A estas alturas de la vida, 2025, solo te pido cosas muy sencillas.
Ya no nos sirven los grandes clásicos (como “la paz en el mundo”). En un mundo en el que el capitalismo ha conquistado hasta las mentes y su economía vive principalmente de las guerras, uno ya solo desea que el planeta no explote en pedazos. Que entre genocidios y bloques bélicos, no llegue un escalofriante holocausto nuclear por la codicia de los que nos hacen creer que es el único horizonte posible mientras van contando sus billetes.
Que de una vez por todas nos tomemos en serio el cambio climático y todas sus consecuencias. Que seamos conscientes de los límites del planeta y del estado crítico en el que se encuentra, mientras obedientes seguimos en la rueda del consumo más devastador.
Que pare el deterioro actual de la frágil democracia, y que cualquier gobierno progresista legítimamente elegido en el mundo deje de ser víctima del lawfare para tumbar la voluntad popular.
Que por fin Europa pueda dejar de ser el perrito faldero de EEUU y deje de caminar hacia el abismo porque le sale rentable al amigo americano.
En España, que el año 2025 sea el que de una vez por todas se muera Franco. El dictador no solo dejó todo atado y bien atado, sino que sigue protegido por las instituciones del régimen, desde la monarquía al poder judicial, pasando por la derecha política de esta “democracia plena” que mantiene lugares de enaltecimiento al fascismo en cientos de municipios del país al igual que más de 100.000 represaliados en fosas comunes.
Que dejemos de desayunar escuchando que otra mujer ha sido asesinada a manos de un terrorista machista.
Que las mentiras permanentes de los agitadores ultra pierdan el poder que tienen, y que los esclavos modernos dejen de merendárselas con alegría y comiencen a usar el cerebro. Que tantos y tantos jóvenes dejen de ver en Vox una alternativa contestataria, en un país en el que más de un tercio de la población no lee nunca un libro. Que no siga ocurriendo que el presidente no pueda ir a Valencia porque le agreden, mientras lloran de alegría si ven aparecer a los reyes abrazando neonazis o mientras el rey emérito se pasea cuando le apetece por las playas gallegas recibiendo el cariño de sus súbditos.
Que dejemos de normalizar que más de 10.000 seres humanos pierdan la vida por intentar cruzar la frontera más peligrosa del planeta en este país sin memoria que durante todo el siglo XX no dejó de generar emigrantes. O que solo en Huelva haya más de 40 asentamientos habitados por hasta 4.000 seres humanos en viviendas infrahumanas, quienes recogen la fruta que luego llega a nuestra mesa. Que de una vez por todas sea noticia y motivo de rabia popular que un empresario en Almería atropelle a 12 trabajadores migrantes porque reclamaban sus derechos.
Que dejemos de normalizar que la justicia española vea un ambiente de jolgorio y regocijo en una violación o absuelva a una red de empresarios pederastas por ser gente de bien; que insulte a lo que queda de la izquierda, que denigre a Irene Montero en público por haber trabajado de cajera mientras cuestiona la legitimidad del gobierno, que insulte a la mujer del presidente y acepte ser una herramienta más de la derecha española (junto con la policía y los medios, las cloacas del régimen) para tumbar un gobierno y abrir paso a los suyos. Que deje de ser normal que un grupo paramilitar fascista que amenaza a todo tipo de personas que no piensan como ellos y salga de cacería nocturna a apalearlos, sea quien forme a policías y militares con dinero público.
Que la izquierda vuelva a existir y a defender la solidaridad de clase en un horizonte internacional de cooperación… En un momento en que es tan imprescindible pensar en lo común y no solo en el egoísmo individual. Que de nuevo se abran las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, que de nuevo se fundan los corazones en un solo corazón y todas las ramas del pulso sean árbol de luz en las sombras… que vuelvan heridos, deshechos y esperanzados pero que vuelvan a ser lo mejor del mundo.
Que los medios de comunicación dejen de ser el cortijo privado de las grandes empresas españolas y de una vez por todas denuncien el saqueo cotidiano de las arcas públicas para derivar negocios a la sanidad privada, las aseguradoras y todo oscuro y vampírico business.
Que los fondos de inversión dejen de ser los arquitectos de las nuevas ciudades (reemplazando los barrios y sus vecinos y el tejido social de viviendas, comercios de proximidad y servicios públicos por circuitos para multinacionales del taxi, la vivienda turística y las franquicias de todo tipo, desde los bares a los centros sanitarios). Que los mismos fondos buitre devuelvan la banca, las eléctricas y la vivienda a las manos públicas y dejen en paz al campo español (solo el capital riesgo tiene 100.000 millones de euros en tierras agrarias). Que dejemos de decir que “la economía va como un cohete” porque nos hayan invadido los buitres.
Que en este monopoly donde solo cotizan al alza la guerra y la usura, los cuidados por fin se pongan en el centro de la vida, y sus profesionales sean reconocidos como merecen. Que dejen de poner a militares a gestionar tragedias, y que las tragedias sean una oportunidad para unirnos y no una oportunidad de negocio para los corruptos de siempre.
Que en esta tercera guerra mundial en la que vivimos, toda la inmensa (y dividida) capacidad tecnológica del planeta deje de estar enfocada al mercado de la guerra y sustituya la competitividad por la cooperación para poner la humanidad en el centro en un mundo en el que hay más pobres de los que nunca conoció la civilización.
Pero, para que todo esto ocurra, no vale con que cambie el año. Para eso, tiene que cambiar el sistema. Y el sistema no se cambia por inercia, sino que necesita de nuestro empuje para transformarlo.
Igor del Barrio.
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