Habla la prima rica:
Mil veces, te lo he dicho mil veces: no me interrumpas cuando hablo. Cuida, torpe, que es el juego de café bueno. El del banco habrá pensado que estás chalada. Sí, chalada he dicho, tartamudeando con esa cara. Lo que me faltaba por oír, que no tartamudeas. No lo niegues, que tu madre ya no sabía a qué médico llevarte. No, no eran cosas suyas. Ella hizo por ti, hasta más que yo, que ya es decir. ¡La taza, que al final la vas a tirar!. Cuando murieron tus padres, gracias a mí, que a ver dónde hubieras acabado tú. Si, ya, te dejaron dinero. Pero poquito, guapa. La tercera parte de las acciones, el resto para mí y mis hijos. Y encima ahora hay que vender. Sí, vender, sí. Ojalá hubiera podido ir yo sola al banco, pero con tu famosa tercera parte, a jorobarse, las dos juntas. Minusvalorarte, ¿yo? No me insultes.
Cuando haya alguien delante, me dejas a mí. Sé de lo que hablo mejor que tú. No, no he dicho que seas tonta. Cuidado con el pie, que arrugas la alfombra. Sí, ya sé que sabes guisar, vaya cosa. Si te enseñó tu madre, la pobre. Ostras, bien mirado, si me pudiera ahorrar a la cocinera, con los tiempos que corren…
Pues sí, hija, buena idea. Como que cuál. La de que quieres sustituir a la cocinera. Tu madre guisaba muy bien, es cierto. Y en el cuarto de servicio estarás muy cómoda, cerca de la cocina. No, si en el fondo eres generosa. Algo tenías que tener de la familia. Te has dado cuenta de que necesito tu habitación para invitados, o para cuando vengan los chicos. Eh, lloros no, que siempre te emocionas cuando menciono a los chicos.
Qué idea más buena has tenido, hija, parece mentira.
Piensa la prima pobre:
[Soy torpe, dilo. Soy tonta, dilo. Y mi madre era una santa, ja, ja. Pero ha salido bien. Si pude con mis padres, podré contigo. Les costó dejarme cocinar: que tú no sabes, que tú no puedes. Y lo a gusto que comían luego.
Como eres mala, prefieres que sea tu cocinera gratis, en lugar de tu pariente pobre-pero-digna. Lo que no sabes es que en la cocina actuaré a mis anchas. Porque tú ni entras, claro. Tengo las hierbas. Y si se acaban, sé dónde hay más.
Consiste en tener paciencia. Eso lo sé hacer muy bien. Tú caerás enseguida, con tus achaques. Y los chicos, los tengo en el bolsillo. Nadie les ha tratado nunca con cariño, lo mismo que a mí. Estarán encantados de quedarse conmigo. Y para el del banco, hay tiempo. Hoy me miraba de reojo, será fácil ponerlo de mi parte, con todas las acciones en mi bolsa, las mías y las de mis hijos adoptivos.
Y ya no seré una persona invisible].
Luisa Horno
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