Hoy, sentada sobre el asfalto de Mauthausen, pensaba que no solo tenemos un país con dos banderas sino con dos corazones que laten en discordancia continua. Uno seco, frío, hirsuto por oficial y oficialista. El que pone corona de flores blancas en el campo pero en territorio francés que cedió al exilio español republicano y que desde la visita de José Luis Rodríguez Zapatero a la zona, yergue con mástil enhiesto la bandera española.
Una de ellas. La rojigualda. Esa bandera no recibe ni cariño ni los honores del resto de los países que visitan la humilde reseña que tenemos en el campo. Por cierto, les refiero que el monumento fue costeado por las familias de las víctimas del genocidio nazi y por la Asociación Amical de Mathausen y otros campos, que no me canso de repetir, hacen una labor inmensa de recuerdo y recuperación de la Memoria. El estado español actual no desfila después ni recibe la visita de ninguna legación del resto de países que integran el Memorial porque, como país, no tiene cabida en el campo…Estaban con los criminales que crearon la perfecta máquina genocida del exterminio nazi. Eran aliados del sistema político más asesino de la historia de la humanidad (sí, ya sé que Stalin mató mucho…pero lean que escribo «sistema» y no se les olvide a los puntillosos otro no menos cruel que el nazismo, que fue el esclavismo) Y como los de la España oficial estaban con los «malos» y jamás han querido redimirse por ese motivo no cuentan nada en los homenajes y hermanamientos que hoy, como cada año, se realizan en Mauthausen. Esa es la historia, esos son los datos.
Nuestro humilde monumento está en tierra francesa porque fue el gobierno galo quien cedió los terrenos para construirlo…a los republicanos españoles. Territorio francés para los/as republicanos españoles. Lo repito para que se lo graben. Por tanto la primera bandera, el país llamado España, poco o nada tiene que decir en ese lugar que la historia honra con amor y respeto.
Amor y respeto que hemos constatado porque cada vez que gente de otros países se nos acercaban ante la confirmación de nuestra condición de españolas, se les enternecía la mirada y sonreían recordando los cuentos del abuelo sobre aquella guerra donde se enterraron tantos sueños y ganó un dictador amigo de los nazis y los fascistas…Perdón, corrijo, ganaron los nazis y los fascistas para el dictador que nos oprimió hasta su muerte y todavía colean las secuelas del régimen. Yo, poco dada a orgullos patrios, me he sentido pletórica ante la pregunta «¿sois españolas?» «¿puedo hacer una foto con vosotras y la bandera tricolor?» A una, ya les digo que el nacionalismo le queda lejano, no podía menos que expandirse con un poco de vanidad patriótica. De patriota de la otra bandera, del otro país, del otro corazón.
La otra bandera, esa tricolor orgullosa, el otro corazón es el que se siente cómplice con una Europa unida, con un mundo solidario que desfila con banderines y banderolas, incluso con militares respetuosos ante las víctimas del Holocausto. El país que lucha por la democracia, la paz, la solidaridad entre los pueblos del mundo, que abre fronteras, como el pequeño lugar donde tiene su monumento, para acoger no para expulsar. El otro país, el no oficial, la otra bandera, siente el hermanamiento y camina henchido de orgullo dentro de la humildad de nuestra delegación en Mauthausen, con la dulce pero briosa Silvia, al frente de la misma, hija de deportado, apátrida como su padre hasta que a los diecisiete años pudo nacionalizarse austriaca ya que la otra España, la de la rojigualda, le negó , a su salida del campo, la nacionalidad española. Las víctimas de los campos de exterminio no merecían la patria, según los fascistas españoles, cosa normal porque fueron los gobernantes de esa España detestable quienes les condujeron hacia el campo. Ellos y sus amigos los nazis. Por eso al salir no tenían a donde ir. Tenían ideales, tenían orgullo de su historia, del sufrimiento terrible, inimaginable que sufrieron por defender la libertad y la democracia . Eso que detestaban los amigos de los nazis. Los de la rojigualda.
