Escribo, una vez más, desde la perplejidad del ciudadano que asiste a todo lo público desde las diferentes pantallas a través de las que se asoma a la realidad de su época. Esto lo recalco porque no quiero llevar a engaño al lector; la mía no es una opinión de experto al tanto de lo que se cuece entre las bambalinas del poder, en este caso de las que atañen a la cosa diplomática española o marroquí. Ni mucho menos, pues, por muy concernido que me haya sentido siempre por todo lo relacionado con la antigua colonia, y después provincia, española del Sahara Occidental, todo lo que voy a comentar a continuación no deja de ser el resultado de las perplejidades de un ciudadano español cualquiera puestas por escrito cuando asiste al último capítulo de la ignominia histórica cometida por el Estado Español con el pueblo saharaui.
Una ignominia de la que todos sabemos los pormenores, cómo y en qué circunstancias el agonizante régimen de Franco abandonó la que, con el único fin de sortear el proceso de descolonización que desde finales de los años cincuenta había culminado con la independencia de la mayoría de las antiguas colonias inglesas y francesas en África y Asia, había convertido en provincia española de pleno derecho, en manos del sultán de Marruecos, a la sazón Hassan II, tras la llamada Marcha Verde. Una marcha que ahora vemos como la precursora de esa forma de chantaje tan cómoda y miserable por parte de las autoridades marroquíes consistente en arrojar a cientos o miles de sus ciudadanos más humildes, ya sean armados en exclusiva con banderas y pancartas o con la única motivación de intentar huir así de la miseria, contra las fronteras españolas en la previsión de que las fuerzas de seguridad españolas jamás cometerán la atrocidad de abrir fuego contra ellas. Un chantaje al que se plegaron sin resistencia las autoridades españoles del momento y que nunca ha sido reconocido después por esas otras que las sucedieron. Desde entonces han sido muchos los agentes sociales españoles, partidos y no, los cuales, ya en democracia, han hecho suyas las proclamas del Frente Polisario, el cual lideró y lidera la resistencia contra la ocupación marroquí de su país. Partidos como el PSOE, el cual fue llegar de la mano de Felipe González al poder y cambiar de la noche a la mañana la política de su partido respecto al conflicto saharaui. De hecho, González pasó de viajar hasta los territorios liberados del Sahara Occidental, en pleno conflicto armado con Marruecos, para proclamar delante de los representantes del Polisario, «El Pueblo Saharaui va a vencer en su lucha. Va a vencer, no sólo porque tiene la razón, sino porque tiene la voluntad de luchar por su libertad (…) Para nosotros no se trata ya del derecho de autodeterminación, sino de acompañaros en vuestra lucha hasta la victoria final (…) A medida que nuestro pueblo se acerca a la libertad, será mayor y más eficaz el apoyo que podamos prestar a vuestra lucha», a convertirse en el mayor valedor del régimen alauita desde que, con la excusa del ataque en 1985 por parte del Frente Polisario al pesquero canario Junquito y a la patrullera Tagomaro de la armada española -ataques que se habían venido repitiendo desde principios del 1977 en respuesta a la firma de Acuerdo Tripartito de Madrid en el que España acepta el reparto de su antigua provincia entre Marruecos y Mauritania– el gobierno de España decidió ponerse del lado del marroquí en el conflicto del Sahara.
Aquella fue considerada la primera traición de un gobierno socialista español al pueblo saharaui. También entonces como ahora los socialistas españoles intentaron justificarla como un ejercicio de realpolitik cuyo principal objetivo no era otro que asegurar unas buenas relaciones con un vecino con el que el estado español mantenía varios frentes abiertos, los cuales, por otra parte, no solo no han remitido, como en el caso de las reivindicaciones marroquíes sobre la soberanía de Ceuta o Melilla, o los siempre procelosos acuerdos pesqueros hispano-marroquíes, sino a los que también se les han añadido otros de gran notoriedad como la política migratoria o la lucha contra el terrorismo islámico.
