Aquí andamos, como no podría ser de otra manera, dando vueltas a reacciones que nos sobrecogen un poco, no tanto por inesperadas como por pensarlas ya superadas.
Resulta que un señor mayor -no hago edadismo sino que resalto la edad porque se nos supone, a la gente madura, un cierto criterio, pasados los estertores de entusiasmo seminal- El pavo que tiene exactamente de 69 años, mantiene relaciones con una joven, sin protección ni cuidados, dejándola embarazada con el consiguiente disgusto del señor -probo señor de derechas, catoliquísimo señor de derechas, antiabortista de toda la vida- porque la chica decide continuar con el embarazo y no abortar.
Lejos de mantener silencio, como se hacía en el pasado -oh, añorados tiempos en los que las barraganas ocultaban el pecado y lloraban en silencio- la joven decide contar la noticia del embarazo y se monta la de dios.
Para empezar, el señor por ese tiempo era casado. Que no es que importe a nivel social porque eso es algo de índole privada, pero tratándose, como dijimos, de un probo señor de derechas, queda poco edificante, pensamos las inocentes zurdas feminazis. Pues no. Porque los señores de derechas han folgado a lo largo de la historia con quién y cómo les hiciera el gusto. Luego confesaban sus pecados con confesores, folgadores como ellos, y aquí paz y luego gloria. De todas/os es sabido que el pecado es cosa femenina, en el pasado y según percibimos, en el presente también.
Es la mujer quien debe decir no, quien debe proteger la moral del hombre casado y no tentarle con secuaces concupiscencias ante las que el señor mayor, cae rendido. Y sin protección. Porque se ve que a los señores de derechas no les ha calado el mensaje de protegerse, con preservativo, de venéreas o embarazos no queridos. Pero la culpa es de la joven, que era soltera y libre cual paloma torcaz. Cierto que libre, pero con poco gusto, que eso sí le achacamos a la chica, pero para gustos colores. Índole privada como el casorio del señor.
El señor de derechas es rico. Tiene caballos, canta memeces y pertenece a familia de postín. Infiel ha sido siempre, cierto que una pensaba que las veleidades de conquistador decimonónico habían caducado debido a la proba edad del señor, pero se ve que como dice el refrán, el demonio pierde el rabo pero no las costumbres (lo del rabo no me lo tomen por la tremenda, hagan el favor)
A la hora del paritorio, el señor declara en revista que bien pudiera ser el BOE de la first class española, con sus reportajes coloridos y babeantes de la beauty for people, declara como decimos, que no va a ejercer de padre. Pagar, si se demuestra por prueba de ADN, que es hijo suyo, se verá, pero ni afectos, ni contactos de crianza, ni nada de nada. Porque no quiere ser padre, dice el señor de derechas. Porque ser padre se elige. Piensa el señor de derechas.
No han faltado coros de señoros que aplauden la decisión, incluso uno (tan casposo e irritante como el susodicho, aunque más joven y escritor, para más señas, aunque le debe la fama y la tele a su mujer, más juiciosa que él, de aquí a Lima) comparando su decisión con lo que una mujer hace cuando decide abortar. Porque el cigoto es comparable con el niño hecho y derecho, dice el escritor. Porque el cigoto en el cuerpo femenino es comparable a la etapa en que hay que correr a urgencias porque el nene se cayó o sufre bronqueolitis. Porque el cigoto es comparable al adolescente que suspende y tal. Si abortamos a ver porqué Bertín (el señor de derechas, por si no habían caído hasta ahora) no va a tener derecho a no ser padre. De un hijo suyo. De un hijo, no de un cigoto. De un hijo vivo e independiente. No de un cigoto incrustado en el útero materno. Porque ser padre se elige.
Mi primera novela trató precisamente de la historia de una mujer que queda embarazada -en los años cuarenta, y siendo adolescente- tiene a su hija y poco después renuncia a ella. La deja en manos de un hombre que ejerce de padre amantísimo, la cuida y la quiere bien. La protagonista de mi novela, con nulo instinto maternal y una ambición sideral, continua su vida sin mayor sentimiento de culpa, pagando la educación de la nena pero sin contacto maternal con ella. Decidió no ser madre.
Si me hubieran dado un billete de diez euros cada vez que, en una presentación de la novela, charla o taller sobre la misma, me han preguntado cómo se me ocurrió cosa tan horrenda, hoy tendría la cuenta saneada. ¡ A qué mente retorcida se le ocurre que una madre renuncie a la maternidad! ¿Cómo es posible que una madre abandone a su hija después de nacer? Inverosímil, me han dicho varias veces. Imposible, me han confirmado otras. Claro que, según la consigna patriarcal grabada a fuego en nuestras mentes, ser madre es muy diferente a ser padre. Por eso, lo de mi personaje era crimen horrendo y lo de Bertín, normal.
