“Vivo en los márgenes de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se pueden aplicar a aquellos que viven en el límite”
“Mi objetivo era: no copiar, crear un nuevo estilo… con colores luminosos y brillantes, recuperando a la elegancia a través mis modelos”,
Tamara de Lempicka
Ni tan siquiera está claro el lugar y la fecha de nacimiento de esta mujer singular. Ella contaba que era polaca nacida en los albores del siglo XX, pero todo apunta a que nació en 1898 en Moscú. Su personaje creado con pinceladas firmes supera a su obra, fue creado por ella a fuerza de voluntad y de amor al fasto y al lujo glamuroso. Ser rusa en los años en que le tocó vivir, entre rusos blancos emigrados en el París de los años veinte, no era tan interesante como ser nativa de un país que emergía con fuerza nacionalista, así que Tamara decidió ser polaca. Como decidió ser rica, vivir en el lujo y ser pintora.
Nació con el nombre de Tamara Rosalía Guwik-Gorska, supuestemante, según ella en Varsovia. Era hija de una acaudalada familia, cuyo padre, Boris Gurwik-Gorska, era un abogado de origen ruso que trabajaba para empresas francesas. La madre era una socialité de ascendencia judía.
Desde niña vivió entre el lujo y la frivolidad que imponía su madre, quien la influyó en la idea de rodearse de aristócratas y la búsqueda de emparentar con ellos. Incluso estudia en un internado en Lausanna, Suiza. A los doce años, la madre decide realizar un retrato a las niñas de la familia. Se cuenta que ella al ver el cuadro dijo que podría hacerlo mejor aún sin tener conocimientos de pintura. Lo hizo, después de interminables horas que sometió a su pequeña hermana a posar, su obra demostró un talento imprevisto.
Poco tiempo después se sube con su abuela en el lujoso tren que marchaba desde San Petersburgo hacia Cannes, haciendo un recorrido por Italia donde descubre el arte y a los clásicos. En los museos de Florencia, Roma, Montecarlo o Venecia, Tamara encuentra una pasión inédita.
A su regreso a San Petersburgo donde reside en casa de su adinerada tía, ya que sus padres se han divorciado, decide tomar clases de pintura. Durante ese tiempo se codea con la alta sociedad imperial, incluso frecuenta Tsarkofe Selo, residencia veraniega de los Romanof a los que la une un incierto futuro.
Es en los altos salones de la aristocracia zarista donde conoce a un atractivo playboy, Tadeusz Lempiki, abogado de éxito profesional y social. Con solo dieciocho años consigue casarse con él. Para ello su familia aporta una nutrida dote. Es el año 1917 y la pareja vive una larga luna de miel de fiestas, lujo y diversión que queda cortada cuando el pueblo ruso, harto de vejaciones y hambre, irrumpe en la historia con la Revolución bolchevique. Tadeusz, acusado con razón o sin ella, de espiar para el zar es detenido por los bolcheviques pasando por las dependencias de la terrible Lubianka. Tamara se propone salvarlo para lo que utiliza a sus numerosas influencias en autoridades internacionales. El cónsul sueco se ofrece a intervenir…a cambio de los favores sexuales de la joven esposa. Quizá es en ese momento en el que Tamara toma conciencia del valor del sexo y del potencial de atracción que posee su fría y espectacular belleza. Sea como fuere, consigue liberar a Tadeusz, saliendo de Rusia camino del exilio, como tantos rusos blancos.
Su periplo europeo acaba en París, donde se instalan. Han sido ricos, alegres y felices en una sociedad que ha desaparecido borrada por la historia, por lo es difícil integrarse en la nueva. Para Tadeusz resulta imposible, la experiencia carcelaria ha dejado secuelas, además se niega a bajar de categoría aceptando trabajos que considera por debajo de su alcurnia. La familia pasa penurias. La hermana de Tamara, aporta una solución a la situación: “Si quieres independencia económica haz una carrera”.