Entretanto, el conflicto del Sahara Occidental no solo no se ha resuelto, sino que, después del fracaso de unas negociaciones estancadas para la celebración de un futurible referendo de autodeterminación auspiciado por la ONU y saboteado desde el primer momento por Marruecos, la guerra entre el Polisario y el ocupante marroquí ha vuelto. Claro que la de ahora es una guerra que se circunscribe en su mayoría al área donde Marruecos levantó su propio muro de la vergüenza para separar los territorios saharauis bajo su mando de esos otros desérticos bajo soberanía de la República Árabe Saharaui Democrática, la cual, no lo olvidemos, ha sido reconocida por 84 estados, entre ellos todos los pertenecientes a la Unión Africana y en especial Argelia, el país vecino que acoge en los campamentos de Tinduf a los refugiados saharauis y que apoya militar y diplomáticamente las reivindicaciones del Polisario. Se trata, sin embargo, de una guerra que podríamos llamar de baja intensidad. O lo que es lo mismo, una guerra silenciada por la mayor parte de los medios de comunicación internacionales, ya sea por la complicidad de muchos de estos con los intereses marroquíes, o porque el interés informativo que ofrece dicha guerra -apenas el recuento de las escaramuzas militares del ejército saharaui contra las posiciones del marroquí en su muro defensivo, y de las que prácticamente solo da cuenta a diario la pagina web del Polisario– no parece ser suficiente como para ocupar las portadas de actualidad. Una guerra silenciada incluso con ocasión de la polémica que nos ocupa por la que no dudo en calificar como la segunda gran traición del Partido Socialista Obrero Español al pueblo saharaui tras saberse las intenciones del gobierno de Pedro Sánchez de reconocer la soberanía marroquí en la antigua provincia española y recomendar al Polisario que acepte esta a cambio de una especie de autonomía en la que podrá participar como un agente político más dentro de esa democracia de mínimos, por no decir simple y llanamente de pega, que sigue siendo Marruecos, una monarquía supuestamente constitucional en la que el rey sigue teniendo siempre la última palabra en prácticamente todo. Dicho de otro modo, un régimen de apariencia democrática, con elecciones supuestamente libres y un parlamento con una capacidad legislativa siempre supervisada, en el que el verdadero poder lo sigue regentando el Majzen (literalmente “almacén”), esa especie de corte alrededor del rey alauita compuesta por todos aquellos, familiares, oligarcas, militares, altos funcionarios, líderes tribales, etc., que tienen un acceso directo a este y que, por lo tanto, se entiende que trabajan desde sus puestos en beneficio exclusivo del monarca alauita.
Sin embargo, y una vez más, los portavoces del gobierno de Sánchez nos hablan de realpolitik como ya lo hicieron en su tiempo los de González. Y eso a pesar, también una vez más, de que el primer programa electoral de Sánchez incluyera el compromiso del PSOE de trabajar por una solución negociada entre Marruecos y el Polisario, una solución en sintonía con la propuesta por la ONU. Compromiso, que todo hay que decirlo, desapareció en su último programa electoral. Sin embargo, ¿a qué venía ese compromiso inicial del PSOE de Sánchez en contra de lo que había sido el sostén sin fisuras del PSOE de González y sus sucesores a los intereses marroquíes? Pues ni más ni menos que el reconocimiento por parte de un Pedro Sánchez en conflicto con la nomenclatura de su partido, con el felipismo para ser claros, de que las bases de su partido, siempre más a la izquierda que sus dirigentes, seguían compartiendo la estima histórica de la izquierda española por las reivindicaciones de los saharauis. Qué menos que complacer a las bases socialistas en su enfrentamiento contra los barones del partido, los cuales lo habían destituido como secretario general del partido, en esa reivindicación histórica sustentada en la mala conciencia por el modo cómo España entregó el Sahara Occidental a los marroquíes. A lo que habría que añadir el rechazo instintivo y hasta secular por parte de la izquierda española a todo lo que tenga que ver con la autocracia alauita y la simpatía por lo que históricamente se ha considerado desde la izquierda española como un intento, si no el único, de república árabe verdaderamente democrática y además de inspiración socialista. Un aprecio por la causa saharaui que miles de españoles han mantenido vivo a pesar de la indiferencia e incluso hostilidad de sus gobiernos, ya sea a través del amplio elenco de organizaciones no gubernamentales que trabajan en proyectos solidarios con los campamentos de Tinduf, del compromiso incluso de muchas instituciones locales españolas, ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, para encauzar esa ayuda solidaria, y, ya muy especial, la acogida durante décadas por parte muchas familias a niños saharauis, los cuales después de tanto tiempo incluso se han convertido en unos miembros más de dichas familias.
