Lo tenía todo. Era abogada y muy hermosa. Tenía 29 años. Estaba casada con un biólogo, qué ironía, tan atractivo como ella. Sonríe en las fotos con su precioso Shetland de ojos azules. Colgaba fotos en las redes. Siempre anda cerca su marido, ciñéndola por la cintura, asomando la cabeza al fondo. Abrazándola hasta acorralarla contra una pared. Publicaban en las redes una vida perfecta, la de dos enamorados sonrientes y exitosos. Ella enviaba mensajes desesperados de whatssap a sus amigas. Quería dejarlo.
No ha tenido tiempo. La misma tecnología que les permitió construir su felicidad de cartón piedra en Facebook ha servido de implacable testigo del horror. Las cámaras de la calle, del garaje de su apartamento, del ascensor, grabaron las agresiones que sufrió Tatiane la noche en que fue asesinada. Golpes, tirones de pelo, patadas. No es posible calibrar el horror de sus últimos minutos de vida.
El guapo príncipe de las redes sociales ya no sonríe. La acosa y maltrata sin parar, la obliga a volver al coche, la persigue por el aparcamiento, la mete a la fuerza en el ascensor. La arrastra al piso.
Tatiane fue arrojada por el balcón del quinto piso veinte minutos después. Los vecinos la oyeron gritar. Su asesino bajó a buscar su cuerpo a la calle y lo metió en la casa. Con toda la sangre fría del mundo limpió la sangre del suelo y se cambió de camisa. Luego huyó, justo cuando la policía llegaba al inmueble.
Duele ver las botas altas de Tatiane dislocadas en la escalera de la entrada, dos zapatos vacíos porque nadie supo escuchar sus súplicas mientras era torturada en el piso del lado, porque nadie fue capaz de intervenir cuando aún se podía hacer algo por ella.
Patricia Esteban Erlés
Deja un comentario