Tamara torna a tomar clases de pinturas y lentamente, con los contactos amistosos que posee, comienza a hacer retratos a la alta burguesía que transita por el dulce Paris de los años veinte. Y comienza a crear al personaje que fue. Una mujer hermosa, llena de glamur, distante, fría, perfectamente vestida, alocada en las noches pero que al tornar a la casa pasa más de doce horas pintando para poder mantener el lujo que ansía y a su familia.
En 1918 nace su hija, Kizette, a la que retrata en múltiples ocasiones. Vive la locura de los años veinte con toda intensidad. Cambia su nombre, añadiendo el aristocrático De al apellido que lo transforma en De Lempicka. De día trabaja sin descanso, luego acuesta a su hija, perdiéndose en las alegres noches parisinas llenas de orgías, cocaína, y sexo.
Abiertamente bisexual, ama por igual a hombres ( a los que persigue al amanecer por el puerto) que a mujeres. Se enamora de sus modelos, cosa que al marido le molesta, aunque entiende que mantener su matrimonio abierto es la única forma de no perderla. Hasta que de forma inevitable se divorcian. El alcohol y el fracaso han minado al exitoso abogado imperial. El brillo de Tamara eclipsa todo lo cercano.
Durante ese tiempo gana el primer premio de la Exposición Internacional de Burdeos por su retrato de Kizette en el balcón. En 1929, otro retrato de Kizette, en su Primera Comunión, ganó una medalla de bronce en la Exposición internacional en Poznań, Polonia
La alta sociedad parisina enloquece con los retratos de Tamara de Lempicka, “no eres nadie si no te ha retratado Tamara” se dice en los mentideros de París. Se relaciona con artistas, pero sobre todo con la alta aristocracia que paga a precio de oro su pintura. Es amiga de Chanel, y de la sociedad frívola de entre guerras. Los museos y las salas de arte la menosprecian, consideran que una mujer excéntrica, rica que pinta por encargo no es digna de ser “artista”. A Tamara le da igual, tiene un alto concepto de si misma y no duda jamás de su valía.
Su arte se adscribe al art-decó, acrónimo de las palabras, arte decorativo, surgido de la línea artística después de Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas
Tamara de Lempicka, admite que su arte es decorativo, con influencias clásicas y cubista. Su líneas firmes, de rasgos coloridos, han recibido el influjo de su amado Ingres, Boticelli,y sobre todo de Durero a quien adora.
Conoce a Picasso, pero no mantiene gran relación con los artistas de su época. Su raíces de rusa blanca hacen que deteste a los bolcheviques, y sus gustos caros y aristocráticos la separan de la bohemia de Montparnasse, salvo en las incursiones nocturnas en busca de aventuras y sexo. Vive al margen de la sociedad, hace lo que quiere en todo momento sin admitir premisas ni cortapisas. Es una mujer totalmente libre. Su pintura está llena de retratos de mujeres que son ella. En la biografía que realizó su hija, hay una frase que se le atribuye en este sentido: “mis retratos soy yo”.
Sus amigas Amazonas parisinas, la divierten, como Natalie Barney, La Amazona, millonaria americana que vive en un palacio donde en el jardín tiene el Templo de la Amistad, donde se reúnen las lesbianas celebres de París. Ese es su reino. Su glorioso reino.
Poco después del divorcio de Tadeusz, conoce al barón Raoul Kuffer de Dioszegh, admirador y coleccionista de su obra. Se acerca a ella, para que pinte a su amante, la española Nana de Herrera, Tamara hace el retrato de forma poco favorecedora. Crispa a la mujer con jornadas agotadoras de posado, para acabar seduciendo al barón que termina sustituyendo a Nana por Tamara. No es la primera vez que seduce a un hombre que tiene otra relación. Probablemente, tampoco la última.
Un año después la esposa del barón muere. Nada se interpone entre la pareja y Tamara ve cumplidos sus sueños de pertenencia aristocrática casándose con él. Ya no tiene que pintar por dinero ni pasar penurias nunca más. La seguridad perdida con la revolución bolchevique torna a su vida para no abandonarla jamás. Eso piensa ella, pero una nueva amenaza avanza de forma inexorable por Europa.
