Bella como un caballo

Beatriz era la más guapa de toda la pandilla. Guapa sin escándalos ni adornos. No necesitaba casi nada para brillar y sigue ocurriéndole eso mismo, hay una luz misteriosa que flota a su alrededor, que flotaba aquel sábado cuando me la encontré en esa tienda que estaban a punto de cerrar y donde una vez me compré una gabardina de espía rusa. Alguien me abrazó por detrás y era ella, muchos años después, tan guapa como cuando tenía 18 y marchaba camino del instituto con su sonrisa franca y sus fabulosos pantalones lilas de pana. Tan ella, sin una gota de maquillaje, con el pelo castaño recién lavado y esa elegancia al hablar que te hacía pensar en una locutora de radio. Beatriz siempre me pareció tan hermosa como un caballo, y se lo parecía a mucha gente. Una vez le gustó tanto a un chico que la cogió en brazos en la discoteca y se la llevó afuera a toda prisa. Tuvimos que ir detrás de él y pedirle que la bajara. Afortunadamente entró en razón y nos la devolvió.
Beatriz sacaba muy buenas notas e iba a estudiar Derecho. Se echó un novio inglés que siempre pensamos que era el hijo secreto que Sting tuvo en su juventud, y por eso él detestaba a Police y decía que su música era una mierda. Beatriz se hizo bailarina y tenía los brazos musculados como una atleta, a puro de cargar el escenario en la camioneta y montarlo y desmontarlo en cada actuación. Quería haberle dicho cuando nos encontramos que estaba maravillosa con ese vestido de tirantes azul y su pelo corto. Me contó lo que había sido de su vida en estos años y me explicó por qué había guardado durante años el único poema que yo he escrito en mi vida, un poema que copió en un papel y ha conservado, estoy segura, solo para que yo pudiera recuperarlo. Pero no sé si le hubiera gustado saber que la encuentro tan bella como a un caballo, quizás suena un poco raro, aunque es cierto que me lo parece, con sus ojos de color de almendra y ese perfil noble. Y no le dije nada y la dejé salir en busca de un cajero. Se alejó, la vi marchar tras el cristal de la tienda, y fue como si ella se volviera por propia voluntad al pasado del que había decidido escapar un momento para hacer un poco más hermoso este presente.
Patricia Esteban Erlés.

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