En 2020 se han producido grandes cambios, en especial la pandemia del coronavirus y la nueva crisis aguda de la economía capitalista. El otro cambio importante es que se retoman las movilizaciones y las protestas contra los gobiernos y los regímenes políticos luego de una coyuntura de impasse, aunque aún no están en el mismo nivel que en 2019.
Estamos viviendo la crisis económica más grave de la historia del capitalismo. Muchos dicen que es por la pandemia, pero el Covid-19 solo le metió más leña al fuego a lo que venía de antes. En ese sentido, ratificó lo que señalamos en diciembre de 2019. Decíamos que el imperialismo no había logrado superar la crisis económica capitalista abierta en 2007/08 y que podía producirse una nueva crisis aguda durante 2020. Esto sucedió, pero por una vía no prevista, por una pandemia.
Los datos de la crisis y su agudeza los da el mismo FMI, que pronosticó que la contracción del PBI mundial será de – 4,4%. Se lo considera el mayor desplome de la historia. Antes del coronavirus había en el planeta 1.400 millones de personas con trabajo precario y más de 172 millones sin trabajo. Ahora el FMI anunció que se sumarán 400 millones de nuevos desocupados. El hambre crece en el mundo. Según la ONU, en un informe de julio de 2020, 3.000 millones de personas no pueden costearse una dieta sana, sobre 8.000 millones de habitantes del planeta. Hay 690 millones de hambrientos en el mundo. En el otro extremo, las quinientas personas más ricas son más ricas. Jeff Bezos, por ejemplo, el dueño de Amazon, sumó a su fortuna personal más de 73.000 millones de dólares entre mayo y septiembre.
Las perspectivas para 2021 apuntan a que se profundice este desastre y, por lo tanto, también los sufrimientos del movimiento de masas. Pero lo destacable y favorable para nosotros es que la clase trabajadora y los pueblos no aceptan pasivamente la gravedad del ataque que están recibiendo por parte del imperialismo.
En 2020, luego de un impasse, se retomaron las movilizaciones
En 2020, indudablemente, hubo un impasse luego de la oleada revolucionaria de 2019. Hubo un repliegue ante el Covid-19, comprensible ante el temor al contagio. Pero desde mayo se fue produciendo un cambio, aunque no en el mismo nivel de lo que fue en 2019. Volvieron las movilizaciones populares en Líbano. Hubo huelgas obreras en Europa, como la de Nissan de Barcelona contra el cierre, y la de Renault, contra los despidos, en Francia. Lo más destacado ha sido la rebelión antirracista en los Estados Unidos en junio, que llegó a expresarse con 20 millones de personas en las calles, superando incluso a las movilizaciones contra la guerra de Vietnam de los ’60. Esto provocó que miles también se movilizaran en Europa, en el pico de la pandemia, con manifestaciones de masas en París, Londres, Barcelona y el resto del continente. Esto debilitó a Trump, fue la previa de su derrota electoral.
Después surgió, y todavía persiste, la rebelión popular de Bielorrusia contra el dictador Lukashenko. En octubre hubo una huelga parcial de los sindicatos metalúrgicos en Italia contra los cierres de empresas. En Tailandia lleva meses una movilización democrática de masas contra la monarquía, la “revolución de los patos amarillos”, porque la juventud sale con patos gigantes de plástico como símbolos contra la represión policial. Recientemente se produjo una huelga en India de más de 250 millones de trabajadores y campesinos, que se considera inédita. En Chile se ha empezado a retomar la rebelión después de haber expresado un voto a favor de la reforma constitucional y por una asamblea constituyente en un referéndum. En Guatemala, sorpresivamente, miles salieron a las calles, quemaron el parlamento, y el gobierno tuvo que retroceder con un presupuesto dictado por el FMI. En Perú miles salieron a las calles con la consigna “Ni Vizcarra ni Merino, que se vayan todos, por una asamblea constituyente”. Durante días no hubo gobierno y en seis días hubo tres presidentes. Ahora una huelga de trabajadores agrícolas logra el cambio de una ley muy importante.
Entonces, la perspectiva es que este ascenso continúe en 2021, enfrentando los ataques a los niveles de vida. Tenemos que estar abiertos a que se produzcan nuevas Guatemala, nuevos Perú o nuevas huelgas como la de India.
