Una Cantabra en Japón: Un día en kimono por las calles de Tokio, de Paula Fernández

Un día en kimono por las calles de Tokio

 

Hace un par de semanas me dejé convencer por una amiga para ir a un estudio de fotografía japonés: te peinan y maquillan, te embuten capa a capa en un kimono y te llevan a una habitación donde se realiza el photo shoot ese que dicen. Es básicamente una sesión de fotos donde desde te estiran la más mínima arruga del kimono hasta donde te controlan la posición de las manos y la presión que ejerces sobre la sombrilla de papel. Una vez tomadas las fotos elegimos las que mejor habían quedado, o en las que no salía tan mal, como me decía para mí, llevando a la risa al fotógrafo. El cual no paraba de decir lo guapas que habíamos salido, el chico ya estaría acostumbrado a la escena.

La sorpresa llegó cuando la encargada del estudio nos dio un pañuelo a cada una <<para no coger frío>> <<os lo colocáis en el brazo, así, si os da calor>>  y nos dio vía libre para salir a la calle, con los kimonos, los bolsos y todos los accesorios. Teníamos seis horas para ir a donde quisiéramos de Tokio en kimono.

Lo primero que hicimos fue sacar la cámara y dirigirnos a toda prisa al templo. A medida que avanzábamos, algo torpemente y pisando sonoramente — debido a los zancos y la poca movilidad que nos permitía el kimono— fuimos notando como muchos transeúntes se paraban a mirarnos, nos sonreían, e incluso sacaban fotos mientras caminábamos.

Una vez llegamos al templo, me di cuenta de la que se había montado: la gente se detenía, nos apuntaban con las cámaras, muchos le pedían a mi amiga asiática que me sacara una foto con ellos. Los que nos paraban eran turistas, australianos y asiáticos, de Singapur o chinos la mayoría. Los japoneses también reaccionaban, de manera más reservada. No se acercaban a nosotras, pero comentaban con sus acompañantes <<mira, qué guapa está>>, <<le queda muy bien el kimono>>. Posiblemente sería de las pocas veces que se encontraran a una extranjera envuelta cuidadosamente en aquellas telas ceremoniales.

Sin duda, la reacción que más me cautivó fue la de los ancianos japoneses. La mayoría se quedaba observando desde lejos, sonriendo, curiosos y sorprendidos a la vez. Una señora mayor se acercó hasta mí,  se quedó a un metro sonriéndome y mirándome de arriba abajo. Se tapaba la boca y movía la cabeza de arriba abajo. <<Estás hermosa>> me dijo en japonés. <<Usted también es preciosa>> le contesté lo mejor que pude en su idioma. Soltó un suspiro y comenzó a reírse. Sus ojos y rostro desprendían una alegría que me robó por unos instantes la noción del lugar en el que estaba. <<¿Quién soy yo para vestir sus ropas?>>, pensaba, <<Pero les alegra, parece que no les he ofendido>> me decía para mí, consolándome al ver la profundidad de su mirada y la felicidad reflejada en sus  facciones bellas.

Al volver al estudio nos recibieron entre sonrisas y, también, algo de vacile. <<¿Qué tal el día como famosas?>> bromeó el dependiente dirigiéndose a mí. Posiblemente sabían la reacción de la gente al ver a una occidental en kimono. Ahora, yo también conocí esa experiencia. Y si mi memoria me lo permite, será  algo a recordar durante muchos años.

Texto: Paula Fernández

Fotografía: Paula Fernández

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