Mi ofrecimiento de quedarme a dormir con Diana, apenas consiguió arrancar una leve sonrisa de sus labios. Parecía que un cierto halo fatal, se había propuesto truncar las dos últimas ocasiones en las que, a escasos milímetros se habían quedado nuestros cuerpos de romper aquella barrera, que a lo largo de nuestros años de amistad nunca antes habíamos sobrepasado.
Subimos hasta su casa en silencio. Allí nos esperaban los restos de la cena, como si de un naufragio se tratasen. Ambos entramos y salimos de la terraza, hasta recogerlo todo. Luego fuimos metiendo la vajilla y los cubiertos en el lavaplatos, y enseguida, toda la cocina quedó en perfecto estado de revista.
–¿Quieres ahora probar el vino de naranja?
–Vale, un poquito a ver si está justificada la promoción que le haces.
Serví un par de vasitos bajos y anchos, y puse dos rodajas de naranja prendidas de sus bordes. Diana me esperaba recostada en el sofá.
–¿Dónde está la gata?
–No lo sé, por ahí andará.
–Me refiero a la cazadora de hace una hora.
–Perdóname. ¿Sabes? Todo esto me ha cortado un poco. Parece que los dioses se interpusieran entre nosotros. Es como si nuestra relación se hubiera quedado anclada en los tiempos en los que estudiábamos juntos. Yo soñaba con que te enamorases de mí. Tú soñabas con las piedras antiguas, con la historia, con…
Me senté junto a ella y pasé mi brazo por su espalda para atraerla hacia mí. Buscaba su contacto, su calor. Me sentía en cierto modo culpable de algo que siempre había sabido de uno u otro modo. Diana y yo fuimos aprendiendo los límites de nuestros mapas políticos, y hasta casi de todos los físicos, a fuerza de convivir, y a fuerza de compartir. Ella enamorada, yo en otra galaxia. Ella anhelando presente y yo, mirando al futuro. Luego comenzó la relación con mi ex y Diana pareció cejar en el empeño pero, nunca abandoné del todo su corazón. Cuando me divorcie se mantuvo en un discreto segundo plano. Ahí pudo haber atacado y sin embargo, solamente tuve cariño y apoyo de su parte. Algún día os hablaré del caso por el que dejé la Policía que, habiendo sido muy mediático, me obligó alguna que otra vez a quitarme de en medio y refugiarme en su casa. En el fondo sabía que le había devuelto casi nada de todo lo que ella me había dado.
Poco a poco fuimos agotando la botella de vino de naranja. Cercanos y fraternales fuimos recordando cosas y momentos. Luego ella trajo una cubitera dos vasos tallados y una botella de Legendario que compartió conmigo y con un cigarrillo electrónico que de veras agradecí.
A la mañana siguiente cuando abrí los ojos, estaba completamente desnudo y acurrucado en el sofá. Sobre la mesita baja los hielos de la cubitera derretidos, y las botellas de vino de naranja y de Legendario completamente vacías, y una segunda de ron casi agotada que se salía de mis recuerdos. A mis pies Catusa maulló lánguida.
–¿Y Diana? –pregunté esperando una respuesta de la gata que por supuesto no me dio.
Fui hasta su habitación. La cama estaba intacta. El despertador digital marcaba las 09,50. Entré en el baño y la ducha mostraba restos de agua reciente. Sobre la encimera las pinturas esparcidas y un cepillo del cabello boca arriba. Observo como un poli pero, no consigo recordar qué pasó anoche.
Víctor Gonzalez
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