Así pues, creo que se puede afirmar sin ambages que la mayoría del pueblo español está a favor de las reivindicaciones saharauis. Y lo está, además, mucho más allá de las barreras que habitualmente dividen a los españoles. La mayoría nos identificamos con los objetivos del Polisario, ya sea desde la izquierda por pura inercia de la época en la que la lucha de los pueblos por su autodeterminación formaba parte de su corpus ideológico, los nacionalismos periféricos por lo obvio, y desde la derecha, incluso la más extrema, en respuesta al principio de que el enemigo de mi enemigo siempre es mi amigo, y todos sabemos que no hay mayor enemigo para un patriota español de pura cepa que el moro ladino y traicionero, obviando aquí a propósito la realidad de que según sus propios prejuicios los saharauis lo son tanto como los marroquíes, que en su imaginario de despropósitos y obsesiones varias representa la enésima anti España desde que el moro Muza puso sus pies a este lado del Estrecho. Yo incluso diría que la mayoría se identifica con los saharauis de un modo exclusivamente sentimental más allá de las ideologías y, ya de un modo muy concreto, romántico incluso, motivada por la convicción generalizada de que se trata de una causa perdida.
¿Se trata entonces de un ejercicio de puro pragmatismo político y/o económico por parte del gobierno de Pedro Sánchez? Pues llegados a este punto ya solo nos queda la pura especulación acerca de las razones de este nuevo supuesto ejercicio de realpolitik por parte de los más dignos herederos del PSOE, ya no solo de González, sino también de Zapatero, otro que nada más llegar al poder asumió de inmediato la necesidad de congratularse lo más rápido posible con el sátrapa alauita. Razones que no dejarían de ser las de siempre, asegurase la colaboración de Marruecos en política migratoria y de seguridad, acuerdos comerciales, el reconocimiento del estatus quo de Ceuta y Melilla. Pero, ¿por qué ahora, y a pesar de la necesidad de reconducir unas relaciones casi rotas tras el escándalo montado por parte de Marruecos al enterarse de que España había acogido en uno de sus hospitales al líder del Frente Polisario en respuesta a una petición de Argelia? ¿No deberíamos mimar las relaciones con Argelia como proveedor que es de más del 30% de gas que consumimos y sobre todo en plena crisis energética a raíz de la guerra de Ucrania? ¿Ha cambiado tanto esa proporción del gas que consumimos en poco tiempo y a favor del gas que nos envía Estados Unidos a precios casi desorbitados, que a día de hoy Argelia ha dejado de ser una prioridad? ¿Estamos convencidos de que Argelia seguirá suministrando gas a España a pesar de su alineación ya total con los intereses marroquíes a la vista de que tampoco puede renunciar al dinero que ingresa con la venta del gas, y a pesar de que el número de posible compradores parece haber aumentado con la necesidades de otros países de quitarse de encima la dependencia del suministro ruso? ¿Se trata nada más y nada menos que de plegarse a las exigencias de EE.UU como potencia al mando del bando geoestratégico del que formamos parte sin remedio? ¿Siquiera ya solo a las de los intereses del resto de socios europeos que son en su inmensa mayoría, a destacar Francia y desde hace cuatro días también Alemania, pro marroquíes? ¿De verdad existe alguien en España que se pueda creer la buena fe de Marruecos a la hora de otorgar una especie de autonomía al Sahara Occidental con todas las garantías democráticas necesarias para que el Polisario decidiera incluso considerar la posibilidad de aceptar dicha autonomía, teniendo en cuenta el modo exclusivamente represivo como ha gestionado el estado marroquí su propia primavera árabe y muy en especial las revueltas rifeñas en las que las reivindicaciones identitarias iban unidas a esas otras exclusivamente democráticas? ¿Cómo se puede concebir voluntad democrática alguna respeto al Sahara de un estado que mantiene el Sahara ocupado bajo un estado de verdadero terror, que sigue encarcelando, torturando y asesinando a los activistas saharauis que todavía resisten a ese lado del enésimo muro de la vergüenza, y cuyo ejemplo más notorio serían los once muertos, setecientos heridos y ciento cincuenta desaparecidos en manos de la policía y el ejército marroquí durante el ataque al campamento de protesta saharaui de Gdeim Izik en 2010 tras abrir fuego contra más de veintiséis mil personas indefensas, la mayoría mujeres, ancianos y niños? Una vergüenza de la que no podremos escapar porque, por muy importante, acaso solo simbólica, que sea la renuncia de España a defender una solución negociada para el conflicto del Sahara, este seguirá enquistado ad eternum como lo ha estado hasta ahora, con una parte considerable del pueblo saharaui condenado al exilio, si bien es de esperar que con el tiempo cada vez más como ciudadanos oficialmente no reconocidos del estado argelino, pues es en este en el que viven, estudian y trabajan pese a lo que pueda decir ahora y en el futuro la retórica propagandística del Polisario, y esa franja al otro lado del muro que separa el territorio saharaui ocupado, ocupada en su inmensa mayoría por el desierto, donde seguirá existiendo la República Árabe Saharaui Democrática como un estado tan independiente como fantasma, una república de arena, una broma amarga de la Historia.
