
La brecha que se ha abierto dentro del movimiento feminista de nuestro país (y también en otros lugares) en torno a las leyes y la cuestión trans parece haberse convertido en un conflicto entre dos posturas cada vez más irreconciliables. Una de ellas se sitúa, dicen sus defensoras, en el territorio de la realidad, la ciencia, la naturaleza, la lógica y el sentido común, y, como consecuencia, afirman que ser mujer se basa en el sexo biológico, mientras que, añaden, la otra postura se mueve por simple y pura ideología y sentimientos, y ha llegado a caer en un auténtico «delirio trans». Un delirio es propio de personas que sufren perturbaciones o trastornos mentales. Ese tipo de acusación debería poner en alerta incluso a quienes la emiten. Locas, nos ha llamado siempre el patriarcado. Locas e histéricas, insensatas que nos dejamos llevar por nuestras tripas, nuestras emociones y nuestra menstruación o nuestra menopausia.
Planteado así el tema, sería comprensible tomar partido por la Razón y la Verdad con mayúsculas. Sin embargo, el camino del infierno está empedrado de certezas absolutas y voy a explicar por qué. Ocurre que el feminismo transinclusivo y queer no dice (salvo opiniones poco rigurosas en las redes sociales) que el sexo no exista y no sea una realidad material, sino que es una categoría de clasificación que resulta muy estrecha de miras, reduccionista y tan construida por nuestro pensamiento y nuestra sociedad como la del género. La realidad (material, porque está ahí) de los cuerpos y las vidas es más amplia y diversa que el binarismo macho/hembra.
El conflicto, pues, dentro del feminismo (y de la sociedad en general) se plantea entre un sector que ha vuelto a considerar el sexo biológico como una categoría incuestionable que hay que defender, blindando además los derechos referidos a ella, por lo que este sector es transexcluyente y niega la condición de «mujeres auténticas» a las mujeres trans e intersexuales, y de «hombres auténticos» a los hombres trans. Y, por otro lado, se encuentra el sector desde el cual planteamos que no es lo mismo ser hembra que mujer, macho que varón. Ser mujer, entonces, no supone solo poseer cromosomas XX, tener útero, vagina y ovarios, menstruación, capacidad para reproducirse y clítoris. Para nosotras, las mujeres somos una categoría bio-psico-socio-cultural, y ello no tiene por qué implicar un refuerzo del género tal como lo conocemos y rechazamos, desigual, jerárquico, estereotipado. Porque una cosa son los estereotipos y roles de género, y otra la identidad, que tenemos todas, todos y todes, y no es solo un sentimiento, sino mucho más, una experiencia de vida. De hecho, las mujeres y hombres trans han querido modificar la ley estatal española de 2007 precisamente porque les imponía un filtro externo que les exigía ajustarse a los estereotipos más tradicionales. La autodeterminación de género buscada y conseguida con la ley trans de 2023 buscaba acabar con ese filtro médico o psicológico coercitivo, tanto como eliminar la patologización. Ser trans no es un delirio, no es estar loca. ¿Quiénes serían las «auténticas personas trans» para el sector transexcluyente? ¿O ni siquiera consideran que existen y ven la transexualidad como un gran trastorno psicológico y social? No suelen decirlo.
Curiosamente, hay un punto de contacto muy importante entre el feminismo que pide la abolición de género y la teoría queer, un punto donde ambas ideologías que se presentan como opuestas se tocan e interaccionan. Abolir el género supondría que ser mujer o varón no implicara determinados modos de sentir y vivir. Una utopía necesaria, desde luego. Las personas podríamos ser, entonces, libres, conformes a nuestros deseos y no a ninguna imposición social. Pero el pensamiento queer plantea lo mismo a través de la multiplicidad y diversidad de los géneros, ya que los subvierte (y nunca naturaliza) al mezclarlos, fragmentarlos, confundirlos y difuminarlos: así llega al mismo puerto que con la abolición, puerto donde cada persona podría ser libre conforme a sus deseos. El valor o la ternura, los cuidados o la aventura ya no tendrían por qué corresponder, de modo absurdo, con lo femenino o lo masculino, sino con la libre elección de cada cual.
Más allá, para las feministas que abogamos por un concepto más amplio de las mujeres, la defensa de la categoría de sexo biológico nos parece un retroceso muy peligroso. En nombre de la naturaleza se ha justificado nuestra opresión, discriminación y subordinación. El feminismo siempre ha luchado por arrancarnos de las garras de lo natural, lo heterosexual y el destino reproductivo. Por eso, no dejaremos de señalar la realidad material de los diversos cuerpos y vidas: mujeres heterosexuales, lesbianas y bisexuales, mujeres intersexuales XY que han vivido y han sido socializadas desde su nacimiento como mujeres, pero ya no quieren ocultar quienes y cómo son (recomiendo el vídeo «Se receta silencio»), trans que quieren acogerse al feminismo, lo que debería ser objeto de orgullo y celebración, no de exclusión y rechazo. Considerar el feminismo como un movimiento que blinda derechos solo para las hembras es triste y empobrecedor.
Pero lo que sí es libre es el miedo, la aversión y el rechazo (en eso consiste la fobia, exagerada y obsesiva). Y los cambios de paradigma asustan. Estamos ante uno de ellos, un cambio hacia lo queer y el trans-poshumanismo, distopía o esperanza según quien lo mire. Ese miedo nos lleva a volvernos hacia atrás. El temor al presente, al futuro y a lo nuevo nos empujan a excluir a otras mujeres por ajenas, relegándolas, en nombre de la ciencia, a los márgenes y a la monstruosidad, donde estaban antes y de donde quieren salir (como nosotras lo estuvimos también y lo seguimos estando en muchos lugares del mundo).
El conflicto dentro del feminismo tiene muy difícil solución por ahora. Algo que resulta muy doloroso para mujeres que llevamos muchos años ahí. Amplificado por las redes sociales, donde la violencia campa por sus respetos, desde cada bloque deberíamos aceptar nuestra propia violencia y no justificarla como una necesaria defensa ante los ataques de las contrarias. La agresividad, repito, existe por las dos partes, como en casi todo conflicto. Se construye un enemigo o enemiga, cada bloque se compacta y se defiende a ultranza, se persigue el fallo ajeno y sus puntos débiles, no el entendimiento y la compresión. Guerra total, insultos, burlas, mofas, menosprecios, al más puro estilo patriarcal. Tampoco estoy de acuerdo, en absoluto, con el ataque a eventos como presentaciones de libros y charlas, o las amenazas y, por supuesto, las agresiones físicas. Otra estrategia para denigrar un movimiento es tomar solo sus posturas más extremistas y generalizarlas.
Como feminista y escritora de ciencia ficción, para mí la utopía posible se basa en la diversidad y la inclusión, nunca en la negación de derechos, el miedo paranoico y el biologicismo. Toda ley, también las trans, pueden tener sus fallos y existe la posibilidad de fraude, que hay que resolver, sin atentar contra sus principios básicos pretendiendo volver más atrás incluso de la ley de 2007.
El tiempo hablará y pondrá las cosas en su sitio, pero pretendo que ese futuro me encuentre, como lo estarán otras mujeres feministas, en el lado correcto de la historia.
Lola Robles©
https://www.filmin.es/corto/se-receta-silencio
En mi blog, que dedico a la difusión literaria de escritoras y al activismo, puede encontrarse una bibliografía seleccionada y comentada de ensayos, biografías y obras literarias sobre transexualidad, teoría queer e intersexualidad, en este enlace:
https://escritorasfantastikas.blogspot.com/2025/05/bibliografia-basica-sobre.html
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