Ha visto fotos de la fiesta posterior, Marilyn sonriendo a la nada para los periodistas, de pie junto a la Callas, que sonríe también a ninguna parte, como si ambas lo hubieran aprendido en la misma academia de seres desgraciados. Las dos tan profesionales en su mueca, mirando en direcciones opuestas, con los rostros y los cuerpos ocupando lugares en dimensiones paralelas, en tiempos distintos. Las dos con los ojos exageradamente pintados, al estilo manierista de los barrocos primeros años sesenta. Ni siquiera el exceso de köhl negro en los párpados sirve para disimular el brillo húmedo de sus miradas. Pocas cosas tienen en común Marilyn y la diva, recatada y elegante en su Dior de raso y estampado floral. Al menos, en apariencia. Las dos han hecho auténticos esfuerzos para salir de una habitación de hotel con las persianas bajadas porque han sido requeridas para agasajar al hombre más poderoso del planeta. Han salido por unas horasd el infierno que habitan a solas para asistir y posar, tan alejadas de la felicidad, tan a punto de quebrarse. Unos años más tarde, muy pocos, la Callas será abandonada por Onassis, abandonada del todo después de casi una década de desplantes, después del niño muerto a las pocas horas de nacer, de un amor que era capaz de llenar de rosas rojas la suite más lujosa o de vaciarla por dentro escupiendo apenas una docena de palabras hirientes.
Quién eres tú. No eres nada. Solo tienes un silbato estropeado en la garganta.
Paticia Esteban Erlés
Una buena reflexión… Sobre el precio de vivirse.