Pues se supone que habrá de todo un poco como en botica. Sin embargo, también creo que al ciudadano medio español enseguida se le pone la mosca detrás de la oreja cuando se le habla de realpolitik con Marruecos, o mejor dicho, con el sultán de dicho país. ¿Cuántos acuerdos se han firmado con el alauita y cuántos, cómo y cuándo se ha incumplido por su parte? ¿De verdad se puede creer alguien que Marruecos va a renunciar definitivamente a su derecho a la soberanía de Ceuta y Melilla porque así lo recoja un papel, cuando se trata de uno de esos principios irrenunciables que forman parte de la identidad nacional de un país? ¿Acaso España renunciaría para siempre a Gibraltar porque así lo estableciera un acuerdo del gobierno de turno con otro del Reino Unido? ¿Los acuerdos bilaterales en comercio no están más sujetos a las leyes del mercado que a las de la política? ¿Controlar la emigración desde Marruecos a nuestras costas no es como intentar controlar los estragos de una riada poniendo sacos terreros o tablas a las entradas de las casas? ¿De verdad se puede creer en esa cosa tan retórica y farisea de la amistad hispano-marroquí cuando lo que de verdad anida en el subconsciente de cada pueblo son, tanto el rechazo secular de una muy amplia parte de la población española hacia el vecino moro por la cosa esa de los atavismos de nuestra Historia siempre latentes, como el resentimiento también siempre latente por parte de nuestros vecinos hacia un país que ejerció de potencia colonial de segunda fila en una parte del territorio marroquí tras una larga y sanguinaria guerra de conquista?
Pero, sobre todo, qué tipo de realpolitik es esta del PSOE en contra de la opinión mayoritaria del pueblo español respecto al Sahara Occidental, y ya muy en especial, contra la de su propio electorado. ¿Confiará en que apenas sea una tormenta pasajera que con el tiempo, es decir, cuando llegue el periodo electoral, nadie le echará en cara? ¿Tan mal concepto tiene Pedro Sánchez, ni más ni menos que el que tenía Felipe González, acerca de la integridad moral de sus seguidores en según qué temas, esto es, de su compromiso con la memoria histórica? ¿No se da cuenta el gobierno de Sánchez de que esta segunda traición al pueblo saharaui viene a ser una página más de la vergüenza con la que los españoles parece que nos hemos acostumbrado a escribir nuestra Historia, digamos que desde el desastre del 98, aunque me temo que algunos patriotas exaltados no dudarían en remontar dicha vergüenza a esa fecha mítica y por lo tanto falsa en la que se inicia la decadencia de España con la derrota en Roccroi, y que precisamente por eso, por tratarse de algo que va a parar directamente al subconsciente colectivo, se trata también de algo condenado a no ser olvidado nunca?
En cualquier caso, y dadas tanto las circunstancias comentadas anteriormente como esas otras relacionadas con la torpe gestión de la crisis como la de la Pandemia o los conflictos laborales y económicos derivados de la guerra de Ucrania, resulta imposible, siquiera desde un punto de vista de izquierda que acepta, también por puro pragmatismo, que el gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez es el más escorado a una verdadera gestión de lo público desde presupuestos genuinamente socio-demócratas desde hace mucho tiempo, a hacerse una pregunta algo más que retórica: ¿Es por verdadera torpeza, si se quiere improvisación o impericia, o más bien por sumisión a intereses de terceros, y por lo tanto presumidamente espurios, que este gobierno de izquierdas no para de pegarse tiros en el pie?
Txema Arinas
Oviedo, 24/03/2022
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