Vaya por delante, por si alguien tiene alguna duda, que amo, respeto y muero por la libertad, pero la de verdad, la que me enseñaron los poetas con sus hermosas palabras, con sus exilios y sus vidas. Lo de la libertad de mercado, donde los consumibles tienen más derechos que muchas personas de este planeta, se la dejo a la señora Ayuso, para que, con ella, se tome las cervezas que tenga a bien.
Vaya por delante, por si alguien tiene alguna duda, que amo, respeto y muero por la democracia, pero la de verdad, es decir aquella que va atada indisolublemente a la justicia social. La otra la que se resume en una papeleta, un voto (cautivo por la miseria, la alienación, la ausencia de educación…) se la dejo también a la señora Ayuso y a los que, como ella, piensan que la democracia, en el fondo, no es más que un formalismo, para justificar el único orden social posible. Aquel que controlan los poderosos.
Partiendo de estos previos, he decir que el interesado debate sobre Cuba que la mayoría de medios de comunicación ha planteado, no sólo me parece superficial y simplista, además, es grosero y manipulativo. Y sería más rico y justo si se extendiera como debate ético a todo el orbe.
He visitado en varias ocasiones la isla caribeña por distintos motivos. En la primera, asistí como profesor al Congreso Internacional de educación que se organiza en La Habana y pude ser testigo directo de la profesionalidad y decencia de las maestras y maestros cubanos, trabajando con una escasez de medios escandalosa, y consiguiendo unos estándares de calidad educativa envidiables, incluso en países de nuestro entorno.
En el segundo viaje, como concejal, fui en representación del Ayuntamiento de Úbeda para formalizar el hermanamiento con una ciudad cubana, Ciego de Ávila. Donde, además de tomar conciencia del sustrato histórico y monumental de la misma, fui consciente de la degradación de políticos que utilizaban su cargo para obtener beneficios personales. Les suena ¿no? Nada nuevo bajo el sol.
En el tercero, invitado por la editorial donde publicaba mis trabajos de Didáctica de la Lengua, asistí a la Feria Internacional del Libro de La Habana. En ese, afiancé mi visión de que la denominada «revolución cubana» como posible paradigma social no sólo había sido abortada desde fuera por el potencial peligro que representaba, sino que se le había negado a todo un pueblo, con una tradición cultural envidiable, la posibilidad de desarrollarse. De forma que esa amputación trajo un mayor grado de sufrimiento para los comunes y un crecimiento grosero interno de privilegiados del régimen que, de alguna forma, encontraba justificación de su status en el bloqueo impuesto.
En un texto que leí esta mañana en esta misma red atribuido a Roger Waters, decía el lúcido músico que uno puede llegar a odiar su propia casa, si nos encarcelan en ella y nos limitan todo aquello que nos hace la vida más digna.
En mi juventud, tuve como referente al gran icono de la Revolución cubana -Che Guevara-, en mi madurez he llegado a pensar que no hay valor más preciado, junto al de una vida digna, que la libertad para pensar y para expresar el pensamiento, hoy añado que, desde hace décadas, la libertad de mercado -convertida en una perversión del concepto- limita en la mayoría de los casos y cercena en muchos tanto la vida digna como el pensamiento.
Y a día de hoy sigo planteándome una pregunta que ya no tendrá respuesta o yo, al menos, no la veré: ¿Qué hubiera sido de la revolución cubana sin la infame agresión estadounidense?
Juan Jurado
No he estudiado sobre economía, política,etc… pero siempre he pensado que si nunca el «comunismo» ha llegado a su plena algidéz, es porque siempre hubo un imperio, un capitalismo, un sistema mucho más poderoso que siempre se lo impidiólo y también para toda revolución. Buen artículo