Virginia Cowles

 

La vida de esta joven nacida dentro de un matrimonio de la alta sociedad bostoniana, fue dando quiebros inesperados para las previsiones de futuro de su familia. Su madre Florence Wolcott Jacquith (1887-1932), era americana sucesora de los hugonotes franceses,  descendía de cuatro de los firmantes de la Declaración de Independencia, que es como decir, la aristocracia americana. El padre Edward Spencer Cowles (1878-1954), era virginiano además de ser   un afamado médico psiquiatra que tenía consulta abierta en Park Avenue relacionándose con la mejor sociedad neoyorkina.

Todo hacía prever que la familia seguiría el camino de la alta burguesía sin sobresaltos, pero Edward Spencer Cowles no estaba por la labor de la fidelidad matrimonial y Florence, la madre,  acompañada de  sus hijas  abandonó al infiel, no sin antes solicitarle una exigua pensión para la manutención de las pequeñas. Humillado el marido, no solo no abonó nunca la pensión sino que retuvo durante semanas a Virginia y a su hermana Mary. La madre las buscó hasta dar con ellas  arrebatándoselas al padre. La descendiente de hugonotes y de independentistas americanos tuvo que ponerse a trabajar de sol a sol para mantener a las pequeñas. Escribía artículos sobre moda y temas femeninos, componiendo ella misma la impresión de sus artículos. Regresaba a casa agotada con los tobillos hinchados de permanecer de pie durante horas, hasta que a los cuarenta y cuatro años murió de una peritonitis.  Virginia cursaba sus estudios en  Waltham Public School de Boston. Hereda junto a su hermana una pequeña cuantía de dinero proveniente de un seguro de vida,  decidiendo marchar a Europa. Virginia ha oído que hay una guerra en un exótico  país europeo y sin tener mucha idea decide que quiere contar esa guerra. Para entonces ya colaboraba con el imperio periodístico de  Willian Randolf Hearts. Antes de recalar en España la encomiendan entrevistar a Mussolini con motivo de la invasión de Abisinia. Virginia Cowles, apenas tenía veintitrés años y la atemorizaba verse frente al Duce, por desconocimiento de la política internacional y ser una bisoña periodista. Tal como ella explicó, no tuvo problema con el dictador ya que solo habló él. De forma incansable  refirió sus proezas y las que le esperaban en el futuro.

No fue una gran entrevista pero a Virginia no la desanimó de su interés por España. La prensa mundial se había movilizado por el interés que propiciaba la desigual lucha en territorio español. Los periodistas más afamados del momento se daban cita en la zona para contar los avatares de una guerra fratricida. Hemingway, Dos Passos, Saint-Exupéry, Ehrenburg, Matthews, Kazantzakis, Koltsov, Montanelli, Philby, Orwell, Langston Hughes y muchos más  pernoctaban en el icónico hotel Florida en la Plaza de Callao, cercano al edificio de Telefónica donde estaba la sede de prensa internacional, y el comité de censura dirigido por el también mítico Arturo Barea y la que luego sería su segunda esposa, Ilse Kulcsac, encargados de filtrar las noticias que salían para la prensa extrajera.

Sin hablar español y teniendo dificultad para los idiomas, una sofisticada mujer vestida de negro, calzada  con altos tacones llega a Valencia, por entonces capital de la República. A su llegada a la ciudad, es  incapaz de pedir un taxi, por lo que se obligada a buscar hospedaje caminando, mientras lleva en una mano su Remington y en la otra una gran maleta donde portaba su vestuario.  Al cuello destacaba un collar y  en sus orejas, pendientes de perlas, como complemento. Imaginamos la explosión de curiosidad que produciría esta bella mujer vestida y calzada como para tomar el té en un salón aristocrático, caminando por las polvorientas calles española. En Valencia no está el frente y ella podía ser una burguesa vistiendo pero necesita noticias y la adrenalina que producen las batallas. Convence a un piloto para que la acerque a Madrid y allí la dejamos hablar a ella:

Era la primera vez que iba a pisar un país en guerra. Y, por cierto, mi nombre es Virginia Cowles. Nací en Boston, en una familia acomodada y la única “guerra” que había vivido hasta ese momento fue el salto con doble tirabuzón hacía el abismo que había pegado la Bolsa en 1929 y que marcó el comienzo de la Gran Depresión en los Estados Unidos.  A pesar de todo, siempre quise viajar y escribir, pero no tardé mucho en darme cuenta de que, siendo mujer, eso no iba a ser nada fácil. La eterna y rancia canción.

