Creo que te he contado ya que hace unos días destrocé un viejo móvil corriendo tras un bus que no me esperaba. Se deshizo con tanta facilidad como si al estrellarse sus pedazos no encontraran mejor excusa para dejar de avenirse. Ni conseguí recogerlos todos ni llegar a tiempo donde pretendía, así me quedé, en mitad de una zona cero de fragmentos diminutos, con un pensamiento anclado en el centenar de mensajes perdidos que nunca se me había ocurrido borrar, por ser como hilachas que me conectaban con un tiempo perdido que me empeñaba en recordar feliz.
La gente que pasaba a mi lado no sabía muy bien como ayudarme: Una chica muy amable me señalaba algunos: “Te quiero, cuídate” y me recomendaba mirar donde me movía si no quería pisar un “Te pienso” y dos valiosísimos: “Te has ido pero sigues estando aquí”. Abundaban los: “Ya he llegado, te espero dentro” pero lamentablemente también los: “No te molestes, ya nos vemos”.
Conforme me esforzaba en buscar iban apareciendo otros nuevos, intrascendentes o incomprensibles la mayoría, pues mi mente no conseguía asociarlos a ningún momento puntual. Ubiqué dos joyas deterioradas por el impacto, pertenecientes a dos mujeres distintas que coincidieron en un mismo tiempo y que hasta ese momento había supuesto que no se conocían. Me sorprendió un: “Que te den” que había conseguido olvidar y un: “Me dueles demasiado, cabrón” de alguien a quien creía lejano e invulnerable. A todas éstas, había gente que me miraba como un bicho raro salido de otro tiempo, con reloj de cuerda, chaleco y sombrero de paja, supongo que preguntándose si se respiraba oxígeno fuera del “wasap”. Entonces llegaste tú y no sé porqué vuelvo a contarte esto.
Jean Boucicaut, para #LaPajarera.
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