2020 también fue un año de derrotas y retrocesos de los gobiernos de ultra-derecha
En 2016, con el triunfo de Trump, Salvini en Italia y luego Bolsonaro en Brasil, se abrió una discusión en toda la izquierda mundial en donde la mayor parte, o gran parte de ella, decía que venían regímenes fascistas. Que lo que iba a predominar era el avance de la ultraderecha internacional. Nosotros, en el anterior congreso de 2017 y en los distintos documentos, no dejamos de reconocer el avance de la ultra derecha y los peligros que eso encerraba para el movimiento de masas. Pero dijimos que no se iba a regímenes fascistas y que lo menos probable eran triunfos contrarrevolucionarios. Porque veíamos un marco de lucha y resistencia del movimiento obrero y popular que probablemente contrarrestara esa tendencia. Y esto es lo que ha ocurrido. Cuatro años después vemos que están retrocediendo, lo que no es igual a que la ultra-derecha haya desaparecido.
Las variantes de ultraderecha no logran consolidarse. La derrota electoral de Trump lo demuestra. A esto se suma la de Añez en Bolivia. En las elecciones municipales de Brasil los candidatos de Bolsonaro perdieron. En Grecia, el partido neonazi Amanecer Dorado, que venía creciendo y que llegó a tener un número importante de diputados, fue declarado organización criminal en medio de movilizaciones que pedían su castigo.
La derrota de Trump es la expresión electoral de la rebelión antirracista y de la crisis social y del Covid-19. El triunfo de Biden y los demócratas significa un cambio de mando en el imperialismo yanqui, pero se produce en medio de lo que definimos como una crisis global del imperialismo, política, social, económica y militar. Por otro lado, Biden no es nada nuevo, ha vuelto el Partido Demócrata. Vuelve la política de la zanahoria y el garrote; va a primar, respecto de Trump, más la negociación con las grandes potencias y con las direcciones reformistas sin abandonar el garrote.
La pelea por construir partidos revolucionarios
La continuidad de las rebeliones y las protestas obreras y populares provoca una tendencia permanente a la crisis y el debilitamiento de los regímenes y los gobiernos capitalistas.
Este proceso también se produce en los gobiernos y direcciones de la centroizquierda mundial. Un ejemplo claro ha sido el fracaso de Syriza en Grecia, y ahora el desprestigio de Podemos siendo parte del gobierno y del régimen burgués monárquico del Estado español. La crisis del chavismo y de Maduro ante las masas, que expresaron su rechazo con los pies. No fue a votar el 70% del padrón en las fraudulentas elecciones de Venezuela. El PT sigue mostrando su decadencia con los magros resultados que obtuvo en las recientes elecciones municipales de Brasil.
Pero es indudable que la cuestión de la dirección sigue siendo el eslabón más débil que tienen la clase trabajadora y los explotados. La pelea por superar la crisis de dirección revolucionaria sigue siendo nuestra gran tarea estratégica.
Lo que crece en las luchas es una inmensa vanguardia amplia, obrera, juvenil, popular y de mujeres. Miles protestan en las calles en Chile, en Líbano, los trabajadores y trabajadoras de salud en todo el mundo, o la juventud radicalizada y el movimiento antirracista de los Estados Unidos. Se dan nuevos fenómenos políticos y organizativos. En Chile, por ejemplo, surgieron nuevos organismos en el pico de la movilización, como las asambleas barriales.
Se forman oposiciones antiburocráticas en los sindicatos en los diferentes países, o sindicatos combativos e independientes. Allí está la materia prima, en esa vanguardia luchadora, para dar la pelea por lograr nuevas direcciones combativas y para construir partidos revolucionarios que impulsen la movilización por gobiernos de las y los trabajadores y el socialismo. Esa es la orientación central de la UIT-CI.
Esto se planteó desde la fundación de la Cuarta Internacional, en el Programa de Transición y sigue siendo la razón de ser de los socialistas revolucionarios. La UIT-CI lo asume considerándose una parte, no la única organización que puede reconstruir la Cuarta Internacional.
Miguel Sorans
Miembro de la dirección de Izquierda Socialista (Argentina) y de la UIT-CI
(*)Resumen del informe de Miguel Sorans al VII Congreso Mundial de la UIT-CI
http://www.uit-ci.org/index.php/noticias-y-documentos/noticias-internacionales/2836-2020-12-17-14-25-41
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