Aquella noche, en cambio, sí quise hablar. Blandía la carta como bandera enemiga, como arma de desasosiego y ansia de ofender. Samuel bajaba la cabeza, intentando encontrar en el suelo las respuestas que no tenía. Yo insistía:
-¿Cómo puede ser? No se ha pagado la hipoteca desde hacer siete meses. Y no me dices nada. ¿Cuánto tiempo pensabas ocultarlo? Ejecutan, Samuel, ejecutan la hipoteca. Nos quitan la casa. ¿Eres consciente de lo que puede ocurrir? ¿Dónde iremos Samuel? ¿Dónde nos quedaremos los niños y yo? ¿Tienes respuesta para eso, Samuel?
Tantas preguntas, que a fuerza de oírlas, bajaba y bajaba la cabeza, hundiéndola en el pecho, bajo el peso de unas respuestas de las que carecía. Él se hundía en el pozo de la desesperación, yo seguía blandiendo la carta, mientras los niños, desde el silencio del cuarto debían escuchar el altercado, haciendo conjeturas.
Esa fue la noche en que comenzó el epílogo luctuoso del tiempo de vino y rosas. A partir de aquella jornada, Samuel volvía tarde, deslavazado por el alcohol o la pena, o ambas, porque se retroalimentaban sin piedad. Volvía cuando creía que yo no le escuchaba trastabillar por el baño, por el pasillo, queriendo no hacer ruido, para no despertarnos, cuando todos velábamos sus desafueros. Incluso, a veces, se amortajaba en el sofá, bajo el influjo del sonido rumiante de la teletienda.Se adormecía allí, abrumado por la pesadumbre, mientras el entendimiento le vagaba por las brumas del alcohol.
Se me fue el amor, por la cloaca del desprecio. Al verle débil, confuso, ciego a la realidad. Se me diluyó ese amor, fundado en la confianza de que era un hombre divertido, con recursos, que siempre encontraba salida, bien con sus destrezas, bien con recursos ajenos. Al ver su mirada huida, el paréntesis que iba cerrando su boca en mueca agria, el color aceitoso que recubría su piel conforme pasaba el tiempo y no ocurría ningún milagro. Se me secó el cariño mechado de admiración que sentí desde que le conocí, en la lejana juventud.
Samuel, se diluyó como azúcar en el agua pantanosa de las dificultades. Lo veía cada día más amargado, apagando la luz de su entusiasmo con cada batalla perdida. Quizá debí revestirme de paciencia, acicalar mi miedo de mansedumbre, pero tampoco supe. Nadie nos prepara para el fracaso, no nos preparan para el futuro incierto al que nos deparó este tiempo. Fue una caída rauda. Un despeñe al infierno que se fraguó en escasos meses. Quizá viniera de antes, pero no supe verlo, ni pude prepararme. Por eso, no evité el desprecio que me crecía en el interior, que quizá fue la puntilla para Samuel.
A poco de irse, me confesó, que de todo lo ocurrido, lo más cruel, lo más doloroso para él, fue ver en mis ojos de día en día crecer la repulsa que lo abrumaba, al tiempo que lo sumergía, sin remisión, en su propio fracaso. Tenía razón. Ese amor que augurábamos firme, seguro, no resistió los embates del menosprecio, lo potenció, aceleró su caída. Hoy me confieso, sin piedad ni perdón, que no supe estar a la altura. No se manda en el sentimiento. El mío se partió con los embates de aquellas cartas, con la mirada de derrota que él llevaba, con el olor a coñac que impregnaba su piel, con el aliento aguadeñoso que traía y su lengua de trapo, intentando disculpar el horario y la facha.
Comenzaron los plazos, las visitas, los abogados, la desesperanza, el miedo. Tomé el timón, porque no pudo ser de otra manera. Samuel, para entonces, estaba roto, sobrecogido por la batalla, tanto que decidió derrotarse, arrojar las armas de la contienda y abrazar como único amigo a la copa que le ofrecía refugio y olvido. Meses después, poco antes del desastre final, abandonó la casa, la tienda, y con él se llevó el vestigio de normalidad que aún nos revestía. A partir de ahí, todo fue caída libre. Y hoy asisto entre lo bultos que conforman una vida, a mi última noche. La última noche de una vida normal, que no sé cuando retomaré. Mañana salgo, empujada por el viento de la desesperanza, con gente que quiere defenderme y otra que me arroja a los brazos de la frontera en donde no se si encontraré el retorno. Es mi última noche en lo que fue mi hogar. La última noche que paso a cubierto. Mañana no se ni donde ni como estaré a estas mismas horas.
Fin
Texto:#MariaToca
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