Cuando por fin conseguí trabajar para algún periódico, lo único a lo que pude aspirar fue a escribir artículos desde una perspectiva de mujer. Así que, estaba decidida a cubrir la guerra de España y a dejar de maltratar a mis neuronas con ridiculeces del tipo:

“La señorita Cowles disecciona los maridos que las chicas de alta sociedad pueden elegir”.

Por tanto, allí estaba, a punto de aterrizar en la otra capital de la República.

Visité trincheras en El Escorial, en la sierra de Guadarrama, en Guadalajara. Siempre me llamó la atención el empeño que ponía la República en instruir a sus soldados. Que dejasen de ser analfabetos fue una obsesión. En uno de los cuarteles de la Casa de Campo vi una habitación llena de hombres hechos y derechos peleándose con una cartilla titulada “Canuto, el soldado bruto”. En la pared, bien visible, había un cartel con un mensaje claro:

«Leed. Combatiendo la ignorancia derrotareis al fascismo» 

En Madrid, como no podía ser de otra manera se hospeda en el hotel Florida. Lo hace en la quinta planta…desde su ventana contempla las lomas que dibujan el horizonte  donde anidan el ejercito del enemigo. Perturbada por estar en el ángulo de tiro de los fascistas solicita un cambio de habitación, pero la calman diciendo que los enemigos no están interesados en el hotel Florida, que si disparan será por error… Volvemos a dar voz a Cowen que explica así sus primeras impresiones del Madrid sitiado:

“Una bomba se había llevado la fachada, así que ofrecía un excelente punto de observación para ver la batalla. Me sorprendió lo banal que resultaba la guerra vista desde lejos (…) Sobre el telón de fondo de la naturaleza, la lucha del hombre se volvía tan diminuta que casi resultaba absurda”.

Fue el británico Tom Delmer quien se ofreció a acompañarme en mi primer paseo por Madrid. A pesar de estar llena de socavones, agujeros de bala y edificios con solo la mitad de la fachada, la vida seguía fluyendo en la capital. Por extraño que parezca, los madrileños se habían acostumbrado al silbido de los obuses y a las detonaciones de los morteros . Salvarse de un bombardeo había pasado a ser una actividad cotidiana. Y Madrid era proletario con toda su alma. La mayoría de los cafés y los hoteles estaban dirigidos por los propios trabajadores  Las clases altas habían tomado partido por Franco y, o habían huido, o estaban escondidos o los habían fusilado”.

 

En el hotel Florida confluyen todos los periodistas. Conoce y se hará amiga de por vida a la gran periodista Martha Gellman. Una noche bombardean el hotel, quizá por error o porque está a tiro,  en la desbandada general contempla como Martha sale de la habitación 109 que es la de Hemingway, con lo que confirma el idilio de ambos. Todo el mundo corre despavorido intentando escapar a las bombas, Hemingway, Dos Passos,  Saint Exupery… mientas Gellman y Cowen , sentadas en medio de la barahúnda se hacen confidencias. En la habitación 109 del Florida,  se confabula la corte de periodistas que admiran a Hemingway y le escuchan sus aventuras con veneración, mientras haya cerveza o whisky. Fuera el sonido de los obuses y de las bombas, confirman que están en medio de un país en guerra.

Todos los periodistas destacados en España están muy ideologizados. Son partidarios de un bando o de otro. Virginia Cowes no lo está. Es una periodista atípica en esta guerra, no tiene ideología. La interesa conocer y contar vida cotidiana del pueblo español, saber cómo vive, sufre o aman las personas que padecen con cierto afán de normalidad una cruenta guerra donde los bombardeos, los obuses y los tiros perdidos son la banda sonora diaria, además del hambre y las carencias que sufre con desesperación el pueblo. A  Virginia no la interesa más que conocer el trasfondo humano de esta guerra apasionante para los demás  “No había tomado partido por ningún bando en España. Me interesaba mucho más el lado humano: las fuerzas que urgían a las personas a semejantes pruebas de resistencia y la mezcla paradójica de fiereza y ternura que emergía de su sufrimiento. No dejaba de sorprenderme lo impersonal de las guerras

La interesa conocer ambos bandos consiguiendo  traspasarlos con gran riesgo personal. La Quinta Columna es un fantasma que obsesiona a los republicanos. El general Mola proclama en varias entrevistas que la victoria no llegará tanto por las cuatro columnas del ejercito fascista que rodean  Madrid, como por la quinta que reside emboscada en la ciudad, trasmite mensajes, posiciones del enemigo, se infiltra en la jerarquía y traiciona la confianza de los resistentes. Los soviéticos que han ido llegando al frente vienen  impregnados de la loca paranoia que agita los cimientos  moscovitas con el inicio de las purgas estalinianas y los asesinatos de trotskistas y se aprestan a cuidar en grado sumo la eliminación de cualquier sospechoso.