Corren los años treinta, la ascensión del nazismo es rápida, Tamara se da cuenta del peligro que se cierne sobre ella por su ascendencia judía. Convence a Raoul, para que venda todas sus pertenencias europeas, ponga su capital en la segura Suiza y emigran a EEUU. Se instalan en principio en Los Ángeles, compran una mansión en Beverly Hills, que ha sido de King Vidor y ella se apresta a conquistar la sociedad hollywoodiense como antes la parisina.
A nivel social lo consigue. Es invitada a las fiestas más lujosas que la ciudad del cine realiza. Pasa tiempo retratando a personajes famosos, pero su gloria artística ha pasado. No ha estado atenta a las nuevas opciones que ha ido surgiendo en los movimientos artísticos y su pintura pierde valor. A la vez que va perdiendo el impulso creador. Se dedica a copiar su propia obra intentando cambiar su forma. Entra en crisis existencial, en esa época pinta figuras religiosas como la mítica Santa Teresa…y poco más.
La crítica es dura con ella. Ponemos un duro ejemplo donde vemos la crueldad con que la trata el prestigioso crítico de arte del
Sunday Times, Waldemar Januszczak : “Yo había asumido que era una amanerada y superficial propagadora de banalidades Art Déco, pero estaba equivocado. Lempicka era algo mucho peor. Era una exitosa impulsadora de la decadencia estética, una corruptora melodramática del gran estilo, una comerciante de valores vacíos, un payaso degenerado y una artista esencialmente carente de valor, cuyos cuadros, para gran vergüenza nuestra, hemos logrado convertir en obras absurdamente costosas»
Demasiada dureza para ser ecuánime, pensamos.
Su vida se convierte en copia de lo que fue, brillando como una moderna influencer en toda fiesta, evento y cita social que se precie. Sigue siendo hermosa, sigue siendo promiscua, libre y salvaje.
Cuando los años comienzan a pesarle se recluye. Vive un tiempo en Nueva York, muere el barón marchando poco después a Tejas donde reside su hija Kizette con la que ha mantenido una relación itinerante. Tamara de Lempicka es egoísta, ególatra, narcisista…una muer difícil en la que el papel de madre no le encaja bien.
Se mantiene un tiempo con la hija y sus dos nietas, pero pronto las diferencias entre ambas son insalvables y marcha a México, donde reside en la residencia Tres Bambúes de Cuernavaca acompañada del joven escultor, Víctor Manuel Contreras, que vive con ella hasta su muerte, que se produce mientras duerme, un 18 de Marzo de 1980. Su hija y Contreras cumplen su última voluntad de entregar las cenizas de su cuerpo al volcán Popocatepetl.
Su obra se mantuvo olvidada, enterrada quizá por la frivolidad de su figura, por el hecho de ser mujer en una época en que no había pintoras…La función de la mujer en el arte era ser musa, no crear. Se excéntrico y gustoso del lujo y del dinero era perdonable siendo hombre, como ejemplo nos sirve Dalí, siendo mujer, nada es posible. Y menos el talento.
En 1972, una retrospectiva de la Galería Luxembourg de París rescató del olvido la obra de Tamara de Lempicka. En los últimos años se ha convertido en icono de modernidad, quizá debido a que famosas como Madonna o Carlos Slim son grandes coleccionistas de su obra.
En 2018, se le realizó una retrospectiva en el Palacio de Gabiria de Madrid. Gioia Mori se encargó de recopilar parte de su obra, consiguiendo exponer por primera vez el retrato que Tamara de Lempicka realizó a Alfonso XIII, que no acabó debido a la incomodidad del exiliado.
Fue una mujer genuina y controvertida, que se atrevió a ser ella misma en un tiempo donde hacerlo tenía un precio muy alto. Un gran talento creador que empleó en su obra y en la obra que construyó: ella misma.
María Toca Cañedo©
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