
Uno de los regalos que aporta la edad, los años y el recorrido es el hecho de saber, ya a ciencia cierta, que la fantasía recurrente sobre la «salvación» personal y profesional no pasa nunca.
Otro obsequio vital es el hecho de entender que la forma de pedir ayuda basada en la exigencia y a la vez el aislamiento, no funciona.
Cuántos años pensando que nadie acude a tu «rescate» y cuántos más pensando, que tal vez si nadie viene es porque no está a una simbólica «altura«.
Cuántas palabras a las que añadir comillas ahora en esta edad.
– Me da vergüenza reconocerlo, María, pero en el fondo anhelo alguien que me salve la vida; un ángel, un hada madrina, un hombre, me dicen muchas mujeres.
Soñé durante muchos años con encontrar a un hombre que me rescatara, a través del amor, de tener que enfrentarme a todo aquello que yo temía. Deseaba encontrar a un/a mecenas, así como con cierto aire de grandeza, que supiera ver mis cualidades y me ayudara en mi camino profesional, a desarrollarme, a tener una vida a la que se pudiera aplicar el adjetivo de interesante o provechosa.
Este afán me llevó a juntarme afectivamente con hombres que parecían ya tener ese recorrido y pensar que ellos harían por mí lo que tanto me aterraba, el sendero en el que solo veía obstáculos. Me encontré con narcisistas de manual y sufrimiento que en vez de dar, quitaron de lo que había.
A día de hoy observo en mí cómo todas esas fantasías cayeron con el peso de la realidad y cómo todo lo que he conseguido en mi devenir ha sido porque el impulso inicial lo tomé yo y ya estando en camino y en energía de hacer, algunas personas me ayudaron, pero nadie, absolutamente nadie, me ha salvado.
Simplemente, eso no ocurre.
Y qué calma, y qué respiro, y qué agradecida de atender a esa máxima que dice que en la acción sentipensante puede haber algo de respuesta.
El primer paso, cogerme de mi mano y adelantar un pie.
Un venga, vamos.
Un no evites, enfrenta un poco.
Un ánimo, Mery.
Un tranquila, cariño.
Los siguientes pasos vinieron sin darme cuenta y el hado madrina se quedó en el cuento, confortablemente, descansando.
La varita es mía.
Y de quien me acompaña en humanidad, el soplido que alienta.
Buen día, otro día, un paso adelante.
#porsisirve
María Sabroso
¡Qué gran texto! Aunque soy de la opinión que sí somos capaces de ser salvados por una acción o palabra de un tercero, las únicas que tenemos la fuerza para cambiar las cosas y afrontarlas somos nosotras. El resto, no son mas que un trampolín para lograrlo, un «animo» en el punto más bajo o un préstamo de confianza cuando nosotros nos hemos quedado sin ella.
Un texto precioso, bello y lleno de mágica realidad. He tenido la suerte de encontrar un compañero de vida que va a mi lado, pero que no espero que me salve, porque sólo yo puedo curarme de las zancadillas de la vida.