Éramos tan jóvenes que a fuerza de soñarlo construimos el mundo a nuestra medida. Primero creamos las sombras que caminaron delante para mostrarnos el camino. Luego hicimos árboles, donde cobijarnos cuando el sol, que lo creamos nosotros también mientras nos acariciaba, apretaba en abrazo caluroso. El mar, ya estaba, de él posiblemente saliéramos en el principio. A él volveremos cuando el amor se nos cierre y los ojos nos pesen. Cuando el polvo en que nos convirtamos se confunda con la arena y se pise irisado.
María Toca
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