Y tienen razón. Se ha venido haciendo durante siglos. Y mucho. Cuenten ustedes los hijos naturales que han existido a lo largo de los años, incluso alguno pasó a la historia con honores, como don Juan de Austria. Los hijos naturales de señores con posibles han sido una institución en la historia mundial, que eran aparcados en los aledaños del poderío familiar y solo si la criatura destacaba como dechado de virtudes, o la familia ignorada, mostraba caridad cristiana, lo mismo le daban una ligera educación y atendían a sus necesidades primarias. Todo ello muy alabado por la sociedad porque lo normal era obviar al fruto del pecado. Pecado de la madre, porque es bien sabido que, desde Eva hasta el fin de los tiempos, somos las mujeres las que pecamos, tentamos y seducimos. Ellos, pobrecillos, se dejan, caen rendidos a la lujuria de forma natural porque el hombre es paja, la mujer fuego…ya saben.
Que no quiero decir yo que el señor Osborne no tenga derecho a pasar de su paternidad, no de suministrar los posibles económicos para que ese nene/a no pase privaciones, pero sin crianza. Tiene derecho porque a nadie le obligan a ser padre. Lo que intento resaltar es la diferente vara de medir entre un sexo y otro. Que lo constatemos para saber con certeza el camino que nos resta de andar en pos de una sociedad feminista e igualitaria, porque luego llegan y nos espetan, como disparando con carabina, que ya tenemos todos los derechos, que de qué nos quejamos y que si paguitas…
Luego hemos sabido que la dulce mamá de Dani Alves, publica en sus redes sociales fotografías identificatorias sobre la víctima de su hijo, con el fin de demostrar que una violada no puede salir a la calle, ni divertirse, ni vivir. Porque para ser una violada, y que su historia tenga visos de credibilidad, no valen cámaras, protocolos que lo afirman, declaraciones de testigos. No. Hay que convertirse en viuda siciliana, encerrarse en casa y salir a la calle enlutada, con la cara cubierta y el pelo encenizado. Porque según la mamá de Dani Alves, es así, aunque el juez les avisara taxativamente de que publicar los datos o la imagen de la joven era delito.
Y fíjense en un detalle. Debemos proteger la identidad de la víctima, no del acusado. Porque la vergüenza es de ella. No del violador. Evidentemente, los jueces con buen sentido, toman estas medidas protectoras sobre la mujer violada porque consideran que de no hacerlo el fusilamiento social de la joven sería sideral. Entiende la justicia que es obligado proteger a la víctima porque la sociedad va a ensañarse con ella. No con le violador. Con la víctima.
Ratifica lo anterior. Para la sociedad aun sigue siendo “culpa” de la mujer todo. Culpable de quedarse embarazada -va a pillarle, porque si no, a ver por qué no usó anticonceptivos porque la protección es cosa de mujeres-
Culpable si es violada, abusada, porque subyace la idea de “provocación” de no negarse con fuerza, de consentir aunque se utilice la fuerza, o el estado de shock, o el privilegio del poder. Culpable, culpable y culpable.
Quiero acabar refiriéndoles una terrible historia. Conocí a una mujer devastada, en su cara reflejaba un sufrimiento que había dejado surcos bien visibles. Me contó, cuando entramos en confianza, que su hija había sido violada por una manada. Destrozada después de horas de jolgorio, la dejaron abandonada entre los contenedores de basura, donde el servicio de limpieza la encontró al cabo de una horas. Dos años de operaciones, rehabilitación y cuidados habían recuperado el cuerpo de la joven. El cuerpo, digo, porque imaginen como quedó su mente. Denunciaron, consiguiendo llevar a la cárcel a los culpables después de ígneos trabajos. Llevaban ocho años cambiando de domicilio cada seis, ocho meses, por la persecución y amenazas que las sometían los familiares y amigos de la manada de violadores, por haber denunciado y conseguido pruebas para la condena de la manada asesina. Ellas eran las que cambiaban de casa. Ellas eran las que vivían en precariedad laboral porque al no poder asentarse en un lugar y tener que rotar con frecuencia, la profesión de ambas se resentía. La madre, terminó su historia, contando que los violadores estaban a punto de salir de la cárcel y que no imaginaban como sería la vida cuando la manada se uniera al grupo amenazante de familiares.
Por eso, la judicatura debe proteger. A la víctima. Y eso es precisamente lo que demuestra la vileza de la sociedad patriarcalizada que seguimos teniendo. Ya decía -creo que Einstein- que cambiar las leyes era fácil, lo difícil era cambiar las costumbres.
Por eso don Bertín Osborne no quiere ser padre de su hijo y sale en el Hola. Imaginen si eso mismo lo hiciera una mujer.
María Toca Cañedo©
Hola. Muchas gracias por este artículo. Excelente valoración
Magnifico e imbatible enfoque, María.
Gracias