- Fueron muy amigos, seguramente la pareja de amigos más guapos y talentosos del mundo del cine. Newman debía de estar tan seguro de su valía que insistió obstinadamente en que le dieran a Redford el papel de Sundance Kid en la película que uniría sus destinos para siempre. No le dio miedo que el magnetismo de su compañero de rodaje, ese rubio con ojos de un extraño tono azul lago y once años más joven que él, le robara planos o admiradores. Sospecho que supo que había dado con un semejante, y eso, cuando pasa, es de las mejores cosas que tiene la vida. Redford era alguien que estaba a su altura, el compañero ideal de timba. Con él podría divertirse y entablar un duelo interpretativo en cada escena. No se ha visto nunca un dúo de atracadores más estiloso ni mejor avenido, un par de forajidos tan irresistible como el que ellos formaban.
Tenían, al parecer, un sentido del humor parecido. Como agradecimiento a la mediación de Newman en «Dos hombres y un destino» Redford le prometió que le regalaría un Porsche, quizás en medio de una gloriosa juerga etílica. Cumplió, sí, y le hizo llegar a su amigo el Porsche. Uno, que, a la sazón, había encontrado en un desguace, hecho unos zorros. Newman, con su cachaza de tipo capaz de comerse sesenta y un huevos duros en una sentada, sin dejar de sonreír irónicamente,le agradeció el obsequio haciendo que una compactadora redujera el deportivo a un amasijo indescifrable de hierros y lo colocara, directamente, en el centro del salón de la mansión de Redford. Allí, como si fuera una escultura valiosa, lo mantuvo su «partner in crime» durante varios años.
En otra ocasión, Redford le envío 150 rollos de papel higiénico a Newman. Sin inmutarse, este hizo imprimir en cada uno el bello rostro de su amigo antes de usarlos.
Imagino las carcajadas de ambos tras cada gamberrada compartida. Pocas cosas hay tan de oro puro como la misteriosa intimidad que fluye a veces entre los seres humanos, esa variedad tan deslumbrante de la inteligencia que es el sentido del humor. Redford y Newman se abrazaban en público, se reían juntos en los descansos de los rodajes, se admiraban, se quisieron hasta el final. Nunca dejaron de demostrarle al mundo que algunos dioses pueden llegar a ser grandes amigos y a disfrutar tanto de la suerte de haber encontrado a un igual.
Patricia Esteban Erlés
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