creían que aquel hombre que venía por Navidad, cada año con la barba y el pelo más blanco, cargadito de regalos… era Santa Claus. Muchos de aquellos gallegos se quedaron, alguna Navidad, en las lejanas tierras, abrigados por las olas del océano. Las viudas del mar: sus mujeres, las madres de sus hijos, sus madres, sus novias, sus hermanas, llevaban la pena pegada a los talones… igual que la arena de la playa, cuando caminaban descalzas a la orillita del mar, buscando en el horizonte marino alivio a tanto mal. Muchos otros gallegos dejaron sus cuerpos bajo la lejana tierra… y no volvieron a la terriña ni para la vendimia. Y cuando por los valles y montes pasaban las viudas de tierra… se escuchaba al Eco… repetir: “¡Pena, pena, pena!”.
Cuentan las ancianas… sentadas en las puertas de sus casas, tejiendo encajes, cosiendo redes, al sol de las ausencias, que cada año en la Noche de San Juan… se puede ver a las meigas en la orilla de la playa, recogiendo las lágrimas de los que ya no volverán. Y… pasean a los fantasmas a lomos de sus escobas, sobrevolando los cielos de sus pueblos, su mar, sus montañas. Y… que los bandidos y malhechores de los caminos y frondosos bosques, son ahuyentados por las almas de los que dejaron sus cuerpos en algún lejano Campo Santo, y procesionan con la Santa Compaña. Y… que, cada año en la Noche de Difuntos, en todos los cementerios del mundo, tras las tapias, se escuchan lamentos con acento gallego… gritando, cual si fuesen Rosalía: » ¡Airiños, airiños, aires, airiños da miña terra, airiños, airiños, aires, airiños levaime a ela. Levaime, levaime airiños, levaime a donde me esperan!” ( Aires, mis dulces aires, dulces aires de mi tierra, aires, mis dulces aires, llevadme a ella. Llevadme, llevadme dulces aires, llevadme a donde me esperan).
Cuentan las leyendas… que Galicia, buena madre, llora la ausencia de sus hijos, los que se han ido y los que nunca volverán, y cada primavera, otoño e invierno, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, desde Finisterre, Ribadeo, Verín, Vigo, hasta la frontera con Portugal... la lluvia de sus ojos no deja de manar.
A fecha de ayer y de hoy… Cuentan los ancianos y las ancianas del mundo: Europa, África, China, América Latina, y cualquier lugar, historias de otros gallegos, que viajan en Titanic pateras, barcos fantasma, caminos pedregosos y montañas inaccesibles. Historias de vidas rotas, en la tierra y en el mar, en busca del bienestar. Huyen del hambre, la guerra, la violencia, de la privación de libertad. Huyen con lo puesto… en sus diferentes colores de piel y acentos, pero todos con igual quehacer: “pra matar a fame, pra poder comer, por a liberdade… pra unha vida ter”. Pasan ríos y océanos, escalan concertinas, vallas y muros. Y… cuando llegan al final de su camino, los hacinan en campos de… refugiados y en muelles portuarios. Los hacinan… sin más. No tienen acento gallego, tienen acento universal: la morriña… da miña casiña, meu lar ( la morriña de mi casa, mi hogar).
Y, en conclusión… El que esté libre de morriña, que tire la primera… tierra.
Si pronto non me levades
¡ay! morrerei de tristeza,
soia, nunha terra estraña
donde estraña me alomean,
donde todo canto, miro,
todo me dice ¡Estranxeira! ”.
( Rosalía de Castro)
“ Si pronto no me lleváis
¡ay! moriré de tristeza,
sola, en una tierra extraña
donde extraña se me nombra,
donde todo cuanto, miro,
todo me dice ¡Extranjera!”.
María Purificación Nogueira Domínguez.

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