 

Una periodista como Virginia, que cruza las líneas de ambos bandos es candidata segura a la sospecha, pero se arriesga. El misterioso general soviético Gel, la invita a conocer el frente para lo que viaja y visita Morata. Durante tres intensos días el soviético intenta adoctrinarla en marxismo a la vez que también  realiza maniobras de conquista. No consigue ninguna de ambas cosas  pero su desaparición durante esos días han preocupado mucho a Ilse Kulcsar y a Arturo Barea ya que ambos son responsables de los periodistas, necesitada como está la República de apoyo internacional, pensar que uno de ellos pudiera hacer pensar a los soviéticos que era espía  haciéndolo desaparecer,  se convertiría en una terrible noticia que propiciaría el descredito internacional. Virginia regresa sana y salva es en entonces cuando decide viajar a la zona controlada por los fascistas. Convence a un piloto que la traslada a San Sebastián donde consigue entrevistar al general Dávila que le dice la frase que pasó a la historia. Virginia le pregunta si bombardearon Guernika (el régimen fascista lo negó durante años…que ya sabían hacer fake news) respondiendo Dávila:  “Pues claro que fue bombardeada. La bombardeamos y bombardeamos y bombardeamos y, bueno, ¿por qué no?”.

Poco después llega a Santander a tiempo de presenciar la entrada de las tropas italianas que conquistan la región mientras el ejército fascista avanza hacia Asturias. Su situación se vuelve peligrosa por las sospechas de espionaje y decide volver a Francia.

Después de pasar unas semanas con su hermana, descansando de obuses, mortero y bombas en el país galo que permanecía en paz, ajeno a los sucesos españoles y  a lo que el futuro depararía al país vecino.

De Francia deciden marchar juntas con el fin de  pasar unas vacaciones en Italia. El veneno que inunda a los corresponsales en la guerra de España, ha invadido la mente de Virginia  decidiendo volver en julio de 1937. Llega a  San Juan de Luz intentando  entrar en España. La temeridad la llevó a subirse  a la avioneta del aventurero y playboy Rupert Bellville, que se había ofrecido en un bar a llevarla a San Sebastián, sin conocerse de nada. Efectivamente la llevó, aunque al aterrizar fueron detenidos. En un segundo intento logrará pasar la frontera y asistir en Salamanca, capital de los nacionales, al acto de toma de posesión del embajador italiano en el más puro estilo fascista el 1 de agosto.

Durante todo este tiempo, sigue estando  muy unida a Martha Gellman, incluso años después firmarán una pieza en común con trasfondo de corresponsales Love goes to Press, estrenada en 1947

 

Los caballeros desplazados como corresponsales en la guerra no solían ofrecer demasiado crédito a sus compañeras mujeres (hace unos años, el genuino Pérez Reverte, desacreditó en una novela, a su compañera de trincheras de forma cruel, cosa que fue desmentida por otros periodistas  confirmando que la grandilocuencia y las bravatas del insigne académico son más literarias que reales) lo que le hizo decir a Hemingway que viajando juntos por el frente, se toparon con un grupo de alegres y cantarines milicianos, ante lo que ella exclamó: “¡Qué bonita melodía!”, a lo que repuso el escritor: “Se trata de la Internacional”. Virginia siempre negó esta anécdota que, aunque fuera cierta, no desacredita para nada el talento y la valentía de la joven periodista.

Acabada su misión en España se quedó en Europa trabajando durante un tiempo como corresponsal de guerra, hasta que se afincó en Londres, contrayendo matrimonio con un diputado laborista inglés, Aidan Crowly, tuvo hijos llevando una apacible vida familiar dedicándose a escribir biografías  de los Romanov, los Roschild, la vida de la zarina…

Virginia Cowen falleció víctima de un accidente de automóvil, en 1983, conducía el coche su marido por la ciudad de Burdeos.

Hace unos años ha sido reeditado el libro donde vuelca las vivencias e impresiones que tuvo durante la guerra civil española, Desde las trincheras.

María Toca Cañedo©

 

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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