Hoy, mientras la emoción me anegaba de lágrimas en muchas ocasiones, pensaba que era triste tener una patria con dos banderas, con dos corazones, con dos historias. La una real, demostrable, palpable en la explanada de Mauthausen y la otra que llevo en el DNI y pende de los mástiles oficiales procediendo de donde debiera estar el sumidero de la historia y que tiene un postergado lugar en los actos oficiales de reconocimiento a la barbarie a la que ellos colaboraron.
Contemplaba la enorme y multicolor delegación italiana y me preguntaba porqué ellos, que fueron colaboradores del nazismo al más alto nivel, sí tenían historia, delegación, monumento y orgullo de luchadores antifascistas. La respuesta me la dio raudo, un nieto de exterminado. «Porque a Mussolini lo colgaron después de fusilarlo de un cable de la luz y el otro murió en la cama dejando sucesor». Claro, eso era. La luz se encendió en la cabeza y entendí nuestra bipolaridad como país.
Una patria que pretende estar limpia sin lavar el pasado. Una patria que tiene una monarquía, además de genéticamente borbónica con lo que eso conlleva, heredera del dictador compañero de francachelas genocidas del que promovió la Solución Final para los parias de la tierra, que eran todos menos los de su calaña.
Hoy han desfilado por la explanada de Mauthausen cientos, miles de personas, de todos los paises del mundo. Hermanados, unidos por la libertad, la paz, el antifascismo que es cáncer que corroe al mundo. Han desfilado honrando a las víctimas del infierno nazi. Han lavado las lagrimas de los esclavos, de los presos, de los niños exterminados. Han hecho que jamás olvidemos sus caras de horror, sus huesos lacerando la piel a punto de romperse. Han condenado con su presencia a la barbarie que quiso acabar con la condición humana libre y pensante para convertirnos en mano de obra esclava y material subyacente y exterminable. Y hoy, demostramos que no han podido porque mientras los millones de víctimas del exterminio nazi fascista franquista, siempre serán recordados con el orgullo de haber luchado por un ideal mientras que a los otros, a la carroña que se pudre en sus sarcófagos de lujo, los recordamos con el asco que merecen las sierpes.
Hoy, desde la explanada del campo circundada por los barracones donde podía imaginar los miles de ojos que escrutarían la noche intentando entrever la mínima esperanza de supervivencia, he entendido que es posible un mundo más unido, más solidario y hermanado. Un mundo cuya base son los ideales que movieron a los hombres y mujeres que después de perder una guerra terrible, salieron no buscando la calma sino proseguir en la lucha por la libertad.
Por eso, y para acabar el ciclo de mis impresiones de un viaje que marcará mi vida, les auguro que no está nada perdido porque niños/as, jóvenes, y veteranas como yo hemos desafiado a la historia para crear y ver crecer la utopía que movió a los de la tricolor… La primera bandera de mi país. La que late al compás del Bella Chiao, de La Marsellesa, del himno de Riego, de Libertad...
La que vibra y hace vibrar.
María Toca Cañedo.
Magníficos tres artículos sobre el averno nazi. Desde lo más alto del lugar al que conduce la escalera de la muerte, la delegación española lanza su grito cada vez más potente clamando por la justicia y el antifascista en el mundo. Y lo hace desde uno de los lugares en los que el infierno arrasó con la libertad y destruyó millones de vidas ante la mirada cómplice de quienes podían haberlo evitado.
Qué hacer con la situación actual?
Gracias Dolores por tanto. La historia de nuestro país necesita gente entregada y valiosa como tú. Cada una con nuestro granito de arena construimos un futuro de este mundo inhóspito. Esas escaleras, los barracones, como nuestras fosas nos hacen ver lo que nunca puede volver. Y en ello estamos.
Un abrazo